Dijo el poeta que todas las muertes son la misma muerte. Lo mismo puede decirse de los parones de selecciones: son todos el mismo aunque las fechas traten de mover a equívoco. A fin de entretenernos en este nuevo y nefando parón —que es el de siempre—, emprendemos esta serie titulada “El que nunca llegó”, en la que cada autor galernauta ha escogido un gran jugador que le habría gustado ver de blanco y que, a veces a pesar de las especulaciones, nunca llegó a recalar en el Madrid.
Patrick Vieira, salmón curado
Hubo un tiempo en el que el Madrid no suspiraba por nibelungo nórdico ni por tortuga ninja alguna. El de 2004 fue un verano convulso que comenzó con un efímero reinado en los banquillos, el de José Antonio Camacho El Breve —al que no le dio tiempo ni de exudar el sobaco— y finalizó entre extravagantes y amazónicos cuadrados mágicos.
En aquellos días de chiringuitos, toallas y sombrillas sin mascarilla, el veraneante cañí medio desayunaba en la arena con un titán de ébano presidiendo todas las portadas de la prensa deportiva de la meseta. Florentino, que entonces firmaba contratos millonarios en servilletas, ya había completado su póker: Figo, Zidane, Ronaldo y Beckham; pero el equipo, sin el mostacho de Vicente del Bosque ni la melena de Iván Campo ondeando al viento, no carburaba.
La obsesión por encontrar al nuevo Makelele nos condujo a Highbury, el viejo estadio de un Arsenal que infundía entonces el mayor de los respetos, en busca de las botas de Patrick Vieira
El Madrid no se había repuesto aún de la extraña guillotina a Vicente Del Bosque ni de la valdanagórica apuesta por Carlos Queiroz El Ilustrado; pero sobre todo no se había sobrepuesto a la marcha del Claude Makelele El Destructor del mediocampo, ni tampoco de la de su fiel pero cochambroso escudero, Conceiçao, Conciençao para el pipero medio del Bernabéu.
Lo cierto es que el bueno de Flavio —que costó 27 kilos arrebatárselo al SuperDepor— no mereció apelativo más cariñoso.
La obsesión por encontrar al nuevo Makelele nos condujo a Highbury, el viejo estadio de un Arsenal que infundía entonces el mayor de los respetos, en busca de las botas de Patrick Vieira, el stopper box-box cuya fuerza, músculo y potencia permitía el mayor fulgor del mago Zidane en la Francia Campeona del Mundo.
Se dio por hecho. Periódicos, radios y televisiones cacarearon su fichaje por tierra mar y aire.
A falta de la casaca blanca, incluso le vimos en tetas.
Todo estaba dispuesto para una nueva presentación estelar de quien usted y yo sabemos, amigo galernauta, como no, había nacido para jugar en el Real Madrid. Tan meloso se puso el asunto con Vieira, que nos llegó a recordar a otro amor loco de verano, el de Karembeu, el nuevo caledonio. Con Christian nos casamos, pero Patrick nos plantó en el altar como Houdini. Según Marca incluso después de darnos el Sí quiero.
Tan resuelto estaba todo que el fornido centrocampista francés jamás jugo en Madrid, y el Real, en unos de esos giros dignos de un PC Fútbol con anisete a las tantas de la madrugada, pasó de apostar por Patrick a obsesionarse por Michael Owen. ¿A dónde vas? Manzanas traigo. ¿A qué precio? Coloraditas.
A partir de ahí, una aciaga temporada de sudokus de Vanderlei y un catastrófico efecto dominó que culminó en uno de los más descacharrantes fichajes de invierno del primer Florentinato: Gravesen.
Se fue Makelele, quisimos a Vieira y acabamos rodilla al suelo y Gravesinha mediante.
Se fue Makelele, quisimos a Vieira y acabamos rodilla al suelo y Gravesinha mediante
En el ocaso de la galaxia, en aquel vestuario disoluto de entonces, hubiéramos necesitado un hombre como Patrick del que otro insigne y pintoresco fichaje blanco, Nicolas Anelka, relató una memorable historia. Su carrera en el Arsenal iba viento en popa hasta el día que se cruzó con Vieira en el vestuario después de malograr una gran ocasión cegado por el sol.
“En las duchas se volvió contra mí y yo le respondí, sabiendo que no debería haberlo hecho, pero le llamé ‘jodido larguirucho patoso’. Al principio solo me miró con sus ojos huecos. Entonces… ¡ZAS! Cuando estaba sentado me dio una bofetada en la cara con su pene. Era como ser golpeado por un salmón curado húmedo. ¡Nadie podía creer lo que estaba viendo!”, rememoró el bueno de Nicolás en su autobiografía publicada en 2009.
Una vez retirado, Vieira afirmó que lo único de lo que se arrepentía en su carrera era de no haber fichado por el Real Madrid. "La falta de reconocimiento hacia Makelele me asustaba”, explicó. Sin embargo, considerando la revelación de Anelka sobre los efectos del salmón curado como crema facial, y teniendo en cuenta que cada vez que Claude se marchaba a vestuarios sus compañeros afirmaban que “se iba a duchar con su hermano pequeño”, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que Patrick Vieira hubiera triunfado en el Madrid.
Cuestión de talla. Que se lo digan a Anelka.
Fotografías: Imago.
Índice de El que nunca llegó:
Capítulo 1: Futre, el que nunca llegó
Capítulo 2: Dominique Rocheteau, el que nunca llegó
Capítulo 3: Joaquín, el que nunca llegó
Capítulo 4: Oscar Schmidt, el que nunca llegó
Capítulo 5: George Best, el que nunca llegó
Capítulo 6: Totti, el que nunca llegó
Divertido y jocoso artículo, pero todo lo que se cuenta es real como la vida misma.
Vieira no vino porque Wenger no quiso, puesto que al año siguiente se lo regaló a la Juve. Aunque de todas formas, no soltaba a los jugadores hasta que los había exprimido al máximo, y si no que se lo pregunten al Barça con Henry y Cesc; al primero no lo soltó hasta que ya era un jubilado y al segundo porque no le quedó más remedio, ya que era mucho más joven y si no hubiera acabado yéndose gratis.
Él mismo ya ha dicho que no vino porque no quiso, y que se arrepiente. La verdad es que, sin ser uno de esos fichajes que se rentabilizaban solos comercialmente, creo que hubiera asegurado un Madrid muy competitivo durante algunos años más que hubiera hecho imposible al Barça de Rijkaard levantar cabeza.
El mejor volante de los años 2000
¿De coche?
Sobrevalorado.
Nos habríamos estrellado igual con él.