Hay un Bernabéu límpido y claro que enseguida se inclina como un destructor espacial. A él, en medio de la gravedad única de Concha Espina, están sujetos con arneses once hombres del espacio asomados a la inmensidad del universo. El rumor de la platea es único. Es grandioso. Esos hombres del espacio están reparando los propulsores. Están volcados en su misión soliviantados por el empuje de Benzema, que está derramando el repertorio de la gran inspiración: el estatismo y la movilidad, la belleza y la fuerza, el talento y la desesperación.
Benzema falla y maravilla. Yo me pensaría cambiar goles suyos por taconazos, paredes, giros. Invenciones de su mente. La gente quiere hat tricks pero yo prefiero tercetos. Qué le vamos a hacer. Hay una turbulencia y todo se para. Insigne ha marcado tras una conexión central con Keylor adelantado. Suena el tu tu tu. La nave se agita. El público pita. ¿Qué pitáis, críticos gastronómicos? ¿La excelencia?
Los hombres del espacio no tienen medio. Sólo ha sido un fogonazo en la batalla. La chispa en el ojo de un mosquetón contra una nave. El Madrid juega como si adornara pasteles con crema y guindas. Maestros pasteleros. Huele a chocolate y la pelota es una trufa. La presión es ansiosa, es emocionante. Y se oyen pitos. Para colmo Raúl habla de que los jugadores se pasan la pelota, y de que el balón rueda sobre la yerba. No sé qué habrá sido de aquel dedo en los labios.
¿Qué pitáis, críticos gastronómicos? ¿La excelencia?
Veo a Reina dentro de esa burbuja y parece Mr. Proper con esa camiseta. O Paco Martínez Soria vestido de Moschino. La ciudad no debe de ser para él al ver venir esos contrataques fulgurantes. Benzema está loco. Es un loco genial. Un loco sin oreja. Y Cristiano está finísimo. Una asistencia a Karim es el cuchillo de un lanzador, el remate va al palo haciendo trinos. El francés no quiere goles sin carambola.
Es día grande pero no es fácil. Cristiano se estira por la banda derecha. Desborda, se detiene y sigue. Tiene veinte años esplendorosos. Al borde del precipicio mira y retrasa para Kroos que viene a bordo de una pasarela mecánica de marca Schindler. Gol, gol y gol. Cinco minutos más tarde el monstruo Casimiro (así le llama Raúl) da las buenas noches a los niños. Nadal, el Grande, disfruta en la grada con su padre y con su hermana. El Madrid y la fantasía. La grandeza. El delirio. Hasta el árbitro es Mr. Increíble.
Lo bueno de jugar habitualmente en el Bernabéu, es que curte de tal manera a los jugadores blancos, salvo a los que devora, que después juegan fuera y ya están curados de espanto. Es más, se diría que juegan mucho más tranquilos. Dicen del infierno de San Paolo que espera a los blancos, pecata minuta.
Precioso artículo, como es habitual, ......., si, es cierto, hasta el momento en el que fallan goles que medio mundo ya ha descontado, el juego, sus detalles, la calidad, te anestesian y cuesta centrarse en matar un partido o en zanjar el intento del contrario por acercarse a nuestros aledaños y meter un segundo tanto, .......
PURA POESÍA!!!
Hala Madrid!!!
Preciosa crónica. Benzema me vuelve loca porque me maravilla o porque me desespera. Esta temporada más desesperación que deleite.