Corría el minuto ciento veintiuno de la prórroga y Andrada, el portero de Boca que veía cómo se les escapaba la Libertadores, subió por enésima vez a intentar rematar un córner como quien sale disparando sin apuntar para intentar acabar él solo con el ejército enemigo. El balón salió rebotado y le cayó al Piti Martínez, que enfiló sin oposición las líneas enemigas hasta meterse dentro de la portería rival con él en los pies. Llegaba el tres a uno definitivo en el marcador, River era campeón y yo, hincha de los millonarios desde la primera vez que pisé aquel bendito suelo bonaerense, me abrazaba con un par de chavales andaluces primero, con tres argentinos que tenía justo detrás después y, para finalizar, con mi abuelo, también argentino, de Boca y que apenas podía mantenerse en pie pero que, en ningún momento, pareció molesto con el resultado. Un chico de Albacete al borde de la lágrima porque once tipos vestidos de rojiblanco habían ganado una copa. A quien os diga que esto “es sólo fútbol” le podéis decir de mi parte que no tiene ni idea.
A eso de las tres menos cuarto de la tarde del domingo, un coche salía de un pequeño pueblo del sureste de España con un señor de ochenta y un años de edad, procedente del municipio de Castelar (Argentina), y su nieto, un madridista de pro, con destino al Santiago Bernabéu para presenciar la final de la Copa Libertadores que enfrentaba a River Plate con Boca Juniors por primera vez en la historia en suelo europeo. Seiscientos kilómetros, muchos euros gastados y algunos que quedaban por gastar, un par de bocadillos, una bandera argentina y dos sonrisas en la boca era todo lo que llevábamos. El abuelo, hincha de Boca, me contaba veinte mil historias sobre los superclásicos pasados mientras yo conducía tranquilo, como nunca antes había ido al Bernabéu, porque por primera vez el resultado era lo menos importante. No me entiendan mal, yo deseaba con todas mis fuerzas que ganase River, pero si perdíamos, la fiesta la iba a disfrutar el viejo. Y eso casi me parecía más gratificante.
Llegamos a Madrid y anduvimos juntos, a tramos cogidos por el brazo, los cien metros que nos separaban del lugar donde el taxi nos había dejado del templo blanco. Bajábamos la calle Segre, cerveza en mano, mientras mi abuelo, cubriendo su calva con su característica boina negra con visera, me repetía una y otra vez que no se me olvidara hacerle fotos dentro y fuera del campo. Pasamos un control y luego otro, nos hicimos retratar fuera y, finalmente, accedimos.
Una vez dentro, tuvimos que subir un par de docenas de escalones hasta el primer anfiteatro donde teníamos las localidades. Cuando apenas quedaban cinco, frené en seco a aquel hombre que me ha visto crecer y le dije: ahora, cuando salgas, disfruta de mi estadio.
Quien no ha ido al Bernabéu no sabe de lo que hablo, quien ha ido en alguna ocasión, sí. Me quedé en un segundo plano observándolo, degustándome con ese instante en el que alguien llega por primera vez y se encuentra la inmensidad de ese campo ante sus ojos y cómo absolutamente todo el mundo, sea de la nacionalidad, raza, sexo, religión o incluso del equipo de fútbol que sea, se queda ensimismado. Me gustaría coger a alguno de esos que te dicen que esto “es sólo fútbol” y que hubiese visto la cara de aquel octogenario cuando se enfrentó por primera vez al Santiago Bernabéu. “Estoy en un templo del fútbol mundial”, fueron sus palabras. Y sí, la verdad es que no se equivocaba.
Jamás vi vibrar las gradas como el domingo ni nunca vi animar tanto en un partido de fútbol. Mi abuelo, al que le prometí que podría ver el encuentro sentado, se tenía que levantar y sentar cada cinco minutos porque era absolutamente imposible ver con toda la grada en pie. Hay cosas que, aunque las queramos traer a Europa, siguen siendo demasiado argentinas.
