Tengo un amigo enamorado de Nacho Fernández. Yo también lo estoy, claro —y quién no, cabría preguntarse—, pero él lo expresa con fervor de púber, en superlativo. Las loas suelen ser por escrito, vía WhatsApp, el canal más inmediato en el que confesar sin miedo pasiones y fantasmas, y siempre en foro favorable: el grupo de los colegas del fútbol, que no de los colegas que jugamos a fútbol, nótese la diferencia —en la vida todo llega, y en ese todo cabe el momento en el que el cuerpo dice basta—. El embelesamiento nachista de mi amigo se edifica sobre el carácter multiusos del canterano a lo largo y ancho de la línea defensiva, una espléndida anomalía en el actual prosaísmo futbolístico. Nada que ya no se sepa, pero no por ello es susceptible de dejar de repetirse hasta la saciedad. Hay que repetirlo hasta la saciedad, de hecho, que, si no, se nos olvida cuando, en la próxima ventana de fichajes, la prensa nos maree al prodigarse en titulares con extravagantes y cautivadores apellidos de defensas de dudosa calidad o, al menos, de calidad aún no contrastada.
El carácter multiusos de Nacho a lo largo y ancho de la línea defensiva es una espléndida anomalía en el actual prosaísmo futbolístico
Los argumentos de mi amigo, por tanto, son compartidos de manera casi unánime por el resto. Lo que le diferencia es, ya digo, el uso continuado del tono esdrújulo. Hace unas semanas nos comunicó que se casaba y yo con estos pelos. Cuando el grupo se convirtió en fecundo nido de mensajes de felicitación, el muy impresentable nos dejó planchados con una respuesta perentoria: “Gracias”, se limitó a escribir. Pero con Nacho sí, con Nacho el tío agota el diccionario y derrama el corazón y el alma.
En la mañana postvictoria frente al Liverpool para sellar el pase a cuartos de final de la Champions tocaba, claro, un nuevo episodio de exaltación del talento de quien ocupó el ala izquierda de la zaga madridista ante los reds. Nacho volvió a salir victorioso del enfrentamiento contra un miura como Salah, su enésima muestra de oficio, solvencia, arrojo y sabiduría defensiva sobre el césped, y mi amigo innominado inundó el chat con un torbellino de elogios que ni en una elegía a su difunto abuelo. “Es el puto amo, es como las pinzas de la ropa, q me sirven pa tender y pa cerrar los paquetes de cafe [sic]”, afirmó en un alarde de dominio común de la metáfora. Algo así debe de pensar De la Fuente, como muestra el hecho de que lo haya rescatado para la selección tras el incomprensible ostracismo al que se vio relegado durante la era Luis Enrique.
Pese a la alabanza, me dio por preguntarme si mi amigo hubiera hecho la misma comparación en el caso de que Nacho, en lugar de llamarse Nacho, tuviera uno de esos apellidos exóticos que abundan en el panorama balompédico. Lo más probable es que hubiese pensado en un sofisticado destornillador eléctrico con ocho puntas del Leroy Merlin en lugar de en las pinzas de plástico que venden en los bazares chinos por cuatro duros. Ya lo dijo Javier Marías en ‘Salvajes y sentimentales’: “Hay jugadores literariamente obligados a resumirse en un apellido de cuatro o más sílabas para estar a la altura de su leyenda, como si lo hubieran elegido a la manera de las antiguas estrellas de cine, luchando contra el olvido”. Pobre del que, pese a contar con argumentos de sobra para erigirse en mito, cojee de poética en el libro de familia. Luego está el caso contrario, ya apuntado: el futbolista que no vive de su juego, sino de un patronímico con hechizo, cosa del todo azarosa.
En Nacho confluyen la fachada y el servicio, las deliciosas hechuras de un galán hollywoodiense y la querencia al duelo y al envite, acaso santo y seña del alma madridista
Poder venderse o no poder venderse, he ahí la cuestión. Como escribió Borges en ‘El Aleph’, “el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable”. Pero es que, para ser útil, el arte, como todo, no debe convertirse en cosa elitista, alejada de la gente y sus circunstancias. “Poesía-herramienta a la vez que latido de lo unánime y ciego”, que diría Celaya, y en esas anda Nacho, no sólo rara avis en este fútbol de táctica estéril, sino también prodigio de lo mundano: en él confluyen la fachada y el servicio, las deliciosas hechuras de un galán hollywoodiense y la querencia al duelo y al envite, acaso santo y seña del alma madridista. Ya se sabe, aquello de “noble y bélico adalid, caballero del honor”. Y todo eso sin rimbombancia en el apellido. Lidero desde este momento una moción para acuñar un nombre común sinónimo de funcionalidad y, por ende, de hermosura, de seducción. Porque si lo bello reside en lo perfecto y la perfección es el grado máximo de cualquier cosa, no hay manera más certera de referirnos a la excelencia de lo sencillo, de lo pragmático, de lo veraz y de lo sincero que diciendo nachofernández.
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Nacho es otro de los perjudicados por el relato mediático. Cuanto daño le ha hecho esa coletilla que siempre se ha dicho de él "Nacho siempre cumple" como un resumen de sus actuaciones.
No señores, no cumple, Nacho destaca, siempre.
Muchos no estarán de acuerdo pero desde que se fueron Ramos y Varane no tenemos una pareja de centrales totalmente fiable. Militao sí lo es pero ni Rudiger ni Alava, en mi opinión, dan la confianza necesaria. Para mí el mejor acompañante de Militao sería Nacho. El problema es que Nacho es un arreglatodo y siempre hace falta en algún sitio.