A partir de ahora quizá alguien debería estar alerta para que no vuelva a producirse atasco alguno en el Madrid, una suerte de recurrencia canterana y generacional que ha alcanzado con el Santo cotas inimaginables una vez superadas otras por las que se revisan los milagros y se decide al menos retrasar, incluso derogar, las beatificaciones. Quedan pendientes homenajes que ya nunca se darán. El último que se recuerda en loor de multitudes y comuniones, la afición unida y sentida, fue el de Butragueño en un Bernabéu abarrotado hace justo veinte años. Siempre le quedarán a uno grabadas las palabras de Matías Prats (padre) a la locución del estadio: "¡Gritad conmigo!, ¡Buitre!, ¡Buitre!, ¡Buitre!... ¡Adiós!" Cualquiera diría que el Madrid y el madridismo parecen haber perdido la épica del ídolo en favor de su olvido egoísta, incluso ruin y forofo. Claro que la retirada del "Caballero de la Cancha", como le llamaban en Méjico, su último destino, fue ejemplar apartándose con silenciosa elegancia (igual que antes lo hizo Santillana) ante el empuje de un Raúl que venía para comerse el mundo.
Ni el penúltimo siete, precisamente, ni el portero de la gloria y de la discordia han estado en su despedida a la altura de aquel jugador pequeño y tímido, rubio y pecoso del que la afición de Chamartín ya celebraba sus goles en el Castilla porque los anunciaban los marcadores en pleno partido del primer equipo de Juanito como si tuvieran un ojo incurable siempre puesto en esos campos de Segunda. Aquel prólogo era asombroso y emocionante como asombroso y emocionante fue su epílogo. Desde entonces se han sucedido dos atascos, uno leve y curiosamente azuzado por la prensa, y otro monumental y sin embargo acallado por la misma, en curiosa, también (o caprichosa si se prefiere), coincidencia con el progresivo ocaso del respeto, de la educación y de las formas en todos los ámbitos. Si Schwensteiger no se va a retirar en el Bayern, su equipo, casi parece imposible, hasta pasado de moda, que alguien pueda ya hacerlo. El Madrid siempre ha ido a París como aquellos conductores del cuento de Cortázar pero, al llegar a las afueras, desde aquella infancia con don Emilio, siempre se le estrella el Piper Club (un pequeño avión de paseo) que provoca una grieta en la carretera por la que vuelcan cinco coches y un furgón Renault aplasta a un Austin vencido todo ello por la cesión del macadán.
El Piper Club más sonado, aunque más tarde se ha sabido que era “un planeador pilotado por la hija de un general”, escribió don Julio, ha resultado ser Casillas ocasionando un embotellamiento histórico en Concha Espina que ha provocado más reflexiones que La Gioconda. A punto de atravesar esta selva propagandística a golpe de machete, sin nadie a quien gritarle ¡Buitre! y expulsado todo sentimentalismo, uno no puede dejar de pensar que la encalladura de Íker con todos sus efectos tiene el apoyo y su continuación en un Ramos que ha clavado una bandera de conquista en su parte del área no precisamente como la de Armstrong: “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la Humanidad”. La huella del Buitre, como la del astronauta, también quedó grabada en la luna. Más allá de este atranco, una vez superado quiere decirse, se ve un Real Madrid iluminado completamente como una de esas canchas estadounidenses de las películas cuyos focos se van encendiendo a golpe de interruptor mostrando toda su grandeza. Desde hace veinte años el mejor equipo de fútbol de siempre ha tenido alguna fase que no terminaba de funcionar provocando en los estadios una imperceptible penumbra. Podría decirse que la justa para que ciertos interesados ocultaran con capitanía sus lagunas. Nadie se imagina un Fenway Park en sombra pero en cambio sí un Santiago Bernabéu.
Así, el madridismo lleva dos décadas atrapado por sus mitos (que parecen deshacerse a última hora, como si fueran falsos) en la Autopista del Sur mientras suenan las bocinas y pasan los días, los años, los fichajes, alguna Liga, alguna Copa de Europa, sucediéndose las estaciones: el sol abrasador con sus reflejos cegadores; el tiempo parado en sus posiciones mientras cada mañana suena I Got You Babe en el despertador; el frío del invierno por el que hay que quitar como se pueda la nieve antes de poner en marcha los autos para avanzar sólo unos metros. Ya está oficialmente despejada la carretera y ahora el tráfico debería fluir. Hay que aprovecharlo y no permitir que vuelva a cortarse, porque tienen que alcanzar su destino la muchacha del Dauphiné y el ingeniero del 404, el hombre pálido del Caravelle o los dos jovencitos del Simca. Y antes que ponerle una liebre a Carvajal, o incluso antes que buscar, por ejemplo, a un Modric o a un Cristiano de repuesto, quizá haya que hacer todo lo posible para que las dos monjitas del Dos Caballos consigan llegar a Milly-La-Fóret antes de las ocho.
Le estoy descubriendo y es un placer leerle. Compruebo que artículos de calidad como los suyos o los de D. Jesús son rácanos en comentarios, entiendo que es difícil apuntarles algo con ese nivel.