El partido comienza en agosto de 2016. Un Madrid campeón de Europa y casi de Liga empieza la temporada como si al Joshua Tree le siguiera el Rattle & Hum, o mejor, como si al Rattle & Hum le siguiera el Joshua Tree. Qué equipo ordenado, qué voz la de Zidane, qué afinamiento. El sonido es un clásico. A pesar de todo, la banda se va acomodando a todos sus miembros. La rotación es fantástica. Un día Cristiano toca el bajo y al otro la batería. El peso del grupo se reparte y todos responden. Todos son Atlas sosteniendo el mundo. La foto de Marcelo en ese trance es curiosa con su melena de león. Hay cientos de cambios: el reglamento ha saltado por la ventana. James está fuera y James está dentro. James se enfada y James no se enfada, James no juega y James sí juega. Y muy bien. Modric pasa por debajo de un túnel y sale, y luego se vuelve a meter y vuelve a salir. Modric es como el pelotón del Tour visto desde la tele en esa etapa de toda la vida de media montaña. A Benzema le están tirando tomates. Lo llevan maniatado hasta el palacio de Pilatos donde la gente preferiría hasta a Barrabás. Zizú insiste. La gente clama al cielo. Cristiano está atascado en un embotellamiento. Uno de esos de las películas en Nueva York. No puede llegar para meter sus goles. Al final aparece y mete siete de un tirón y luego vuelve a quedarse atrapado en el atasco entre pitos. Gareth Bale es un prodigio de fuerza y velocidad que quiere las llaves del Madrid. No le gusta la banda (el lateral) con la que maravilló al mundo. Quiere hacer de Isco. Quizá por eso algunos madridistas están (estamos) confundidos. Michael Jordan quiso jugar al béisbol (y lo hizo, y bien) pero lo suyo era el baloncesto. Isco es de béisbol y Bale es de baloncesto. Lo mejor de este Madrid es el baile decimonónico. Los hombres enfrente de las mujeres que luego se mezclan movidos en suaves reverencias e inclinaciones por la música de los violines. Hablan los cortesanos del equipo A y del equipo B, pero podría ser el equipo de los hombres y el equipo de las mujeres que en realidad es uno solo: es el baile en palacio donde a veces Lucas Quinto parece que luce escote y otras levita. Al Bernabéu lo iluminan las lámparas de la Galería de los Espejos. A mi este baile zidanesco me encanta. Me encantan las pelucas y los polvos y las máscaras. Cómo rabian los no invitados, los que nunca podrían formar parte de este baile. Siempre ha sido así, lo dice Zidane que siempre observa erguido, tranquilo y templado con las manos en los bolsillos que sólo saca para mostrar el puño de las cosas bien hechas. La banda, el grupo, sigue mejorando. Hasta el amor entre ellos se hace más profundo. Uno desde fuera puede percibir y envidiar y disfrutar el sueño adolescente de veintitantos futbolistas que saben que forman parte de algo inolvidable. Cómo no sentirse especial observando por la ventana de un autobús cómo te adora una afición. Por momentos parece que flaquean algunos pilares pero siempre sale alguien a sostenerlos y a apuntalarlos. Asensio es uno de ellos. Asensio deja detalles de santo aún por canonizar. Qué decir de Nacho, esa estrella criada a los pechos de una nodriza en Valdebebas, educada por Zidane y dada al mundo como profeta del madridismo. Zidane es Mr. Chips, el Mr. Chips de Peter O' Toole que canta y baila y es feliz al lado de Petula Clark. Tan feliz como puede serlo cualquiera al lado de Sergio Ramos, defensor legendario y goleador aún más legendario de los noventa, de los minutos noventa. Es verdad que Keylor no ese factótum de su primera temporada como titular, pero qué virtud es la paciencia y cuántos errores se han cometido en su ausencia. Para esos períodos narcolépticos está Kiko siempre disponible en su casilla. Yo nunca vi a unos (supuestos) suplentes tan poco suplentes. Este Madrid es el equipo más democrático del mundo. De la democracia de Hamilton, claro. Todos son de primera clase porque se sienten así. Porque les han hecho sentirse así. Kroos y Casemiro. Un pincel y una roca. A veces la roca se hace pincel y el pincel se hace roca mientras Kovacic serpentea entre ellos. La fantasía, decía. Cuando el Madrid estalla, y cómo lo ha hecho al final de este largo partido de nueve meses, es como si sonara Exit. Un bajo imponente y una guitarra que empieza tímida hasta hacerse poderosa. La voz de ultratumba, el Cristiano último de los dobletes y los tripletes en los grandes escenarios. Isco y Modric que se suben a los andamios mientras Carvajal da vueltas por debajo y Mariano vigila los cables. Yo he llorado al ver el talento de Benzema destrozar las hipocresías y he asentido en orgulloso y sepulcral silencio con el gol del momento de Morata. Gol de Morata tras gol de Morata. He asistido con interferencias en forma de molestas lesiones a la película de Varane y a los últimos grandes momentos de Pepe mientras el saltamontes de Danilo dejaba de saltar. Zidane ha logrado hasta que un saltamontes deje de serlo. Un milagro de la naturaleza como esta Liga. La Liga. Ahora sueño con un gol de Fabio en Cardiff de jugada personal. Este Madrid es el tiempo y el río de Thomas Wolfe, el mejor, según Faulkner. Tengo que decir que nos esperan años conmovedores.
Y a mí me encanta como escribes.
¡¡ Hala Madrid !!
No puede haber mayor elogio que la verdad individual que describe en su artículo, con ese estilo literario tan propio. Magnífica pluma. Grande La Galerna. Rotundo Madridismo.
GRANDES EQUIPOS,
HALA MADRID, HALA LA GALERNA!!!
Sublime rúbrica. Falta contextualizar algunas analogías, sobre todo al arranque, donde es clave.