Ahora que la temporada empezaba a coger vuelo y el Madrid a jugar bien, llega otro parón. La cosa es, de verdad, insufrible, anticlimática a más no poder. El fútbol de selecciones es un coñazo impuesto por esas instituciones que le roban la luz a la vida como son la UEFA y la FIFA, patios de Monipodio y nidos de gente que, estoy seguro, odia el fútbol. Pero vive estupendamente de él y necesitan estas “fechas FIFA” de mierda con la que castigarnos a todos a la vez que ellos se lucran. En el fútbol el aficionado ya no cuenta para nada y los partidos entre selecciones fuera del verano sirven para recordárnoslo a cada poco, el memento mori de las élites reguladoras de un juego que se está estupidizando al mismo paso acelerado que la mayoría de los adultos occidentales.
Hay pocas cosas peores que un parón de selecciones. En realidad, hay pocas cosas peores que las selecciones, que son proyecciones fantásticas del antiguo espíritu nacional que sólo tienen sentido realmente en verano, cuando hay Eurocopa o Mundial. No es que vivamos ya en un tiempo en donde el patriotismo es una reminiscencia del pasado que al común o le hace gracia como anécdota o sencillamente, lo detesta. Es que vivimos en la era post-nacional. Viendo el primer episodio del muy recomendable documental en Netflix sobre la vida de Beckham, tanto él como su padre admiten que jugar para Inglaterra era lo más grande, mucho más que vestir la camiseta del Manchester United. Como digo, eso puede aún tener sentido en lugares así, como Inglaterra o Italia, y cuando hay competiciones de verdad en las que todavía perdura el sabor del fútbol viejo que conocimos. Pero, lo que es hoy, y sobre todo, en España, la selección no es más que el equipo de la federación, no del país, en el que sólo creen por otra parte cuatro gatos. Se da la curiosa circunstancia de que, últimamente, los más fervientes seleccionistas suelen identificarse políticamente como muy poco o nada patriotas, lo cual nos da un barrunto de por dónde van los tiros. ¡Ya hasta convocan a niños festejan abiertamente sus derrotas! Estos parones absurdos de la actividad de los clubes están justificados por el hecho irrebatible de que los mandamases federativos deben seguir lucrándose. Los rolex que gasta Medina Cantalejo no se van a pagar solos.
Un parón de selecciones mata el amor y hasta el deseo, es como escuchar a Manolo Lama vendiéndote un estimulante contra la disfunción eréctil
Así las cosas al madridista se le impone a Gavi antes que a Bellingham, y a Luis de la Fuente en vez de Carletto, quien, por cierto, ejerció de patriota mejor que el Bruto con aire de sugar daddy que tiene la selección por técnico. Preguntado por la ciudad mejor para acoger la final de ese disparate de Copa del Mundo que le han adjudicado a España para el año 2030, De la Fuente dijo, sorpresón, que cualquier ciudad española le parecería correcta, mientras que Ancelotti, recordándonos que es un hombre de un mundo pasado y mejor, contestó a la misma pregunta con una sencilla respuesta: Madrid, claro, que es la capital de España y que tiene el mejor estadio del mundo. Pero es normal que De la Fuente no se moje. La última vez que lo hizo, aplaudiendo de mil amores la lisérgica comparecencia de Rubiales en su último acto como presidente de la corrupta RFEF, tuvo que contorsionarse en menos que canta un gallo y darle de metafóricas puñaladas a la toga del capo para conservar un puesto que ni él mismo se cree todavía que ostenta. Hay que seguir comiendo y el hombre no se ha visto en otra igual. En la España de hoy decir la verdad es ser radical, y como no hay nación en la que nadie crea ni defienda, su selección de fútbol tiene que representar cualquier cosa, menos a España.
