Dice Valdano que Cristiano se pasa en la expresividad. También habría que decir que se pasa en el ímpetu como para evitar desarrollos como el de Polonia. El guardián entre el centeno. Ese periplo de Cristiano por Nueva York hace que el Leganés deje de sentirse cómodo con sus pasecitos. Persigue al portero y a los defensas visitantes evitando que jueguen. ¿Quién de los grandes gallos del fútbol hace ese trabajo? ¿Messi?
Un par de fueras de juego consecutivos muestran el celo del portugués, que está a casi todas, aunque casi nadie lo dirá. Isco está hoy tan impreciso en sus controles como Nacho infranqueable en sus cortes, en los que se abre de piernas como Van Damme o mete el pie como si tuviera ahí un taco para desbaratar los contraataques. En lo de Morata hay algo de ofuscación, de espaldas y rodeado siempre por tres contrarios. Pero a Morata hemos aprendido a esperarle, y últimamente siempre llega.
Hay un mediocampo y una defensa cuyo espacio entre ambos parece el espacio entre los muros del Berlín Oriental y del Berlín Occidental. Un descampado sin salida donde los focos de las torretas enseguida descubren a los futbolistas del Leganés. Apenas hay historia, salvo la que se cuenta en los detalles, esos toques madridistas (y alguno leganesista) que guardan pequeñas leyendas para contar a los niños, hasta que Isco lanza un pase con rosca desde la banda que entra en los medios y luego se sale para que Bale ("corre, Gareth, corre", dice esa pelota) espere la salida del portero, cuyo rechace le beneficia, y marque escorado pero con pausa y suficiencia.
En la celebración se ve a un aficionado en la grada vestido de rosa lanzándole besos al galés, que es todo lo contrario a lo que le dedicaría el aficionado bernabeusiano genérico al árbitro, que culmina su obra en el minuto cuarenta con una tarjeta amarilla de hoja caduca otoñal a Kroos. Hay un rifirrafe de estilo podemita en el área del Madrid. Algunas caras pabloiglesianas y, sobre todo, irenemonterienses (aunque sean más o menos lo mismo) comiéndose al Villegas de turno, hasta que en el cuarenta y cinco un lanzamiento de Toni que remata Varane de cabeza acaba cayendo sobre el área visitante como una gota de la tortura para que vuelva a marcar Bale, que aparece por todas partes. ¡Ah!, hola, Gareth.
Ya entrado el segundo tiempo, Cristiano pasa en carrera por la izquierda al mismo Bale cuyo remate, con defensa incluido obstaculizándole (qué precisión la de Cristiano), detiene Serantes en tan buena estirada como se necesitaba. A Bale Yo le voy a llamar Testadura Wilson, que era aquel personaje de Lucky Luke que todo lo hacía con la testa, sobre todo destrozar rivales. Y Modric que vino a vernos, al fin, en el sesenta y uno. Se fue Kovacic, nuestro John Garfield, y apareció Lukita cuya presencia (será el amor) enseguida se nota. Luka es el torno de los columpios del parque sobre cuyos asientos Marcelo hace el loco mientras roba, caracolea, amansa, tira y aguanta al Madrid.
Luego Zidane sacó al campo a James por Isco. Virtuosismo por virtuosismo habitual, aunque éste hoy se apreciaba mejor un poco más atrás con Nacho destapándose entre caballerosidades, que son todo lo contrario a esas medias vueltas pisando la pelota que hace un tiempo casi sólo las hacían Marcelo y Bale y ahora las hace todo el mundo. Un recurso que aún sigue siendo bonito, pero que en el medio plazo tiene visos de convertirse en una cosa hortera. En el setenta y cinco Modric engrasando el esqueleto encuentra a Kroos por la derecha que entre líneas ve las espaldas de Morata alejarse, el cual resuelve amagando el tiro por la derecha y decidiéndose por la izquierda, que es el lado pequeño y difícil y especial.
Eran tres a cero con una solvencia tranquilizadora, sin alharacas. Casi románica si no habláramos del Madrid (Marcelo jugaba con Omar como un leoncito con una presa herida), que siempre guarda algo renacentista e incluso barroco como la falta lanzada en el ochenta y siete por James: un toque de artesano con resultado de artista que por poco no hemos podido enmarcar.
Dice Valdano que Cristiano se pasa en la expresividad. Y yo digo que Valdano nos anestesia con su verborrea. Menudo pelmazo de la palabra.
Chula crónica