La filosofía sirve para crear problemas, no para solucionarlos, en contra de lo que piensan muchos (incluidos bastantes filósofos y excluido algún ministro de Educación). Por ejemplo, andábamos por ahí tan convencidos de que todos los cuervos son negros, cosa comprobada una y mil veces desde que el mundo es mundo, hasta que un escocés escéptico y bonachón nos salió con que nos creemos demasiado listos. “A ver” —vino a decir—, “¿usted cuántos cuervos ha visto?” “La intemerata, y eran todos negros”, pongamos que le contestó un paisano con faldas y sporran que llevaba toda la vida en el campo y creía saber de lo que hablaba. “Correcto, Mac. Ahora dime cuántos más tendrías que ver para saber a ciencia cierta que no existe, ha existido ni existirá jamás uno blanco”. Podemos imaginar al paisano siguiendo camino mientras masculla algo ininteligible sobre dónde deberían meterse sus preguntas los señoritos de Edimburgo, pero David Hume, Esq., acababa de cargar a la posteridad con un problema nuevo y pegajoso. Tan pegajoso que alguien pudo decir un par de siglos después que la condición humeana es la condición humana: aunque no podemos evitar pensar que los hechos nos ponen en la pista de un conocimiento sólido y fiable —digamos, leyes de la naturaleza—, lo cierto es que los hechos se limitan a venir uno detrás de otro sin consultarnos, sin preguntarse si su orden es el que a nosotros nos parece más lógico o esperable, o si nos decepcionarán o no.
Me he puesto a hablar de cuervos por culpa del portanálisis del sábado pasado, que describía al Real Madrid como un congénere albino del famoso cuervo de Poe, susurrando su ominoso “nevermore” al oído de un Luis Enrique que haría las veces del joven atribulado por la pérdida de su amada en el poema. En efecto, Luis Enrique se ha topado de repente con un cuervo blanco y, como le habría ocurrido a nuestro campesino, se le han caído los palos del sombrajo: por fin ha ingresado de lleno en la condición humeana, una experiencia tan dolorosa como edificante y que haría bien en tomarse como un aprendizaje filosófico (no en vano, en el poema el cuervo se posa sobre un busto de Palas Atenea). ¿Quién iba a decirle hace sólo un mes que a estas alturas el Barcelona estaría fuera de Europa, a un solo error de perder la Liga y con pésimos pronósticos para llevarse la Copa? Muy fácil: Hume. Al menos, le habría dicho que había tantas razones para pensar eso como para pensar lo contrario.
A mis pobres alumnos suelo explicarles esta dura verdad de la vida con ayuda de un ejemplo que ideó Bertrand Russell: el caso del pavo inductivista. Imaginen un pavo que ve cómo todas las mañanas, exactamente a la misma y temprana hora, el granjero abre la puerta del corral, se le acerca y le lanza unos puñados de grano que saca de su morral. Esto ha ocurrido desde que el pavo rompió el cascarón, para él es así desde que el mundo es mundo, y todos los pavos con los que habla le corroboran con su propia experiencia personal esta grata ley de la naturaleza. Ateniéndose a la más rigurosa lógica inductiva, nuestro pavo concluye a partir de esta sucesión ininterrumpida de casos confirmatorios la validez universal del enunciado “todas las mañanas los granjeros aparecen en el horizonte para dar de comer a los pavos”. Pero la mañana del día 24 de diciembre, lo que se le aparece es su personal y fatídico cuervo blanco: esta vez la mano que sale del morral empuña un cuchillo de cocina con el que el granjero procede a rebanarle limpiamente el pescuezo. El desenlace de esta historieta navideña suele recibirse en el aula con algunas risas, hasta que pregunto por el error de razonamiento que ha cometido el difunto pavo. Al comprender que no ha cometido ninguno en absoluto, las sonrisas desaparecen o se vuelven un punto nerviosas. Y al comprender que no hay la menor diferencia entre la situación desde la que razona el pavo y la nuestra —un perímetro cerrado de hechos que podrían cambiar radicalmente de significado si alguna vez lográramos acceder a un perímetro mayor, invalidando así todas nuestras certezas—, los alumnos particularmente sensibles pueden llegar a sentir un ligero vértigo. El corral de los humanos es bastante más grande que el de los pavos, pero nada más. Unos y otros compartimos la condición humeana, estamos a merced de una contingencia infranqueable para nosotros; o, como dijo más crudamente William Blake, “generalizar es ser idiota”.
