Desperté granulado, con el color saturado y en 70 mm, como en una película de 1977. Al hablar, comprobé que mi dicción era perfecta, el tono grave y el timbre foliador. No hacía falta ser muy audaz para darse cuenta de lo desacostumbrado de la situación. De hecho, nunca había amanecido en Ultra Panavision. Más allá de cierta preocupación transitoria, decidí fisgonear. En la habitación había un televisor antiguo que estaba nuevo, me acerqué y giré un potenciómetro. Tras unos segundos, apareció un periodista informando sobre las nuevas incorporaciones del Real Madrid esta temporada: Stielike, Juanito y Wolff. Ya no había duda, estaba en 1977.
Después de arreglarme pelo y patillas, me coloqué unas correas con dos fundas a ambos costados para portar pistolas, me cubrí con un tres cuartos de piel marrón y bajé a la calle. Pesqué un periódico local a cambio de una moneda en un expendedor metálico. Supe que mi coche era un Ford Mustang Shelby del 67, conduje por inercia hasta un bar, bajé del vehículo y cerré la puerta con suficiencia, sin echar la llave. Ya no había duda, estaba en una película. Cuando volviese al presente, se lo contaría a Lou, le gustará, su ilusión siempre fue ser como Steve McQueen. Pedí un whisky. No sabía si existía el libre albedrío o bien mis acciones estaban sujetas a un guion, opción que cobraba fuerza en virtud de la situación. Había dos teléfonos gemelos de los cuales solo uno funcionaba. Sobre ellos, un televisor. Jimmy Carter había cedido el control del Canal a un dictador panameño con un sombrero ridículo. Al parecer, aquello no era del agrado del resto de clientes. Entró en el local una mujer de la que solo pude ver su voz. Estaba desubicada. Me acerqué a ella.
—Hola, me llamo Trevor, ¿se encuentra bien?
—Yo soy Marie. No sé qué decirle, aún no entiendo qué ocurre. Esta mañana me levanté sin imagen, en una emisora de amplitud modulada de 1953.
—Aunque le parezca extraño, la entiendo, yo desperté en un largometraje de 70 mm, fíjese qué espectro de colores tengo. Y, cada pocos segundos, se me ven imperfecciones y pelos en la imagen. ¿Quiere tomar una copa? No sé qué demonios significa todo esto, pero se sentirá mejor. Créame.
—De acuerdo, un whisky triple, por favor.
Comentamos lo singular del caso, no alcanzábamos a comprenderlo, pero estábamos muy cómodos, a pesar de que ella no emitía ninguna señal en el espectro visible. A la tercera copa, le representé dos persecuciones, una escena dramática y tres tiroteos. Ella me deleitó con unos jingles publicitarios deliciosos de los que ya no se pueden escuchar en ninguna emisora. Acto seguido, me ofreció el parte en el que se anunciaba el fichaje de Alfredo Di Stefano por el Real Madrid.
—Es usted la voz de 1953 más bella y profunda con la que nunca he tomado un whisky en una película de Ultra Panavision de 1977.
—Ay, qué cosas más bonitas me dice, Trevor. No se aprecia, pero me he ruborizado, la onda portadora se me turba y la amplitud de mis señales senoidales se dispara.
—No vea en mí intenciones aviesas más allá de un creciente deseo de yacer junto a usted, claro está, pero no le miento cuando digo que su palabra es excepcional, por muy soprano que se levante.
Entre flirteo y flirteo, le resumí a Marie los éxitos logrados por el Real Madrid tras el fichaje de Di Stefano que me acababa de anunciar. Ella me contó anécdotas muy interesantes de Ricardo Zamora y de cómo se construyó el estado Santiago Bernabéu. El optimismo se apoderó de nosotros y volvimos a ver el futuro que nos esperaba en el presente con ilusión y convencidos de la potencia histórica que era capaz de ejercer el equipo de cara a los partidos contra Barcelona y Manchester City.
Al cabo de varias horas, tras cuatro rollos y completamente desinhibidos, decidí revelarme, ejecuté mi mejor secuencia de pasión y Marie me declamó su amor.
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