Hazard: Pajiplantilleo 1

He regresado del Cherengueti por vacaciones. Durante los primeros días me he sentido un poco como el pequeño salvaje de Truffaut, pero algo más viejo, sin tanto pelo, un poco más limpio y con un vocabulario más amplio. Vamos, que no era el pequeño salvaje de Truffaut, ni ningún otro pequeño salvaje. Aunque asilvestrado he de reconocer que sí he vuelto. El Cherengueti es más que la vida salvaje. He tenido que dormir en el suelo unos cuántos días antes de sentirme a gusto sobre los mullidos colchones de la civilización.

Ahora me he trasladado al sur para descansar y reponerme definitivamente de tantos y tan duros meses (antes de regresar en septiembre a la sabana) desde donde me propongo iniciar el nuevo encargo veraniego de mi jefe, el Dr. Stanley Bengoechea, que durante este tiempo de canícula pasará a llamarse Jorge Javier Bengoechea, una cosa más fresca y ligera en la que ya no llevará (llevaremos) salacot ni ropa de explorador sino el pelo de punta y camisas hawaianas.

Yo ahora mismo llevo una, blanca, con rodajas de sandía. Preciosa. Veo las estrellas observarme, casi ceñudas, y yo les devuelvo la mirada y sonrío porque se oye el mar y huele a azahar y me ha dado por pensar en Hazard, por aquello del Eden. Tengo que reconocer que no he visto jugar muchas veces al belga, pero no importa. He recibido de mis queridos amigos ojeadores galernautas (los mejores del mundo) emocionantes informes y también reticencias más que razonables.

Yo lo tengo por un Isco con velocidad pero sin arte. Si habláramos de toreros, Isco sería Morante y a lo mejor Hazard sería El Fandi. Lo cual no me acaba de gustar porque prefiero a Morante miles de veces, pero resulta que El Fandi corta orejas casi como La Galerna suma lectores, y esto hay que tenerlo en cuenta igual que se llama Eden y eso sí que no se puede dejar pasar a la ligera. Sobre todo, cuando ese edén lleva rondándote años y a pesar de ello sigue siendo joven, y mejor, más formado y maduro, más edén como para ver los partidos del Madrid tumbado en una hamaca entre palmeras y brindando por más Copas de Europa.

Yo en esto pienso como mi hija Candela. Lo importante son las sensaciones. Durante la tanda de penaltis del partido mundialista entre España y Rusia, le pregunté si iba si con los de rojo o con los de blanco, y ella me contestó que con los de rosa, que, por si cupiera más sabiduría, era el color del peto de los suplentes rusos. Pienso que el próximo edén madridista podría encontrarse el siguiente uno de junio en el estadio Wanda Metropolitano, y que para eso resulta impepinable, dadas las circunstancias, que Eden Hazard conduzca la pelota hasta la victoria entre esos colchoneros de terracota, a ser posible.

Yo después de la espantada del Rey Sol (pienso en él y lo veo viajar a Turín en carroza, con pelucón y la cara blanca de polvos con un lunar pintado en la mejilla, para ser entregado en la frontera como María Antonieta) me apunto a casi todos los nombres de entre la nobleza europea y Hazard es uno de los mejores, que además ha expresado públicamente su deseo de ser madridista.

En esta época de calor se necesitan hombres nobles y madridistas, más allá de los profesionales impecables y fríos. Se requieren deseos de madridismo más allá de los números de cualquier clase, y Hazard reúne todos los requisitos. Yo lo veo llevándose el balón hasta la línea de touchdown a pase del quarterback Modric, que delegará en él por razones naturales sus funciones de carrera, donde lo esperará Bale con su coleta de luchador de sumo y sus maneras de purasangre galés. Pienso en Luka, en Gareth, Karim, Ramos, Keylor, Vinicius (oh, Vini), Odegaard, Odriozola... y se me ponen los pelos de punta por el cóctel si no fuera porque ya los llevo, junto con mi camisa blanca de sandías.