Aunque Luis Enrique se haya tildado severamente a sí mismo de gilipollas, al menos debe agradecer a la temporada 2015-2016 el haberle dado la oportunidad de no ser idiota nunca más. Se caiga o no con todo el equipo, el equipo y él ya no volverán a estar seguros de que un buche bien cebado de puntos, parabienes y lisonjas anuncia de manera incontestable que los laureles están destinados a tus sienes y no, por ejemplo, a adornar la bandeja en la que vas a ser servido con un limón incrustado en el culo. Ahora bien, esto no es exactamente una suerte. El pavo de Russell se libró de tener que vivir una segunda vida en la que, visto lo ocurrido en la primera, su alegría cotidiana ante la ración diaria de grano se viera ensombrecida una y otra vez por la inquietante posibilidad de que todo terminara igual. En cambio, la temporada del Barcelona gravitará para siempre sobre las que habrán de venir, tiñéndolas de un desasosiego que ningún buen augurio logrará conjurar. Y aun diría que si la actual no acaba del todo mal para ellos, con todo la alegría ya no va a ser en ningún caso la que esperaban. La experiencia nos hace siempre más sabios, pero no necesariamente más felices.
No obstante, el problema de la inducción sólo lo es para quien necesita afianzar sus esperanzas escrutando obsesivamente las evidencias en su favor. Yo diría que lo que hace del Real Madrid lo que es, un fenómeno sin parangón en el mundo, es que no participa de esa psicología un tanto endeble. El Madrid —el verdadero Madrid, o en todo caso el único que admite mi personal y caprichoso imaginario— jamás ha necesitado proclamar que posee al mejor jugador del universo, o que es la encarnación del arte hecho fútbol, o que atesora todas las cualidades espirituales que hacen de la humanidad una cofradía de almas bellas y de Cataluña el paraíso de la amistad y el buen gobierno, para reconocerse a sí mismo el derecho al triunfo y la gloria. Tampoco ha basado nunca ese derecho en un relato lacrimógeno sobre el eterno perdedor que planta cara a los poderosos envuelto en la bandera del Pueblo (un salvoconducto que, al parecer, dispensa del incómodo requisito de demostrar superioridad sobre el rival para que a uno lo aclamen por eliminarlo). Estas enormidades más bien ridículas los madridistas se las dejamos a los quejicas que ven la victoria como un premio que el mundo les debe, y que por tanto reprochan al mundo su cruel injusticia cuando no la consiguen. El madridismo se pasó 35 años reclamando la Copa de Europa con el único pero definitivo argumento de que somos el Real Madrid. Fuera cual fuese la calidad de la plantilla, el brillo del juego o la situación institucional, el equipo se lanzaba cada temporada en pos de su Grial, y de la Liga, la Copa, el Teresa Herrera y lo que se pusiera por delante, con la fijeza del que no ha nacido para otra cosa. Ganar los trofeos nunca fue una recompensa que saldara una deuda o liquidara un agravio, sino una muesca más en la culata; y no ganarlos jamás fue un fracaso, sino una confirmación, por lo demás innecesaria, de que perder no nos vale. Esta supina insolencia explica a la vez el odio y la fascinación que el Real Madrid despierta en todas partes, y es algo que a los madridistas nos arrebatarán, como al viejo Charlton Heston su rifle, “only from our cold hands”.