en España, la selección no es más que el equipo de la federación, no del país, en el que sólo creen por otra parte cuatro gatos. Se da la curiosa circunstancia de que, últimamente, los más fervientes seleccionistas suelen identificarse políticamente como muy poco o nada patriotas, lo cual nos da un barrunto de por dónde van los tiros
Los parones de selecciones son peores que pasar una resaca sin ibuprofeno. Son peores que levantarse temprano un sábado para salir a hacer running. Son incompatibles con la vida, al menos con la que merece la pena vivirse. Ahora que hace un tiempo primaveral y que lo va a seguir haciendo todavía unos días más, quizá unas semanas, uno tiene que renunciar al Real Madrid hasta el 21 de octubre, por que sí, para que las federaciones del mundo sigan sosteniendo el trampantojo de una competición entre naciones que cada vez son más de mentirijillas. Por el camino llenan sus opacas cuentas de dinero a costa de exprimir a los futbolistas en bolos infumables. Un parón de selecciones mata el amor y hasta el deseo, es como escuchar a Manolo Lama vendiéndote un estimulante contra la disfunción eréctil. Es como pensar en ir a ver Ocho apellidos vascos, un completo nonsense.
Pero eso es lo que tenemos. Hay que seguir alimentando una bestia cada vez más enflaquecida, la bestia del fútbol profesional contemporáneo. Me gustaría saber a cuánta gente congrega frente a un televisor un España-Escocia o un España-Chipre. Es gracioso porque se apela a un sentido nacional, a un amor por el terruño, para justificar que los países se sigan enfrentando en un terreno de juego, pero luego las Copas del Mundo o, como ya vimos con la última, las Eurocopas, se disputan en veinte sitios diferentes. España, a lo mejor como premio a la podredumbre inveterada de su federación, ha sido “premiada” con un Mundial que empezará entre el río Guaraná y el de la Plata, y que quizá acabe al sur de la cordillera del Atlas. El mundo se desnacionaliza y sus élites, sin arraigo ninguno con el supuesto suelo que comparten con las clases trabajadoras, siguen haciendo dinero a espuertas vendiendo hasta los picaportes de ese viejo palacio que se llamaba civilización occidental. El fútbol era el ocio y la identidad del proletariado europeo a cuya vocación aspiracional pertenecía: Bernabéu hizo un estadio gigante para la clase media que nacía en Madrid, por eso se pudo fichar a Di Stéfano y se ganaron cinco Copas de Europa seguidas. Se siguen agitando banderas que ya no significan nada y en base a ello al madridista medio se le priva de su jamón, el único que ya va pudiendo comprar, para cambiárselo por chopped.
Un parón de selecciones es como escuchar por las tardes a Julia Otero, es peor que un discurso de Cuca Gamarra, o como reírse con un chiste de Broncano. Lo más insufrible de todo es que cada vez que hay selecciones toman la pista de baile los periodistas deportivos con su indigerible retórica de mamadores profesionales. Gente que no se ha leído en su vida ni la etiqueta del champú nos saturan durante dos semanas con su delirante patriotería. Si el periodismo deportivo per sé maltrata el lenguaje hasta el punto de hacer salir a Cervantes de su nicho con los ojos puestos en blanco, cuando se trata de la selección todo toma la forma de una pesadilla de David Lynch. En todos los escándalos de corrupción deportiva que uno se imagine, los periodistas, primero, hacen como si no se enteraran de nada, y cuando la mierda apesta que da gusto hacen todo lo posible por quitarle hierro a asuntos de gravedad extrema, por legitimar a los tramposos, por exonerarlos ante el tribunal de la opinión pública. Son unos sicofantas de campeonato, con una desvergüenza sólo a la altura de su indigencia intelectual. Sufrimos aquí desde hace décadas el antiperiodismo en su manifestación más pura, y ese antiperiodismo tiene a la selección por objeto sagrado de culto, por lo que se vienen días de gloria como en todos los parones, días en los que desconectarse de la información como si fuésemos el Simón del Desierto de Buñuel.
En definitiva, los parones de selecciones son peores que la web de RENFE. A uno lo sumen en la más honda postración. Ver al Madrid un sábado o un domingo redondea una jornada estupenda de fin de semana en familia o con amigos, colma esa maravillosa embriaguez del asueto. Incluso cuando juega en martes o en miércoles uno afronta los desvaríos ordinarios de la vida con otro ánimo, como si saliera a enfrentarse al mundo con una coraza. Hasta eso quieren quitarnos. Los parones de selecciones eran la vanguardia de la Agenda 2030 y no nos dábamos cuenta: no tendrás nada y serás feliz. A la selección, me imagino, se sentará la gente a verla como mi padre se ponía las etapas del Tour en verano, para dormirse la siesta. En el mejor de los casos es un ruido de fondo. El español que honestamente aún ame su selección debe saber que hoy no es más que un instrumento de los enemigos del país al que supuestamente representa, el equipo de una federación emponzoñada por algo mucho peor que un beso. Como el Atlético en una final de la Copa de Europa, los parones de selecciones vienen, siempre, cargados de malos presagios, como votar a Yolanda Díaz y esperar encontrar trabajo.
