El señor decano, cuando todavía no lo era pero estaba cerca de serlo, subió las escaleras que conducían a la terraza de la cervecería luciendo una camisa blanca y un jersey gris anudado al cuello. Le acompañaba su inseparable yerno Tito y le esperaban, ya sentados en una de las mesas, a la sombra, su hijo Nelson, el omnisciente Alberto Cosín y yo mismo.
Habíamos dado al señor decano el Premio Paco Gento de La Galerna pocos días antes, y el motivo de la cita era celebrar el Premio pero en realidad seguir celebrando su carrera y su vida, que es lo único que uno se siente capaz de hacer cuando está con él. Cualquier encuentro con Pepe Santamaría es una lucha enconada —y en última instancia frustrante— por hacerle ver que fue uno de los jugadores más importantes de la historia del fútbol. Su rocosa modestia le impide concederse el menor mérito, y uno acaba agotado a la vera del camino, sentado en un mojón de la senda de éxitos que Pepe ha previamente pintado de blanco (todo es blanco), borrando todo resto de su nombre.
—El Madrid lo es todo —había dicho al recoger el premio—. El Madrid es el mundo entero.
Pepe solo quiere diluirse en el Madrid y, aunque sabemos que todo esfuerzo por resaltar su mérito personal es en vano, seguimos insistiendo. El mismísimo Andrés Amorós se le acercó al final de la entrega de premios para confesarse fan.
—Yo te vi jugar. Eras buenísimo.
—Y bueno… Tú sabes… Cuando juegas en el Madrid…
—Déjate de Madrid. Aquel Madrid era grandioso, no lo vamos a descubrir ahora. Pero yo te hablo de ti. Fuiste el primer defensa central que se empeñaba en sacar el balón jugado desde atrás. Ese mérito se lo atribuyen a Beckenbauer. Pero el auténtico pionero fuiste tú.
Santamaría solo quiere diluirse en el Madrid y, aunque sabemos que todo esfuerzo por resaltar su mérito personal es en vano, seguimos insistiendo
Tenemos entendido que fue el propio káiser quien, también a la entrega de algún otro premio, confirmó exactamente eso. “Yo no era malo, pero el primero que empezó a interesarse por tratar bien a la pelota desde la guarida defensiva, en lugar de aplicar por sistema el patadón, fue el legendario José Emilio Santamaría, del Real Madrid”.
Le pregunté a Nelson si nunca han indagado por ahí en la veracidad de estas palabras del viejo Franz, y me dijo que no. Alguien tiene que preguntarle, le insistí, es necesario confirmar a ciencia cierta que esa es la opinión de Beckenbauer, y Nelson asintió mientras Alberto Cosín le enseñaba a Pepe unas fotocopias de viejos recortes de prensa relativos a partidos de su época. Pepe bebía agua mineral y Cosín Coca-Cola Zero. Los demás no.
Pepe y Cosín hablaban de aquel Hungría-Uruguay de la semifinal del Mundial del 54, lo que aprovechamos para comunicar al mito la vice-buena-nueva, que habíamos logrado saber por Alberto. En aquel momento, Pepe era el vicedecano de los mundialistas, es decir, el exfutbolista vivo que ha jugado el segundo partido más lejano en el tiempo en un Mundial.
“El decano es Tota Carbajal, portero mexicano que es el único jugador que jugó en el Mundial del 50”, le detallaba Alberto, cuyas palabras ha hecho la parca perder toda vigencia. Entre nuestro encuentro y el momento en que escribo esto, Tota Carbajal ha pasado a otra dimensión y el vicedecano ha pasado a ser el decano. Nadie vivo ha jugado un partido de un mundial más lejano en el tiempo que el partido de Pepe Santamaría en su debut del 54. Así pues, a su palmarés como líder de la defensa del legendario Madrid de los 50, ganador de 4 Copas de Europa y Dios sabe cuántos títulos más, D. José Emilio añade ahora este decanato mundialista.
Nadie vivo ha jugado un partido de un mundial más lejano en el tiempo que el partido de Pepe Santamaría en su debut del 54
Pero aquel día era solo el vicedecano, el mismo que mostraba una delectación morosa en el examen de las fotocopias de Alberto.
—No voy a decir que aquella semifinal contra Hungría la perdiéramos por aquello, pero alguien de nuestro equipo hizo algo feo. Nadie lo ha revelado hasta ahora.
—¿Quién? ¿Qué? —se revolvió Cosín, reconocido futbolhistorisexual sin freno. En el fondo sabe que es un afán baldío. Nadie ha logrado nunca que Pepe Santamaría traicione su proverbial discreción. Jamás ha hablado mal de nadie, ni siquiera cuando el país más cainita del mundo le crucificó porque su selección de medio pelo no había sido capaz de ganar un Mundial en casa. Por no hablar mal, ni siquiera habla mal de Peñarol, aunque una vez recortara un gato Garfield de un guante de cocina porque los colores del felino coincidían con los del gran rival charrúa.
—¿No le vas a dar el regalo? —intervino Tito.
—Ah, sí —asintió Pepe, aproximándome con el brazo el paquete que llevaba un rato encima de la mesa, y haciéndome entender que era para mí. Di un trago a mi cerveza para exorcizar la impresión y procedí a desbaratar el envoltorio. Era un papel liviano como la vida. Se deshizo entre mis dedos. La fragilidad del papel y de la existencia, la fortaleza del señor decano y sus noventa y tres primaveras frente a mí.
—Díganos quién fue —porfiaba tímidamente Cosín—. Bueno, no le pido tanto. Ya sé que no va a decirnos qué hizo aquel compañero. Pero yo le doy la alineación de Uruguay, que la tengo aquí, en esta fotocopia, y usted con el dedo señala quién fue. Ya averiguaré yo de qué se trataba.
—No lo averiguarás, nadie en setenta años lo ha contado —le desincentivó cariñosamente Pepe, mientras yo extraía el contenido del envoltorio y lo extendía ante mis ojos—. No digo que perdiéramos por eso. Pero.
Era una camiseta de Pepe. Sin publicidad, claro. Sin su nombre, claro, en homenaje a la humildad innegociable. Blanca. Con el escudo bordado. Con el número 5 bordado a la espalda. Con una dedicatoria. Calcula Nelson que es del año 57. Yo pugnaba por no llorar y Cosín pugnaba por sacar algo de información para su vicio turbio, algo, lo que fuera. A mí no me salían las palabras.
—Esta es la alineación.
Pepe tomó entre sus dedos huesudos la fotocopia de Alberto y examinó cuidadosamente la lista con once nombres uruguayos. Pareció ponderarla durante un instante.
—Está ahí —confesó finalmente. Lo malo o lo buenísimo es que no lo confesó apuntando con el dedo a ninguno de los nombres sino moviendo la mano en el aire, como espantando una mosca incómoda, antes de dar un nuevo trago a su vaso de agua y mirarme con sus ojos transparentes.
Getty Images.
No voy a llorar porque me quedé sin lágrimas ayer viendo el documental de Bernabéu. Pero poco ha faltado, Jesús.
Uno de mis primeros recuerdos sobre una extraordinaria persona como es don José Emilio Santamaría procede de mi abuelo, españolista de corazón que compatibilizó perfectamente su amor al Español de Barcelona con su afinidad al Real Madrid . Era uno muy niño cuando me habló estupendamente de Pepe Santamaría. Como persona y como futbolista.
Muy agradecido al decano del fútbol por lo que nos da e igualmente agradecido a la Galerna.