Después del amago de remontada en el estadio de La Cerámica, los pálpitos del madridista existencial se condensaban en el tweet de @AndresRublev: “Como amante de lo decadente, este Real Madrid de Zidane me parece un equipo de culto.” Es sumamente exacto el veredicto, sin duda. Pero habiendo un consenso generalizado sobre el declive del panorama, menor es la concordancia en localizar la génesis de lo decadente. Así, una tentativa de genealogía de la decadencia vislumbraría tres escenarios, regresando al pasado reciente:
(I) Concentrar el fatalismo en la temporada 2018/19: Esta primera opción clausura los tres años de Zidane in toto, es su petición de principio. Lo que vendría después de Kiev demandaba más una agitación anímica que una dura reestructuración de la plantilla. No se hubiera entendido el despachar sin misericordia a la fértil camada de jugadores que todavía ceñían en sus cabezas las tres pasadas ediciones de la Champions League. Es una visión de despacho continuista, escéptica a trastocar los cimientos de un imperio en su estado álgido, pero donde se intuía que el sol empezaba a descender. Y fue por ello la elección de la directiva florentinista. A modo de ejemplo, sirva el comunicado oficial tras el despido de Lopetegui en octubre de 2018: “La Junta Directiva entiende que existe una gran desproporción entre la calidad de la plantilla del Real Madrid, que cuenta con 8 jugadores nominados al próximo Balón de Oro, algo sin precedentes en la historia del club, y los resultados obtenidos hasta la fecha.” Lopetegui y luego Solari no mantuvieron a la plantilla en el estado de depredación salvaje de la era Zidane. La conclusión lógica obligaba a recoger hilo: Zidane volvía a filas. En la portada de Marca del tres de septiembre de 2019, saltaba la pregunta: “¿Qué fue de la revolución francesa?”. Dicho para nosotros: ahora que el césar es un humano, demasiado humano, ¿no es Zizou otra faz más de lo decadente?
(II) La cotidianidad ya estaba contaminada: La segunda alternativa retrocede a los tiempos del primer zinedismo, concretamente a la temporada liguera 2017/18. La ligereza del inmaculado tramo final liguero 2015/16 que casi remata con título en Riazor debe quedar soslayada. Aquí se concentran quiénes observan en la desidia hacia los títulos nacionales un pecado superior que recubre los éxitos europeos. Para muchos, una Copa de Europa en mayo justifica que el mayor tramo del año sea una aburrida procesión por las provincias españolas. Nada en juego… ¡y tanto que ganar! A los defensores de que la presa mayor no exime del aumento del botín se les escuchaba con claridad: “Campeones por tercer año en Europa, pero hemos tirado-regalado nuestro orgullo dentro de nuestras fronteras.” Esta posición, debemos admitir, no es achacable al ciclo Zidane, sino que toma el mal liguero como una pandemia moderna de la institución. El Madrid tres veces invicto es entonces ese alumno que se deja suspender para en junio vengarse con mayor ahínco de sus acérrimos enemigos. El enfoque ya estaba errado y jugársela al atracón de última hora no siempre basta. Papá y mamá abroncan con razón.
(III) El rey tiene cuerda para rato, ¡muera!: El último rastreo genealógico alcanza el cénit futbolístico del Real Madrid en el siglo XXI. Cardiff, tres de junio de 2017. El equipo se agota de éxito, de perspectiva de seguir ganando. Es el mejor momento y, precisamente por ello, solo queda ir cuesta abajo. No obstante, se requeriría ser el Oráculo de Delfos para atreverse a diagnosticar el despiece urgente de aquel Madrid incólume. Por ello, esta postura cojea en construirse ad hoc hacia una etapa en la que ni el más necio de la tribu hubiera corrompido la salud de la comunidad. Además de resultar oportunista, claro. Es ésta una previsión gestora que José Ángel Sánchez debió oler con el champagne descorchado. Si en (II) los agentes carnales del éxito de anteayer se tornan excesivamente humanizados, aquí se pide una evolución en superhombres capaces de gestionar la resaca mejor que la victoria.
