La última consigna de lo futbolero (y lo futbolero no atañe, o no debería atañer, al madridismo) es torpedear el valor de la Undécima. La cuestión, piensa uno, es añadir a la "onceava" (así la llaman algunos ínclitos consignatarios) en el imaginario popular una pestaña de saldo. Ver la "onceava" colgada del perchero al lado de la del Chelsea es una cosa que da mucho consuelo a los onceavos. Fíjense qué cosa tan sencilla.
El onceavo, un hombre partido en once trozos, es como un niño convaleciente que necesita ternura más que paliativos, mayormente porque no hay ninguno de estos que sirva. Hay que sentarse a su lado en el borde de la cama y cogerle de la mano y acariciarle la frente mientras se le susurra que la onceava no vale nada y luego se le tararea amorosamente el himno del Aleti seguido del del Barsa. Después de esto, el onceavo duerme profundamente aún con los restos del lloro, del desasosiego (y con algún que otro sobresalto espasmódico), presentes en su rostro.
Yo pienso en el onceavo e inevitablemente me enternezco. Verle descansar al fin en esos casos después del sofoco me llena de paz. Imagino la llorera angustiosa, el disgusto del onceavo a partir de la medianoche del pasado veintiocho de mayo. Tuvo que ser terrible. Pienso en ello y me veo cogiéndolo al pobre entre mis brazos y arrullándolo envuelto en una mantita y cantándole al oído: "¡Tooot el camp, rarara...!"
Yo caminando por la casa bajo el llanto incontrolable del onceavo. Ea, ea, ea. Y nada, que no hay manera. El onceavo parece que se calma por momentos, pero de pronto irrumpen de nuevo las lágrimas cuando ve, repetición tras repetición, cómo Cristiano marca el último penalti. Eso es crueldad por mi parte, inocente, claro. Apago la tele y digo: ¡Aleti, Aleti, Alético de...!, pero el eco de la Undécima (¡la onceava, la onceava!, repite el onceavo inconsolable) resuena por todas partes.
Cómo no entender la consigna y todas las consignas futboleras (que no atañen, o no deberían atañer, al madridismo). Yo estoy tan sensibilizado con esta cuestión que, cada vez que veo a un onceavo, cojo, no la Undécima sino las once y las pongo en el apartado de los saldos. Yo les digo que once Copas de Europa, once, son mucho menos que todas las que el mundo le debe al Aleti, y entonces el onceavo sonríe como Vito Corleone cuando Michael le dice en el hospital que cuidará de él.
Si esto no surte efecto pruebo con las cinco Copas del Barsa, a las que, si les sumas una, hacen como la mitad de las del Madrid (pero esto no se lo digo nunca), de las que afirmo que son Copas verdaderas, Copas de lujo, Copas expuestas en un escaparate de Gucci junto a un maniquí de Piqué con manita y no en el de Primark, y entonces el onceavo se calma y parece que comienza lo que podría ser el inicio de una mueca de alegría que se retira al menor contacto con la Undécima (que está por todas partes), al menor susurro o a la menor referencia. "¡La onceava, la onceava!", exclama el pobre en medio de espantosas pesadillas. Y el asunto va a peor: se dice que algunos onceavos ya han empezado a mentar en sueños la doceava.
En superlativo!
Camino de la duodécima. HALA MADRID!!!
Esto de la undécima es estupendo, pero ya suena a antiguo. La duodécima está ahí, en el horizonte. Nadie, salvo el Madrid, puede ganarla y nadie, salvo el Madrid la temporada venidera, puede ganar dos consecutivas desde el cambio de formato. Ese es el reto, no es para cobardes ni para indolentes. Nos vemos en casa de Bale en Mayo del año que viene y si vamos, evidentemente, es para ganar.
Ya estamos tardando en hacer temblar a los "doceavos" por la inminencia de la "doceava" 😉
Saludos
Que buen artículo, de la UNDECIMA, Mario, lo que me he podido reír leyéndolo.... muchas gracias por este ratico y por su buena pluma literaria..