Es 12 de julio de 2020. Sábado. Son las seis de la tarde. Juega el Madrid en Valdebebas a las ocho. La “nueva normalidad” es ese eufemismo que alcanza también al madridista. Juan Cunqueiro Infante, socio del Real Madrid número 47.327,7, se prepara para ir a ver el partido del mismo modo que lo lleva haciendo casi veinte años.
La camiseta blanca con el siete a la espalda está planchada y extendida sobre la cama. Juan ha salido del baño duchado y perfumado. Comienza a vestirse con ceremonia. Finalmente, se pone la camiseta igual que le ponían las princesas a María Antonieta el camisón para el ayuntamiento con el pobre Luis XVI. Levanta los brazos y la elástica cae sobre sus hombros, liviana.
Coge la cartera y la guarda en el bolsillo derecho del pantalón. El teléfono en el izquierdo. Se mira una última vez en el espejo que hay encima de la cómoda. Se pasa las palmas de las manos por ambos parietales mientras silba y sale del dormitorio. En el salón está su mujer viendo la televisión.
—¿Ya estás listo?
—Ya estoy —dice Juan.
—¿Has cogido el abono?
—Lo tengo. Bueno, me marcho. No creo que me entretenga mucho después. ¿Qué vas a hacer?
—No te preocupes. Me quedo en casa. Hoy ponen Pretty Woman.
—Pues que disfrutes.
—Tú también.
Juan se dirige a la puerta de entrada, la abre y la cierra sin salir de la casa. Se da la vuelta y pasa de nuevo por delante de su mujer, que no dice nada. Ni siquiera lo mira, distraída con una revista. Juan alcanza el pasillo y llega hasta la sala de estar donde se sienta en un sillón de orejeras y se pone a mirar por la ventana.
Mientras espera, Juan observa el ambiente. Hace un día estupendo en Chamartín con el aire acondicionado
Va de camino al estadio, en taxi, como de costumbre. Después de media hora de trayecto, durante la cual ha ido mirando las alineaciones y las ultimas noticias del partido en su teléfono, llega al Bernabéu (aunque el encuentro se dispute en el Di Stéfano él se desplaza hasta el Bernabéu).
Se levanta del sillón y sale de la habitación, recorre el pasillo y entra en la cocina. Abre la nevera y saca una cerveza. Se apoya en la encimera y contempla el calendario del Madrid colgado en la pared de enfrente, cuya foto es una imagen del Bernabéu tomada desde Marceliano Santa María. Él está afuera, en el parquecillo, con su botellín. Sus colegas aún no se han conectado a Skype.
Mientras espera, Juan observa el ambiente. Hace un día estupendo en Chamartín con el aire acondicionado. “Hay algunas mocitas guapas”, se dice para animarse. Al fin aparecen en pantalla los amigos. Se saludan con alegría. El Madrid recibe al Valencia. Juan acude a la nevera y abre otra cerveza.
Al cabo del rato, con la tercera botella en la mano, Juan dice que va al baño. En el pasillo se encuentra con su mujer, pero no se dicen nada. Juan la deja pasar poniéndose de perfil y continúa hasta el baño. “Esto está de bote en bote”, piensa. En el cuarto de baño se mira al espejo antes de salir y ve la hora. Se hace tarde. Cuando llega a la cocina, apremia a sus amigos:
—Eh, las siete y media. ¿Nos vamos?
Juan sale de la cocina con su cerveza y entra de nuevo en la salita. Deja la cerveza sobre la mesa y vuelve a la cocina. Coge el ordenador y lo lleva a la salita y lo coloca también sobre la mesa. Ya han llegado a sus localidades. Juan se sienta en el sillón que ahora no es el asiento de un taxi sino su asiento en el Bernabéu. Lo gira hacia el televisor que ya está encendido.
Los equipos calientan sobre el césped del Di Stéfano, cuyas gradas están vacías. Juan mira a su alrededor y comenta a sus amigos que hoy hay llenazo. En el teléfono tiene un sonido de fondo que es como el de las risas grabadas de Benny Hill, pero en su versión de bullicio de estadio lleno, con sus cánticos y sus aplausos y sus abucheos. Lo enciende. Qué maravilla.
Juan habla con sus amigos a gritos, por encima del sonido de ambiente de su teléfono. El Madrid juega bien. Y gana. Tres a cero. Dos de Asensio y uno de Benzema. Ahora hay que salir del estadio, así que deciden esperar a que se vacíe un poco. Están muy contentos. Juan coge el ordenador y se lo lleva a la cocina.
—¿Una copita?
—Venga —dice Juan. ¿Vamos a José Luis?
Ya en José Luis, Juan abre un armario de la cocina y saca un vaso. Luego abre el congelador y saca unos hielos. Se sirve un güisqui con coca-cola. Ya hace menos calor y salen a la calle. A la terraza. Allí se toman un par de copas más. Uno de los amigos al fin dice que se va, que el domingo madruga. Son las dos y se despiden.
"¿Qué tal el partido?/"De maravilla. Tres a cero"/"O sea, que había ambientazo"/"No te lo puedes ni imaginar"
Juan apaga el ordenador y se dirige a la puerta de entrada. Abre la puerta y la vuelve a cerrar muy despacio. Cierra con llave, se da la vuelta y de pronto empieza a caminar con sigilo. Deja las llaves en un platito cercano a la entrada. Se quita los zapatos y entra en el baño. Su mujer duerme y él mira la hora: las dos y diez.
Se mete en la cama lentamente. Su mujer se despierta un momento al sentirlo.
—¿Qué hora es, Juan?
—Duerme, son las dos.
—¿Al final os habéis animado?
—Hemos ido a José Luis.
—¿Qué tal el partido?
—De maravilla. Tres a cero.
—O sea, que había ambientazo.
—No te puedes ni imaginar. ¿Tú te has quedado en casa?
—No, al final he salido.
—¿A dónde has ido?
—A Los Ángeles, con Julia.
—¿Y qué tal?
—Pues nada, al final ha venido Richard Gere a buscarla, como siempre, así que me he vuelto. Pero bien.
—Pues me alegro. Buenas noches.
—Buenas noches.
Genial!!!
Para reir o llorar, D. Mario, según el ánimo.
Ja ja ja ja ja. Genial, de verdad, genial...