Ayer por la noche me sentí tan vivo como aquel joven Vladimir enamorado de Zenaida. Lo que vendrá después no me lo dirá Turguenev sino probablemente Zidane, que es el más elegante de los entrenadores como Turguenev lo fue de los escritores rusos. La presión del Madrid era una turbación adolescente y el zarandeo al que se vio sometido el Sevilla una edad adulta sin amor. Lo de James fue la correspondencia. El primer beso en el segundo en que dos cabezas se inclinan por primera vez cuya trayectoria fue la curva del balón del colombiano, que tiene un pie de madera y de hierro cinco y no marca goles sino que los emboca. Casemiro, Kroos y Modric son las tres cáscaras de nuez del trilero que se forra ocultando la bolita a un público sevillano. Un trilero que usa el catch and shot para jugar en todas sus variantes como la tijera de Modricito, ¡Modricazo!, que si marca eso convierte al Bernabéu en Woodstock.
El Madrid es fuerte como el mar. Las olas revuelcan entre la espuma a los sevillistas mientras Marcelo surfea con una pierna mientras con la otra ensaya el escorpión por esa banda suya que es como el estudio de Jean Michel Basquiat. Veo a Vitolo dar bocanadas entre los peces del Madrid que nadan como bancos de colores en todas direcciones antes de que Toni Kroos cuele la pelota desde la esquina por detrás de una tapia donde espera Varane para marcar picado de cabeza. Falla el Sevilla pero no perdona como cuentan, perdonen. No hay nada que perdonar. Que no inventen porque Iborra es un Luca Toni con la mirada de Maldini. Marcelo y James haciendo una de zoolanders en la gasolinera. El madridismo se muere de la risa como James cuya sonrisa es una góndola veneciana. Nos va a cantar los doce cascabeles y alguien con sombrero cordobés dirá olé. Lukita cae dentro del área y a nadie le importa cómo. Marca James que vuelve a ser de dibujos como el repliegue de Casemiro, el hombre invisible hasta que chocan con él.
Hay una estepa rusa en Concha Espina por la que se lanzan unos cosacos. Morata se emborracha pero permanece de pie sobre el caballo. Andrei Bulba, el hijo de Taras. Marco Asensio se mueve a placer. Es otro niño en el patio que se lleva la pelota con un saltador de muelles. No falla nadie. Ni siquiera Cristiano, ni Benzema, ni Ramos, ni Keylor. Kiko Casilla es un portero. En el setenta se me nubla la vista con el control de Marcelo, que la pincha entre varios defensas y la enrosca y se cae pero no y todo vuelve a empezar y yo estoy viendo ahí la emocionante contención de José Bódalo bajo un aura garciana de tabaco negro. Hay un juego de engranajes primoroso. Dientes que se acoplan y salen entre las líneas rotas del Sevilla para que Nacho, que es un jugador de leyenda, dispare la jugada y luego corte la del rival con una contundencia hermosa, como de hijo que ya se ha hecho hombre. Me acuerdo de Mourinho que levantó esto igual que Stanley Kowalski recogía la mesa, hasta que acabó viniendo Zizú para hacernos a todos confiar en la bondad de los desconocidos.
D. Mario, magnifico relato. Impresionante.
Le copio el comentario hecho en la crónica de D. Jesús, con mi aplauso.
"Nada que añadir D. Jesús, magnifica crónica.
PARTIDAZO! que espero avive las "ascuas de oro del Madridismo" y sigan provocando llamas en eso que se llama prensa deportiva. Como Ud. con su crónica, la puntualización del Sr. Faerna y la OPINIÓN siempre LÍRICA y acertada de D. Mario, nos hacen llegar en sus escritos.
HASTA EL FINAL VAMOS REAL!!! (VAMOS GALERNA's)"