No sé cómo podría escribir algo digno del recuerdo (joder, el recuerdo) de Kobe Bryant. Por la edad era uno de los míos. Pienso en su hija y en la mía. En su hija muerta junto a él. Pienso en su mujer y en sus otras hijas. Y prefiero no pensarlo y no puedo dejar de hacerlo. Imagino como debe de ser este dolor lejano mío en esa familia rota. Y lloro. Está llorando el mundo entero.
La NBA tiene esa particularidad. Es como la infancia. Es una especie de patria donde uno guarda sus recuerdos. En eso es como el Madrid. Yo tengo recuerdos de mi vida que son la NBA. Tengo a Larry y a Magic y a Michael dentro de mi corazón de niño. Y a tantos otros al mismo tiempo: Barkley, Thomas, Olajuwon, Drexler, Mullin y muchos más.
Todo eso nos lo contaba Trecet. Kobe llegó unos cuántos años después. Yo lo recuerdo como un niño que anunciaba zapatillas de Adidas. He de reconocer que para mí al principio hubo otro antes que él. A mí me gustaba más Iverson, por ejemplo. Iverson fue mi favorito de aquella época. Lo de Kobe fue viniendo después.
Kobe Bryant le preguntó a Michael Jordan en la pista, durante un lanzamiento de tiros libres, cómo podía hacer para conseguir su tiro en suspensión, y Michael le respondió que la sensación se sentía en las piernas. Fue una conversación entre las nubes. Kobe Bryant lo quiso saber todo de Michael Jordan y del baloncesto y yo pensé durante mucho tiempo que no era más que un imitador. Bueno, sí, muy bueno. Pero sólo un imitador.
Y me equivocaba. No sólo porque no era un imitador, sino porque era mucho más que eso: era un ladrón, que es lo que decía Picasso de los genios: “los buenos artistas copian, los genios roban”. Kobe Bryant dijo que durante su madurez llegó a sentir clarividencia en su juego. Que podía ver las próximas cuatro o cinco jugadas en un partido y hacer que sucedieran tal y como las había imaginado.
Fue como convertir todo el trabajo de una vida, la vida misma, en espiritualidad; y desde la espiritualidad es desde donde nos llegaba a los niños como yo la NBA y los jugadores como él. Kobe tenía la espiritualidad clásica de la NBA. Kobe trabajaba como Bird y como Jordan y alcanzó esas alturas. Y yo por aquellos tiempos ya no lo sentía. Ya no era un niño. Yo era un joven juzgando a otro joven que bebía los vientos por los grandes, igual que yo, y además se igualaba a ellos.
Él no perdió la fe y yo sí. Yo me había hecho mayor y él no. Y él seguía allí para ser parte de la historia. Es emocionante pensar en todo lo que hizo Kobe Bryant. En todo lo que hacía para ser cada vez mejor. Él sólo quería oír, después de tirar, el sonido de la red al pasar el balón a través de ella. Para eso entrenaba: no quería oír el sonido de la pelota tocar el aro.
Y además era plástico. La plasticidad siempre ha creado mitos. Es el arte. El talento, el arte y el trabajo. Kobe Bryant, ahora lo comprendo bien, iba en busca de la belleza. La perseguía. Los grandes jugadores de la NBA, como él, eran, son, cada una de las fotografías, una por día, de un mismo hombre a través de los años, desde la infancia a la madurez.
Yo me emociono como Jep Gambardella al comprobar la magnitud de la exposición, la belleza y la dureza de la vida y su inevitable finitud. Kobe Bryant era un hombre joven que lo ganó todo (hasta un Oscar) al que le faltaban aún muchas fotografías. Gianna María, su hija de trece años, apenas había empezado a posar, como hace unos días junto a Luka Doncic.
En los últimos tiempos le habíamos visto mucho, a él y a ella en primera fila en los partidos. El padre le explicaba a la hija los secretos de su deporte, al que Gianna se quería dedicar. Le vimos feliz saludando a Luka en mitad de un partido, o abrazando a su amigo Lebron después de que este le superara como tercer máximo anotador de la historia de la NBA. Y Gianna reía a su lado. Eso fue antes de ayer. Es como si se nos hubieran ido el príncipe de Bel Air (born in Philadelphia) y su pequeña, y con ellos se nos hubiera ido de pronto una parte del presente y esa parte de nuestras vidas guardada en una cajita secreta enterrada en algún lugar de nuestra infancia.
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que bello, cierto y desgarrador artículo Mario. Gracias por ello.
Muy emotivo, Mario.
Hermoso homenaje. Muchas gracias.
Cuando murió Fernando Martin yo tenía 19 años y me resistía a creer la noticia. Ayer por la tarde fui yo quien le dio la noticia a mi hijo, el mayor experto de la NBA que conozco, a sus 20 años. "No te creo", me dijo varias veces. No puede ser verdad. Ambos queríamos creer que había esperanzas, o un error en la noticia, quizás con esa misma creencia que tenía yo a su edad de que nuestros ídolos son inmortales.
PRECIOSO.
Desde la terrible noticia, como mecanismo de defensa, he evitado leer ningún artículo referido a Kobe Bryant Y apenas conozco detalles sobre el suceso. Al final, dentro de la tristeza, me reconforta relativamente haberlo leído. Espléndido artículo. Gracias.