Él, de Boca como ya les he dicho, rodeado de gallinas, tuvo que contenerse para celebrar el primero de su equipo por el miedo a qué podría pasarle. Ese miedo casi extinto, por suerte, en nuestra sociedad ,pero que ellos llevan muy adentro. Luego tuvo que ver tres goles de mi equipo y cómo su eterno rival levantaba la copa más importante a la que ellos aspiran. Yo pensaba cómo sería ver a un capitán del Barça alzando al cielo la Champions frente a toda la plantilla del Madrid y, si les soy sincero, se me quitan las ganas de tener nietos. Pero él lo aguantó bien, con el respeto que siempre le ha caracterizado y esa templanza que desde que lo conozco me maravilla. Realmente el resultado era lo de menos, lo más importante es que a mí esas horas no se me olvidarán jamás. Y creo que a él tampoco.
Volvimos muy tarde a casa, con la espinita de no haber podido hacer el tour del Bernabéu y con mucho sueño acumulado. Todo eso por un partido de fútbol, dirán muchos sin comprender nada. Ojalá hubiesen estado allí para que pudiesen entender de qué va esto. Ojalá hubieran visto el suelo de hormigón temblar de pura pasión, a un padre llorando delante de su pequeño porque River salió vencedor, a un par de andaluces recorrer medio país para ver a un equipo del barrio de Núñez, Buenos Aires, proclamarse campeón de Sudamérica, o a mi abuelo disfrutando del mejor estadio del mundo. A esos que piensan que esto va de veintidós tipos dándole pataditas a un balón, les animaría a encontrarse de madrugada con cinco bosteros en una gasolinera perdida de la mano de Dios y que te miren con pena y rabia porque les has quitado su trofeo o que después de haber dormido tres horas llegues a las cuatro de la mañana a tu casa y no te puedas dormir de la emoción. A todos los que piensan que esto “es sólo fútbol” me los llevaría de buena gana a ver un River contra Boca o un Real Madrid–Barcelona para que vean qué equivocados están. Porque si el concepto que tenemos de la vida está unido a la pasión, la fiereza, el amor incondicional, la fidelidad, la alegría y la pena, la emoción y el disfrutar de los grandes momentos con los tuyos, con los más cercanos y a los que más amas, no conozco deporte que la represente mejor que el fútbol. Si la vida es todo eso y Dios sabe bien que yo creo que sí, no me equivoco cuando les digo que el domingo, en un partido de fútbol, viví más apasionadamente que en los últimos meses. Y mereció mucho la pena todo el sacrificio por haber vivido junto a mi abuelo con tanta felicidad.
No lo has podido explicar mejor.......precioso artículo...lleno de verdad y de sentimiento...no, no es sólo fútbol...me alegro por ti y por tu abuelo de que hayáis vivido ese momento juntos...eso te quedará para siempre en el corazón....
Saludos
Muchas Felicidades amigo! No conocía tus raíces argentinas!
Yo, al menos, debo de ser un inculto apesebrado por el opio del pueblo, vivo dos vidas siempre, en feliz esquizofrenia más o menos (des)equilibrada. Por una parte, mi cerebro racional, más o menos cuerdo, del trabajo, el fin de mes, la familia (no tengo hijos aún)... Por otro, un gusanillo interno que sigue royendo y royendo felizmente, rumiando el último partido y previsualizando el próximo... Cuando este último se impone en mi lóbulo frontal, no doy una: me lío con el billete de metro, valido el autobús con el bono del revés, bajo el bordillo de la acera con un pie y no con otro, por si acaso en mi emulación gafo a Modric, me santiguo para meterme en el ascensor y repito mentalmente "vamos, vamos, vamos"...cuando voy al trabajo a las siete de la mañana, paso por la puerta de un kiosco y evito las portadas con la mirada (lagarto, lagarto), cada señal acústica en el móvil está a punto de provocarme un colapso (alguna aplicación del Club me remite un nuevo parte médico de algún lateral más lesionado?).
..y voy anticipando o procastinando (bonito palabro) trabajo para dejar inmaculado ese corte espacio temporal de dos horas en que vamos a jugar.
