Todo cambio de régimen implica un biscotto, un pacto, una componenda. Es una historia muy vieja, por otra parte. Más vieja que el mismísimo mundo. Lampedusa le dio el archisabido nombre: gatopardismo, es decir cambiarlo todo para que todo siga igual, etcétera. Yo, hoy, tendría que estar hablando del regreso (algo de mentirijillas, todo hay que decirlo) de la Copa Intercontinental. Pero qué quieren que les diga yo a ustedes: en este mundo perro en el que vivimos, ya te joden hasta la nostalgia. Al Madrid, que jugó fatal en Vallecas el sábado por la noche, un partido malo de solemnidad, sobre todo en defensa, calamitoso, infame, le birlaron sin embargo dos penaltis como dos catedrales góticas. Una cosa no quita la otra.
Eso, el latrocinio arbitral, impidió que a esta hora el equipo de Ancelotti sea el líder de la Liga y, además, con un partido menos. Fueron unos penaltis tan descarados, el primero de ellos además con el árbitro encima y el segundo con el ominoso y laaaargo silencio de los comentaristas del realizador oficial en España del campeonato mientras Óscar Lago, ese Leni Riefensthal de la propaganda antimadridista desde los tiempos de Canal Plus y las ligas de Tenerife, iba pasando las tomas de la patada a Vinícius en toda la espinilla; fue tan burdo el asunto que, ¿cómo ponerse tierno recordando esta mañana si lo que a uno le pide el cuerpo es quemar el Palacio de Invierno?
Cómo sería el tema que hasta el Madrid abandonó el rictus hierático del faraón y arqueó las cejas con su crónica habitual de los partidos, en su página web. Es de agradecer que al menos alguien en las alturas institucionales comparta el hartazgo del madridista medio. Pues lo cierto es que nos están haciendo verdadera luz de gas. Los enemigos del Madrid, que suelen serlo también de la verdad y de la decencia, han conseguido invertir los términos de la realidad. Desde que saltó lo de Negreira, hace ya más de un año, a menudo tengo la sensación de que, señalando el semejante montón de mierda que se está acumulando en la causa judicial contra el Barcelona por adulterar la competición por décadas, el madridista asume el ridículo disfraz del bufón conspiranoico. Es decir, que se pone, o le ponen, el gorrito de papel de plata en la cabeza. Y que quienes debían ser los principales denunciantes públicos del escarnio, todas las demás aficiones de España, lo ridiculizan a él y no precisamente al aficionado del Barcelona. Pues, en el fondo, y aquí está la madre del cordero, todos ellos confraternizan con el sospechoso ladrón en agradecimiento por haber jodido tanto al que en buena lid lo ganó casi siempre todo.
Quienes debían ser los principales denunciantes públicos del escarnio del asunto Barça-Negreira, todas las demás aficiones de España, ridiculizan al madridista y no al aficionado del Barcelona. En el fondo, todos ellos confraternizan con el sospechoso ladrón en agradecimiento por haber jodido tanto al que en buena lid lo ganó casi siempre todo
Es enloquecedor, pero así estamos. La cosa es que viendo lo alevoso de los dos penaltis mangados al Madrid en ese Puerto de Arrebatacapas que es cada fin de semana la liga española de fútbol profesional, yo no puedo más que pensar que Negreira, en realidad, sigue mandando. No ya la persona, sino El Sistema. El otro día Villar salió diciendo que Negreira era poco más o menos que un estafermo en el Comité Técnico Arbitral, a pesar de que su “colaboración”, en calidad de vicepresidente del mismo, con el Barcelona empezase con su llegada al estamento arbitral de la Federación y cesase con su marcha. Ya es mala suerte que los sucesivos presidentes barcelonistas sobornasen durante todos esos años a un mindundi.
Las cosas raras que todos pudimos ver a lo largo de ese tiempo y que tuvieron su clímax a lo poltergeist durante la Era Messi no fueron otra cosa que casualidades. Un cúmulo nuboso de casualidades. Una DANA estocástica. Pensando en la Copa Intercontinental caí en la cuenta de que cuando el Madrid ganó aquella del 98, con el aguanís de Raúl en Yokohama, ¡ya estaba Negreira en plena faena! Aquella misma liga, por ejemplo, que terminó ganando el Deportivo de La Coruña, contempló una de las barbaridades más gordas que uno recuerda: en el Clásico del Camp Nou famoso por el gesto de silencio de Raúl, Sergi Barjuán evitó un gol del Madrid bajo palos realizando un hermoso paradón, evidente para todos menos para el trencilla del encuentro. Que se fumó, como dicen ahora los chavales, un penalty tan obsceno como los del sábado en Vallecas, y aquí paz y después gloria.
