Una de las ideas que más cuesta quitarse de la cabeza es la de que conocer las cosas es entrar en contacto directo con ellas. Lees sobre una ciudad, pero no piensas que puedes decir que la conoces hasta que no la has pisado. Oyes lo que el soldado cuenta de la guerra que vivió, pero no por ello crees haber conocido esa guerra en la que no participaste. Dice la teoría que el universo procede del Big Bang, pero no te parece que saber eso sea como saber que el cardenal que tienes en la espinilla procede del golpe que acabas de darte con la mesita del salón. Suena muy lógico, ¿qué puede superar al contacto directo como forma de conocimiento? Y, sin embargo, también sabemos que nunca somos más ignorantes que cuando andamos «a tientas», tocando sin entender, tropezando (directamente) con las mesitas. Ni el tacto ni el contacto son ciencia. Creemos que abrir los ojos es una mejora epistemológica definitiva, pero ¿por qué? Al fin y al cabo, ver es simplemente otra forma de tocar, y además menos directa.
El conocimiento directo es un mito, sí, pero su reverso es una patraña, esa que sustituye la ciencia por la videncia, la información por la habladuría, la historia por la propaganda, la verdad por su “relato”. Muchas personas piensan que los filósofos son inocuos, empezando por ellos mismos. Por eso algunos se dieron en su momento al “textualismo” como otra gente se da a la bebida, sin pensar en las consecuencias. Se embarcaron alegremente en hermenéuticas, constructivismos, narrativismos, deconstrucciones y otros juegos de salón solo aptos para enterados, o eso creían ellos, porque hoy no puedes dar un paso sin que hasta el repartidor del butano te venga con el cuento de que lo importante es el relato. Alguien debería estudiar alguna vez en detalle cómo se produce esta ósmosis desde las teorías vanguardistas fantaseadas en sesudos conciliábulos académicos hacia los mítines políticos, las tertulias televisivas y las columnas de deportes (en el caso de los políticos, hasta ahora yo pensaba que era porque pasaban de vez en cuando por algún que otro curso universitario avanzado, pero ya se está viendo que no).
Entre el mito y la patraña, está la vieja facultad de juzgar, que es lo que hace del conocimiento una tarea productiva aunque difícil. Difícil porque un buen juicio requiere dotes de observación, experiencia previa, discriminación de lo relevante, sagacidad para captar relaciones, agilidad para la inferencia, y una mente fresca, flexible y sin inercias, por mencionar solo lo esencial. Productiva porque el buen juicio es lo que permitió a nuestros ancestros dominar las llanuras cuando decidieron bajar de los árboles, por ir también a lo imprescindible. El juicio está muy lejos de ser una mera fórmula verbal, aunque se exprese en palabras. Un juicio es una cosa tan real como una roca, puedes encender fuego con él y puede abrirte la cabeza. “Esto es pedernal y no piedra caliza”, juzgas, y si aciertas no morirás de frío esa noche; “este barranco se puede salvar de un salto”, juzgas, y si te equivocas eres homínido muerto.
No sé cuándo se jodió el Perú, pero la lógica se empezó a joder cuando los lógicos confundieron el juicio con un mero asunto de palabras, o de “ideas”, o de “conceptos”; en definitiva, de lenguaje. “Un penalti no habla por sí mismo. Hay que darle existencia, o inexistencia, con la palabra”, se ha escrito. Entiendo la ironía, pero no deja de ser inexacto. Un penalti necesita tanto de la palabra para existir como un meteorito. Eso sí, el juicio de que Benatia no cometió penalti sobre Lucas Vázquez habría sido tan real como el de que lo cometió, y el mundo habría cambiado con él como habría cambiado si un meteorito hubiera impactado esa noche contra la Tierra. Así de serio es el juicio, y por eso el árbitro (del latín arbiter, juez) va de negro, conforme a la gravedad de su misión.
El 5 de marzo de 1770, un destacamento de soldados de Su Majestad Jorge III abrió fuego contra un motín de colonos de la Bahía de Massachusetts que protestaban contra las recientes medidas del Parlamento británico. El relato patriótico de la Revolución Americana recuerda aquello por el nombre que le dio la prensa local, “la masacre de Boston”, por más que allí murieran in situ solo tres personas. Como juicio no era precisamente ecuánime, pero ayudó a cambiar la historia, que era de lo que se trataba. Con este penalti sin historia también se trata de eso: que se hable de robo, hasta para negarlo, y así hacerlo historia a golpe de relato. Por suerte, el fútbol cuenta con narradores bastante más duchos que esos homínidos con micrófono que, de depender su sustento de su capacidad de juicio, trabajarían a la puerta de una iglesia en vez de en sus emisoras. Si a ustedes los relatos sobre el Real Madrid les gustan bien hechos, lean y den a leer La Galerna, que es gratis. En cambio, y aunque no me parece mal que jugadores y entrenador pongan de vez en cuando puntos sobre algunas íes, prefiero que sigan concentrados en lo suyo y más importante, que es hacer historia sin palabras. Porque, siendo consecuentes, el único que no podía saber si era penalti o no era nuestro Lucas V, que se limitó a sentir un contacto directo. Para juzgar si lo que lo tiró al suelo por detrás fue un defensa italiano o un tren de mercancías que pasaba por allí, ya estaba el árbitro, que, como todos los juiciosos ingleses, conoce la masacre de Boston por el más ajustado nombre de “el incidente de King Street”.
Número Dos
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Esta frase que menciona mi hermano: “Un penalti no habla por sí mismo. Hay que darle existencia, o inexistencia, con la palabra”, pertenece a este artículo de Juan Tallón: https://elpais.com/deportes/2018/04/15/actualidad/1523802867_409592.html
Hablando en plata, se trata de revolver el río (filosóficamente hablando) para que los pescadores (antimadridistas) puedan hacer su agosto.
La "la mejor prensa del mundo" y la peor de la "la mejor prensa del mundo", osea la canalla antimadridista de a pié que mete basura en las redes quiere montar dos mentiras como verdad, dos "relatos" que hacer "historia", 1- que todo lo que ha ganado el Madrid es por puro robo; y 2- que la leyenda de CR7 se resume en que solo era un goleador que solo se dedicaba a empujarla de penal y no tenia talento.
Ahora se suma el "relato" 3, que el madridismo es victimista.
Estimado Número Dos:
Gracias por su metarrelato. Desde que algunos avispados tuvieron la gentileza de abrirnos los ojos a la manera de Buñuel al revelarnos que no hay hechos, sino sólo interpretaciones, la delgada línea roja entre interpretación y sobreinterpretación resulta imperceptible. Si, como usted mismo afirmaba en su anterior "galernada", lo que caracteriza a los filósofos empezando por el mismísimo Platón es su amor a la verdad por encima incluso de su amor propio, no nos queda más remedio que, cada uno en su modesta medida, denunciar las torsiones, distorsiones, versiones y diversiones de cuántos son incapaces de re-conocer la verdad en forma de "hechos, solo hechos". Que nadie nos aparte de seguir quemándonos los ojos con la luz de la razón, sea donde fuere donde nos lleve. Al fin y al cabo juzgar en griego se dice krinein, esto es, separar, decidir, distinguir entre la mena y la ganga, el grano y la paja, las nueces y el ruido, el logos y la charlatanería. Gracias, una vez más.
Perdón: cuantos