Por supuesto, algunas veces no doy más de sí, y, conscientemente, en algún partido, me meto concienzudamente al cine, a ver no sé qué, y silencio el móvil e incluso pongo el modo avión para poder ir tapándome los oídos ante el estruendo de un proyectil que veo va a caer cerca... (esas visitas al Mein Kampf...). Por no hablar de los últimos años en los meses febrero-junio entre semana. Antes de cruzar la calle, con el semáforo en rojo, estiramientos y calentamiento, como estará haciendo Marcelo en el césped del Allianz el día antes, doblo la camiseta del pijama como el utillero preveo estará dejando la de Ramos en la taquilla de Delle Alpi, miro el techo y me concentro para lavarme los dientes como Keylor, brazos al cielo y ojos cerrados, estará realizando en Old Trafford... y, por supuesto, a mí que no me gusta demasiado la cerveza, me tomo una y subo a casa por las escaleras ese día en que jugamos en el Bernabéu como lo hago cuando puedo acudir al campo y enfilo las de Nuevos Ministerios, a saltitos, como para salir al césped, buscando una terracita entre Madridistas antes de meterme al campo.
Y, por supuesto, esos sábados agónicos de cena, con pareja o entre amigos, con el móvil en el pantalón o el bolsito y el ojo que se me va distraído al mismo y los calores me suben y bajan según vaya viendo los resultados...
-"Estás ausente"- me espetan-. "Pedimos postre?'
Un último vistazo al móvil. "Si hemos ganado sí", pienso.
-"Ahora te digo"- contesto."Voy un momento al baño".
Y allí, en ese baño anónimo con su jabón bellamente dispuesto y sus flores de plástico, con un grito de rabia y los puños al aire, o una imprecación que jura en hebreo, se decide si hay brownie o si no me apetece nada más.
Afortunadamente, hay mucho más brownie que ayuno.
Saludos a todos.
Muy conmovedor, Antonio!
¿Jamás viste vibrar las gradas como el domingo ni nunca viste animar tanto en un partido de fútbol? Me parece a mí que tú HAS IDO MUY POCAS VECES AL BERNABÉU.
¿Por qué se ha tenido que jugar la Libertadores a MILES DE KILÓMETROS de Argentina? Seguramente va a ser porque l@s argentin@s "vibráis" y "animáis" en exceso.
¿Cómo vas a ver al capitán de la Farsa levantar una Champions... SI NO PASAN DE CUARTOS?
En fin, me voy a echar una siestecita.
¿Nunca había visto vibrar las gradas del Bernabéu como este domingo? Sólo le voy a contestar con dos frases: yo asistí a la famosa noche del Anderlecht. Nunca la olvidaré.
Creo que el autor se refiere a la historia reciente. La noche del Anderlecht, así como otras de los 80, fueron brutales. Pero en el siglo XXI, salvo alguna ida o vuelta de cuartos o semifinales europeas, grosso modo, somos un estadio muy muy plano.
Dice "jamás" y su significado es: En ninguna ocasión.
No quiero ser abogadilla de nadie pero habla de sí mismo y a lo mejor jamás había vivido algo así....a lo mejor nunca estuvo en el Bernabéu cuando había localidades de pie porque seguro que si hubiera asistido no diría jamás y se acordaría fijo, porque sí que vibraban literalmente los cimientos jajajaajja........tampoco sé qué paso el domingo para comparar...pero es cierto que ahora no es lo mismo....mi padre no para de recordarlo porque se tiró más de 30 años yendo al Bernabéu sin faltar....y siempre dice lo mismo, nunca ha vuelto a ser lo mismo....ya se sabe que cualquier tiempo pasado fue mejor 😉
Si el autor es el mismo de Twitter, obviamente sí, y al que sigo gustosamente (sin tener yo Twitter, pero acudo a los que me gustan), obviamente, no pudo vivir, por edad, las noches del Bernabéu con localidades de pie, con el gallinero botando y antes de construirse las cuatro torres.
Desde las localidades totalmente de asiento, unido a los precios desorbitados de las entradas, el ambiente, mal que me pese, es flojo (salvo para pintar al propio equipo ocasionalmente).