Lo que nadie aún ha explicado es por qué el videoarbitraje está sirviendo de herramienta para manipular los partidos al antojo de oscuros realizadores ni cómo es que la tecnología está legitimando la adulteración de los resultados a conveniencia de los adversarios del Madrid
Puede que Negreira ya no esté, pero sin duda han quedado algunos de los resabios de aquella época tan larga. Los regímenes autocráticos de extensa duración sólo terminan, o son desactivados, desde dentro. De la satrapía villaresca en la RFEF se transicionó a otro modelo, el rubialesco, que llevó la emancipación de la mujer a Arabia Saudí y toneladas de dinero a muchos otros lugares, algunos de los cuales están por cierto también siendo investigados. Pero los resortes burocráticos del poder, ¿han cambiado? No lo parece, desde luego.
Vivimos en plena modernidad, lo pensaba mientras nos metían por los ojos la enésima actuación de opereta bufa que Tebas con su idea de las cámaras en el vestuario le brinda cada sábado a los rivales del Madrid en provincias, antes de saltar al terreno de juego. Tenemos Supercopa árabe y Copa Intercontinental emiratí, Mundial de Clubes en verano y hasta podemos verles el jeto a los narradores de la tele cuando en un partido se mete un gol. Lo que nadie aún ha explicado es por qué el videoarbitraje está sirviendo de herramienta para manipular los partidos al antojo de oscuros realizadores ni cómo es que la tecnología está legitimando la adulteración de los resultados a conveniencia de los adversarios del Madrid, para sorpresa de nadie y escándalo tan sólo de nosotros, que somos cuatro gatos.
Getty Images.
En la sala VOR de Las Rozas debe estar un representante de cada club contendiente. Estos deben ser los que llamen al árbitro de campo para que revise las jugadas. Solo ellos, eliminando la figura del árbitro de VAR y sustituyéndola por estos dos "árbitros de club". Cada uno debe tener la oportunidad de solicitar la revisión de jugadas un número limitado de veces por partido, algo así como sucede en el tenis.
Todo esto, claro, con una empresa operadora de imágenes que no tenga absolutamente ninguna relación con ninguno de los clubes de la Liga, no como sucede ahora con Mediapro. Porque si no, es muy fácil que a la sala VOR lleguen algunas imágenes sí y otras no. Entonces da igual quién se encargue de revisarlas.
Todo esto, no me engaño, es difícil que se aplique. Una vez que los corruptos han conseguido ostentar el poder, en este u otro campo de la vida, ¿por qué iban a organizar las cosas para que la corrupción sea más difícil o imposible? Los corruptos perderían su poder, lo entregarían porque sí. Eso es inverosímil.
Lo que sí les viene bien es la apariencia de virtud. En este sentido el VAR les vino bien al principio. Parecía que se estaba haciendo algo. Se buscaba la justicia. "La prevaricación arbitral se acabará con el videoarbitraje", se decía. Desde luego, podría acabarse. Pero siempre que el VAR lo manejaran los clubes y no los árbitros. ¿Por qué los árbitros iban a querer acabar con la prevaricación arbitral? Es como si los mafiosos quisieran acabar con la mafia. Un absurdo.
Esto me recuerda a la película Casino, de Scorsese. "El crupier controla a los jugadores, el jefe de mesa controla al crupier, el jefe de planta controla al jefe de mesa, y yo desde la sala de vídeo les controlo a todos". Algo así, no es literal pese a las comillas.
Pues imaginemos al dueño de un casino que decidiese un buen día que los crupiers alternasen entre las mesas y la sala de las cámaras. Un turno abajo y otro arriba. Ese dueño de casino estaría pegándose un tiro en el pie.
Eso tampoco te garantizaría nada; basta escuchar "ElRadio" de Richard Dees cada lunes para saber los argumentos que emplearía el prevaricador de turno al ser llamado al monitor Var. Con decir que el no considera que sea penalti, solucionado y se quedaría tan ancho.
Todo en el futbol español está podrido.