El único pero al artículo sería la crítica a la respuesta del seleccionador sobre la mejor sede de la final del mundial 2030 ¿Pero que quieres que diga el seleccionador? Dice la respuesta correcta de alguien que en ese tema tiene que ser imparcial.
Para los madridistas claro que diríamos el Bernabéu y tenemos razones de sobra para ello, el otro día el jardinero lamejeques dijo que para él sería el campo nuevo porque era el que iba a tener más capacidad creo recordar, y de hecho la otra final del mundial en España ya se jugó en el Bernabéu y no sería algo descabellado proponer ese estadio que en teoría iba a estar también renovado solo que para mí ni de coña puede ser un estadio en el que sus gestores se niegan a que juegue la selección española (y de hecho apenas recuerdo dos finales de copa del Rey en las últimas décadas, una el último año de lapuerta en su anterior mandato y como agradecimiento a Villar como no y la otra porque jugaba la farsa contra el Bilbao y no podían hacerlo en Madrid) así que ni de coña se debería premiar a los estadios en los que sus gestores no dan nada y ahí incluyo San Mamés y Anoeta por ejemplo.
Pues yo soy madridista y me importa una higa donde se juegue la final del Mundial , si es que dentro de 7 años se mantiene el formato, que es mucho decir. Casi preferiría que, llegado el caso, no se jugase en Madrid porque vivo ahí y es un coñazo tener la ciudad llena de guiris ociosos.
Este artículo me ha hecho analizar mi relación afectiva con la selección.
Aún recuerdo mi primer contacto consciente con la Roja.
Mundial de Méjico 86, aunque aún guardo trazas en mi memoria de Naranjito en nuestro mundial, del cual, por suerte, aún no me enteré de nada.
Para el 86 recuerdo con cariño que completé el álbum de cromos de cierta marca italiana. Allí estaban el Buitre, Camacho, Maceda, Míchel, Chendo, Gordillo... El no gol de Michel contra Brasil ... Me enteré por el teletexto del resultado contra Dinamarca, partido jugado a horas intempestivas aún para mí, consagración internacional de Butragueño.
Y a partir de ahi decepciones en eurocopas y mundiales sin pasar de cuartos como máximo en días que se quedan en la memoria. A cada partido se unen recuerdos de cómo era mi vida en cada momento, fruto de la intensidad con que vivía esas fechas con la selección.
Después la época dorada de eurocopas y mundial, en la que se subordinaba el hecho de la apropiación barcelonista de la filosofía del juego de la selección, al sentimiento de amor por España.
Desde entonces se ha producido en mí una desafección por la Roja.
Los factores creo que van parejos a la decepción paulatina que vengo sintiendo con la sociedad española, con el estado y con sus instituciones, tanto políticas como deportivas.
También ha contribuido mi apego cada vez mayor al Real Madrid, fruto de sus triunfos deportivos y también por cómo se rige a nivel institucional, convirtiéndose para mí en un reducto de valores que ya no puedo encontrar en las instituciones estatales: sobriedad, lucha por un objetivo común, esfuerzo, ahorro, previsión a largo plazo, limpieza en la competición, etc...
Ayer marcó Escocia el gol que posteriormente se anuló por fuera de juego y casi me alegro, y por el contrario marcó Morata el primero y me quedé igual o incluso peor por haber sido precisamente él el autor del gol.
Una persona que, con su relativismo moral, representa perfectamente esta nueva sociedad en la que la mentira es un mero cambio de opinión y en la que si no se acata la doctrina imperante se es pasto de una neoinquisición peor que su predecesora porque ya es uno mismo el que se la autoaplica por miedo a ser anulado socialmente.
En fin, menos mal que nos queda el Real.