Nacho nunca solo cumplió

Hay carreras que se han desarrollado unidas a un cliché. En el caso de Nacho Fernández Iglesias, nadie puede negar que había dónde elegir. Aunque, entre todos los tópicos, destacaba la sempiterna coletilla del “siempre cumple”, que lo acompañó desde su debut en el primer equipo, con Mourinho en 2011. En cierta manera, se trataba de un elogio envenenado que, intentando alabar su regularidad, acaso cercenaba de forma inconsciente las posibilidades de crecimiento de su valoración por parte de los observadores. Un notable perpetuo que, con inequívoca buena intención, colocaba sin pretenderlo un techo de cristal muy probablemente no solicitado. Algo apreciable pero quizá insuficiente en algunos momentos, como recibir una caricia como gesto de ternura cuando se espera un beso apasionado.

El “siempre cumple” es como recibir una caricia como gesto de ternura cuando se espera un beso apasionado

Florentino Pérez, que, a pesar de su costumbre de refugiarse en discursos excesivamente institucionales y prudentes, ha demostrado una sobrada capacidad para leer a las personas de su alrededor —virtudes, complejos y debilidades incluidas—, sin duda es consciente de las connotaciones de la manida etiqueta de cumplidor. De ahí que renunciase al cómodo estereotipo en su cariñosa intervención. En los últimos años, la estampa del presidente ha ido adquiriendo cada vez más dimensiones bernabeucas: sus palabras tuvieron un marcado carácter paternal, con alusiones familiares y otorgando la misma trascendencia a la conducta, el crecimiento personal y las actitudes que a los triunfos. Es posible que no se trate de una novedad en los propósitos de Florentino —ya ganó sus primeras elecciones hablando de valores—, pero la auctoritas obtenida con el paso del tiempo ha conseguido que sus circunspectas alocuciones tengan más poso de credibilidad.

Para entonces la carga afectiva del acto ya era muy elevada, tras un inicio a bocajarro con un vídeo de los mejores instantes del canterano en el Madrid. Se ha especializado el club en la producción audiovisual, y supone un alivio refrescante. Durante décadas el madridismo se resignó incomprensiblemente a que el relato se lo escribiesen otros, cuando tenía a su disposición material y altavoces suficientes para sepultar cualquier acumulación de mentiras. El resumen de la trayectoria del 6 blanco incluyó imágenes de sus veintitrés temporadas en la casa: desde su aniñado semblante de los diez años a su silueta levantando la Orejona en la estatua de Cibeles. La emoción no solo se vislumbraba en los rostros de su familiares presentes —padre, madre, hermana, esposa e hijos—: un avispado cámara no quiso perder detalle de Lucas Vázquez —son semblable, son frère— y del resto de compañeros presentes en la sala. Tampoco de Ancelotti, quien hace un tiempo bautizó a Nacho con el apelativo de defensa pesimista. La astucia aldeana del italiano supo precisar en un sencillo apelativo uno de los principales secretos del éxito del alcalaíno. Si bien conviene no engañarse: ni siquiera el defensa más optimista del planeta hubiese podido predecir lo que el destino le tenía reservado.

La conciencia del privilegio vivido es la mayor prueba de sabiduría que uno puede demostrar, y Nacho, en su última comparecencia como madridista, supo, otra vez y a despecho del tópico, estar más que a la altura.

Cuando Nacho subió al estrado, de inmediato se apresuró a anticipar, con media sonrisa de disculpa, que su voz se quebraría a lo largo de su intervención. Es probable que incluso todavía en ese instante dudara sobre la conveniencia de finiquitar o no su carrera como one club man; en este sentido, probablemente no deba pasar desapercibida esa referencia a José Ángel Sánchez y su espera hasta que su marcha se confirmó como definitiva. En cualquier caso, su discurso no versó sobre sus descomunales logros —quién no ha repetido hasta la saciedad que solo el Milan y el propio Real Madrid tienen más copas de Europa que él en todo el continente—. Sus palabras, humildes, fueron un ejercicio de gratitud. Gratitud hacia el club, hacia el presidente, hacia sus compañeros, hacia su entrenador, hacia el personal, hacia los esfuerzos de su familia, hacia sus hijos. La conciencia del privilegio vivido es la mayor prueba de sabiduría que uno puede demostrar, y Nacho, en su última comparecencia como madridista, supo, otra vez y a despecho del tópico, estar más que a la altura.

La emotiva despedida constituyó lo que un jugador de su trayectoria merecía. Tras demasiadas ocasiones en las que, por distintos motivos, el club no ha podido decir adiós comme il faut a determinadas figuras emblemáticas, últimamente se están dando las circunstancias necesarias para corresponder como procede en estas situaciones. Resulta reconfortante tanto para los aficionados, que así suavizan mínimamente la inevitable punzada de nostalgia, como para la institución, de vocación tradicionalmente exquisita. Y también, cómo no, para Nacho, quien ha podido comprobar de nuevo que, si uno se hace acreedor, en justa reciprocidad el Madrid no sólo siempre cumple, sino que va más allá. Pocos lo han ameritado más. Hasta la próxima, capitán.

Fotografías: realmadrid.com