(Nota bene. Aprovecho para deshacer un equívoco que se está volviendo crónico. Jesús Bengoechea acaba de argumentar que nada nos prohíbe a los madridistas quejarnos de los árbitros, enfrentándose así a la opinión de quienes lo ven como un tic de “equipos pequeños” o como un atentado al “señorío”. A mí me parece que la disyuntiva es falsa. Escudarse en errores arbitrales para salvar la cara es mezquino; en cuanto a los robos, hay que denunciarlos por simple civismo. Esto vale para cualquiera, incluido por supuesto el Real Madrid. Pero acabo de explicar que la insolencia del alma blanca no conoce límites: si a un madridista no le vale perder así tengamos que meter a un utilero en la alineación por falta de efectivos, tampoco le vale aunque el cuarteto arbitral lo integren los hermanos Dalton. De modo que: 1) bien por la denuncia de Jesús, y 2) las quejas, al maestro armero. La distancia moral entre la denuncia y la queja es más o menos la misma que separa a Edmond Dantès del pollito Calimero, que para colmo era negro.)
Escribo sin saber todavía si nuestras albas alas nos han transportado por fin a Milán, y cuando no se sabe tampoco si dentro de un par de semanas cenaremos o no pavo a la catalana. Pero sí lo hago con la certeza absoluta, que ni Hume refutaría, de que no es en los títulos que finalmente ganemos o perdamos este curso donde cifraré mi orgullo de madridista un año más. Será en esa mirada fija, sostenida contra todo y contra todos, con la que nos hemos negado a morir antes de tiempo. Puede que al final resulte que todos los cuervos sí eran negros, pero el Real Madrid siempre te obligará a contar hasta la última maldita pluma.
Número Dos
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"mirada fija, sostenida contra todo y contra todos"
Eso es lo que más me ha impresionado siempre del Madrid, marca de la casa al alcance de casi nadie más: cuando constatas que el árbitro está en tu contra, incorporas el dato, te adaptas a la situación sin aspavientos y redoblas esfuerzos para vencer incluso en esta circunstancia.
Gran artículo. Uno más
El Madrid es tan grande!!! Que no tiene rival en todo el planeta, rival con el que juega y gana, no es rival. Entonces quien nos tiene que medir, para estar a la altura de nuestro club. Luego el madridista es el prepotente y grosero seguidor de futbol. Se le pierde el respeto a todo rival que se enfrenta al club blanco, pero eso si, los malos somos nosotros. Es tanto el odio que despierta nuestro club, como la grandeza que posee, por eso es y sera el club mas grande de la historia de este deporte llamado futbol.
Excelente. salvo en punto. El Madrid si necesita decir que tiene a los mejores del mundo. De hecho, a cada jugador medianamente bueno que ficha, tarda semanas la prensa adicta en declararlo "el mejor del mundo" en su puesto. Ha pasado hasta con Kovacic.
Por lo demás, un rato de agradable y divertida lectura.
¿Cuál Ritman? ¿Cual? El Sport, El Mundo Deportivo, La Vanguardia, El País, El As, la Razón cuyo jefe de
deportes D. Julián Redondo culerdo hasta la nausea, El Mundo donde han hecho hace poco limpia de
madridistas, El Marca el famoso diario de la hernia. Empiezo a no soportar sus comentarios babosos
y malintencionados, que sólo buscan desinformar. ES DE TODO PUNTO INCOMPRENSIBLE QUE LA
GALERNA LE DEJE COMENTAR A UNA MALA PERSONA COMO USTED.
¿Cuál Ritman? ¿ Cual?. ¿Qué prensa? ¿ Cual? Es usted un m...........
"salvo en un punto"
Jejeje muy bueno, pero no sé por qué narices, se me había metido la idea de que en cualquier momento, con la condición "humeana", le darías el palito correspondiente a la prensa en los lomos de meana que ni comprende ni quiere nada que venga del RM. 😉
Me parece el mejor artículo escrito hasta ahora en la Galerna (con todo el respeto para el resto de artículos que comparta o no, son de calidad contrastada).
Que gran reflexión.
Muchas gracias Ángel por escribirlo y por la reflexión
Tremendamente explicativo. Los pelos como tenazas despues de leello... Y con la esperanza de que el nemigo si lo lee no lo entienda, no vaya a ser que le sirva como texto terapeutico y se nos acaben los pavos confiados.
Magnifica pluma la suya y no de cuervo precisamente. Enhorabuena y hala Madrid!!!
Muy agradecido a todos por los comentarios, de verdad. Especialmente a Ritman, al que algún desaforado no le ha dejado siquiera colar un "pero".