Antes, un mal resultado en casa suponía lluvia de almohadillas y giros al palco pidiendo al presidente de turno reacción. Ahora, con el pitido final del árbitro, la seguridad te invita amablemente a irte volando para empezar a limpiar.
No me gustan, pero son otros tiempos.
Verbigracia: mañana contra el CSKA: nada en juego, precios carísimos. Más de 15000 localidades por vender en este momento. Pues nada. 55000 personas (5000 rusos, 5000 turistas y unos 45000 euroabonados) y hasta la próxima.
No me gusta, insisto, pero es lo que hay.
JAJAJAJAJAJJAJA, ya te digo que vibraban.
Te puedo contar que, muchas veces, cuando iba al gallinero, pasaba miedo porque temía caer al mismísimo césped, de las que se organizaban allí arriba y también te puedo contar que (y ya siendo socia) colé a infinidad de amigos (compraban una entrada de las más baratas pero les dejaban pasar abajo, de pie, porque yo decía que eran mis "novios") y siempre se iban EMOCIONADOS por el ambiente vivido.
Por eso, porque antes se vivían auténticos espectáculos, no entiendo a Antonio De Mora, que se define como madridista desde antes de nacer y que ha visto jugar a Raúl, Ronaldo, Figo, Zidane, Cristiano y compañía diga eso del "jamás". No lo entiendo, Paz. No lo entiendo.
Coincido plenamente, fue sentar a todo el estadio e irse al garete el ambiente y ese punto canalla y castizo de la grada. El punto de inflexión fue el partido de ida de semifinales con el Borussia, hace ya 20 años, cuando se nos cayó la la valla encima y con ella la portería. Aun así, el Bernabéu sigue siendo muy especial en unos cuartos o semifinales de Champions. Y sigue impresionando a los contrarios en esos momentos. El resto del año, somos el tendido 7, a los de los silbiditos les retiraba el carné de socio.
Coincido con Son Gohan. Nuestro estadio no es lo más pasional del mundo. Un buen amigo mío estuvo ennoviado, hace unos cuantos años, con una señorita madura, pero de muy buen ver. La pobre tenía un problema médico en la intimidad. Por decirlo de la manera más liviana posible, "hacer, hacía; pero no sentía". Pueden vds imaginar que el trance, según mi amigo, era la cosa más fría y desabrida que uno se pueda imaginar. Pues bien, mi amigo le llamaba a tener intimidad con aquella dama "ir al Bernabeu", o "bajar al Bernabeu". Está dicho todo.
jajaajajaajajajajajaajajaja
Jajajajajaja, me sabe mal reírme porque en cierto modo me río de una disfunción personal y de una coña a nombre de nuestro estadio, pero es muy bueno
¿No sería que tu amigo era un pipero que no sabía otra cosa que pitar? Vamos, que no se implicaba.
jjajajaajajajajajajajaj me meo jajajaajajjaajja
Paz, no les ha hecho gracia. ¿Por qué será? Jajajajajjaja 😉
Ahora sí me despido hasta mañana.
Bonito artículo, de sentimiento, y muy respetable en cuanto a la "vibración" del estadio.
"Del sureste..." En mis tiempos mozos, los de "provincias" éramos los animadores de unas gradas, digamos algo frías. Recuerdo ese señor socio decirme: chico, tranquilo, aquí tomamos caviar ! Y yo aplaudiendo a más no poder....que tiempos. En fin, de provincias.
Por cierto me hacía 800 km entre ida y vuelta, sin autopistas,y a trabajar sin dormir.... y el Sr. Socio solo aplaudía cuando daban caviar..... "tos iguales".
Mis respetos al Sr.Abuelo del artículista y su experiencia y sentimiento es solo suyo. Efectivamente no, no es solo fútbol.
Jajajaja, a mí me han llegado a recriminar en ocasiones que me levantara a gritar en un gol porque no dejaba ver...
De todo tiene que haber en la viña del Señor...
Bueno, pues nada, hoy toca ponernos a caldo a nosotr@s mism@s.
Buenas noches.
¡¡¡HALA MADRID Y NADA MÁS!!!