Sonaban los pitos y Aduriz sonreía, como Mas, igual que el Drácula de Gary Oldman al escuchar a los lobos de la noche. El Nou Camp convertido en el castillo de Transilvania. “¡Empieza el fútbol!”, dijo Carreño para animar el cotarro pero ni por esas. Después el locutor utilizó términos como “cabrear” y “marrón” y uno imaginaba a José Ángel de la Casa atándose el chaleco antibalas como Luca Brasi, preparándose para un encuentro donde en vez de los Tattaglia le esperaban los Manolos.
El partido, sin empezar a rodar el balón, tenía de crónica a Messi y lo que cabe en una nota de prensa, por lo que uno ya le pedirá cumplidas cuentas al editor de esta revista por hacerle pasar por una ‘Fiebre del Sábado Noche’ en la que el equipo de Luis Enrique, Lucho para el Manolo, bailó en la discoteca con pantalones de campana.
Empezó el Athletic muy intenso, señal inequívoca de que le iban a dejar múltiples regalos en la portería como premio, algunos de los cuales no aceptó Herrerín en una final cómica animada por toda clase de tendencias menos las futbolísticas, desde la burricie del inicio hasta el cogollo capilar que lució ufano Alves o el asombroso disfraz de vaquero de Unzúe.
Todo acabó con un gol de Messi que la locución se apresuró a magnificar. Una jugada de fuerza, de habilidad y de oportunidad que produjo sonidos extraños en la cabina. “Es un crack (palabra siempre sospechosa), es único, es irrepetible...”, decían en la tele los bardos modelando al ídolo, la diosa Kali aquella del templo maldito. Trataban de serenarse delante del micrófono invocando al coraje atlético, pero lo único que se advertía era su condescendencia.
Luego llegó el gol de Neymar a centro de un Suárez al borde del fuera de juego, y a Valverde se le puso tal cara de Jonathan Harker seducido por las vampiresas, que no se le pudo ocurrir nada mejor que poner a calentar a Susaeta. El cautiverio lo animó Iñaki Williams con una volea al travesaño, pero los balones del Barcelona se multiplicaban entre líneas como si las piernas bilbaínas estuvieran agujereadas.
El Athletic quería descolgarse por el muro pero no había manera a pesar de que a los barcelonistas les sirvieron tila en el descanso. El partido era ya sólo política con los entrenadores culés compartiendo secretos de Estado. Probaban los locales a no poner la pelota, por hacer algo, en el suelo. Rico, Iraola, Balenziaga dando cabezazos al aire para evitar que lo contrarios les tirasen en clase pelotitas de papel. Había que intentarlo, y su afición que no estaba dispuesta a desperdiciar el viaje, que para algo habían ido cargados con sus chapelas de la tierra y sus banderas. Sucedía esto cuando Kali marcó el tercero y el barcelonismo comenzó a subir y bajar los brazos. “¡Kalima, Kalima!”, se oía mientras bajaba del cielo una virgen maniatada para el sacrificio.
Uno se puso en la piel del Rey y sintió un escalofrío. Se marcharon Alba y Suárez, por decir algo noticioso, para que salieran Mathieu y Pedro, lo que es más noticioso aún, justo antes de que Williams peinara el uno a tres a falta de once minutos durante los cuales muchos pensaron que se podría obrar el milagro. La cosa era ya simplemente fanática. Se escuchaba: “¡Qué orgullo, qué pundonor!” y se sintió incluso un mareo quizá por empacho de pastel. Aquello no era una narración deportiva sino una telenovela venezolana.
Hubo al final un jaleo con Neymar que de tan a gusto se debió de imaginar en Copacabana y eso para uno de Bilbao debe de ser como si le mentaran a la madre. Ahí o ay, sacando el carácter. Se bañaban después en Freixenet los barcelonistas y Junior le daba, juguetón, patadas a Piqué mientras, no se sabe por qué, Iturraspe lloraba. Quizá por exigencias del guión.
(Foto de parade.com)
Pido que nuestro Rey quite su nombre de una competición en la que se nos insulta a todos, incluidos ellos mismos, por mucho que les duela. Por supuesto nuestro Himno no debe sonar. Insultarlo no es libertad de expresión.
Saludos es la primera vez que escribo