En suma, es una nostalgia ñoña, reconstructiva, de lo que no podía ser. Bajo el reinado de Trajano Roma consiguió su máxima extensión territorial, en el 117 d.C. Imposible que desde esa atalaya Trajano pudiera imaginar un Rómulo Augústulo (¡pasarían todavía más de tres siglos!). ¿Qué consejero le susurraría al emperador que los bárbaros estaban cerca de las puertas de Roma? Desde luego, un consejero sobrehumano.
Independientemente de en qué encrucijada de esta genealogía de la decadencia nos hallemos (sin obstar otras plausibles), la elección de una determinada génesis de la misma sólo cobra funcionalidad en la preparación de futuros envites. Situados en un plano pragmático, no conviene seguir pegando bandazos en medio del oleaje. Es éste el caso de la metáfora de Neurath pensada para el progreso de la ciencia: “Somos como navegantes que tienen que transformar su nave en pleno mar, sin jamás poder desmantelarla en un dique de arena y reconstruirla con los mejores materiales.” La barcaza blanca del presente sigue su curso con la sensación de no poder encontrar puerto, por muchos catalejos que se apliquen a la causa. Sin destino de llegada, los mismos marineros gruñones que ganaban metales apelando a los trucos del viejo que se las sabe todas, ahora aparecen afeados, desvalijados de sus pretéritas conquistas y enfrente de un horizonte plagado de incertezas. Sin hombres frescos que renueven las tareas de cubierta y sin territorio de ultramar a la vista, queda apurar un último trago. Enfervorecidos, coléricos y con el cuchillo entre los dientes: estratagema del forajido marítimo. Eso es el Real Madrid. Y es que, volviendo de nuevo la vista más atrás (como consecuencia del último trago), nos embarga la imagen onírica de los chicos de Capello en la Liga 2006/07.
"La fe hace campeón (de Liga) al Madrid". Así se titulaba la crónica de David Padilla en la jornada 38 contra el RCD Mallorca, en Marca. Pensar en Fabio implica la reactivación cardíaca de las tardes de transistor y pipas, agarrados al marcador que espera un conclusivo acto heroico. Varones aquellos tremendamente mortales (¿acaso era el pivote Emerson-Diarra un certificado a la gloria?), redimidos por acaecimientos de infarto, jugándosela al match ball que les pusiera delante el presente en marcha. Un Real Madrid levitando en la valla cada domingo. En el estado crónico de los octavos de final, aquel grupo decidió morir su muerte, rascando en el escudo el punto de orgullo que en Europa parecía desprenderse cada año. Ahora, cerca de la segunda década del siglo, la enfermedad ha cambiado de tuerca. Ebrios en Europa y abstemios en España. El segundo aterrizaje de Capello en el Bernabéu iniciaba con estas declaraciones: “Hay que trabajar duro, ser humilde, estar juntos y recuperar el espíritu de la camiseta blanca, que se había perdido en los últimos años. La camiseta del Real Madrid tiene que ser la camiseta de España, eso es importante.” Bajo el vaticinio del italiano urge recuperar uno a uno los estadios ligueros, reconvirtiéndolos en localías merengues. Y si en el tránsito oceánico que espera a la tripulación los (considerados) perros viejos brindan de nuevo, sus epitafios rezarán que murieron valerosamente como antaño, dejando en alto la gallardía que otrora preció sus nombres. Yéndose del verde como los Trajanos que fueron.
Amén.
Me quedo con esto:
“Hay que trabajar duro, ser humilde, estar juntos y recuperar el espíritu de la camiseta blanca, que se había perdido en los últimos años. La camiseta del Real Madrid tiene que ser la camiseta de España, eso es importante.”
SF
Excelente
Claro y quién lo dijo Campello dos temporadas dos ligas y lo que dijo Mou (vuelve pronto)"el señorío se demuestra en el campo"