Yo reconozco que sigo siendo un niño. Soy padre y ya no cumpliré los treinta, y aunque mi hija nació siendo madrina, nada menos que de La Galerna, no soy ni mucho menos el padre de una madrina sino el niño al que de pequeño le firmaba Juanito una foto y que, a pesar de no querer ser futbolista, sí quería ser Butragueño, que son dos cosas diferentes.
Hago verdaderos esfuerzos por comportarme de una manera adulta, pero por mi madridismo corretea aquel niño y no es nada fácil retenerle. A mí a veces me gustaría zambullirme en el mar de verano de esos diarios tan divertidos como cuando era pequeño sin saber que en sus aguas nadaban peces tenebrosos.
Yo me dejaba llevar y me reía. Disfrutaba mucho. Veía esos montones de periódicos (¿la portada de As era en sepia?) sujetos con piedras para que no se volaran sobre la pequeña mesita del quiosco del pueblo recubierta de hule, aunque nunca leyera las páginas de fútbol.
Yo recuerdo que aquellas páginas eran tan interesantes para mí como una sección de economía. Nada que ver con las que dedicaban a los tenistas, a los atletas o a los nadadores, a las que al final, qué cosas, acabé contribuyendo.
Yo aquellas otras páginas las pasaba de largo igual que ahora porque prefería mi madridismo íntimo, el madridismo que podía fabricar con un Airgam Boy sobre los cojines del sofá que era un Bernabéu bien bonito donde Butragueño podía marcar treinta y cinco goles seguidos como el del Cádiz.
A mí me da un poco igual lo que pasa entre bambalinas, ese lugar donde se cuelan unos pocos y del que opinan todos los demás. Yo preferiría sólo ver jugar al Madrid, pero la gente se vuelve loca con los líos. ¿Son acaso los madridistas y los antimadridistas (el mundo entero) como fieles seguidores de Sálvame? ¿Juega acaso en este Madrid la Pantoja?
Es verdad que en algunos momentos Casillas, más que un guardameta, fue lo más parecido a una tonadillera provocativa y truculenta, pero, ¿hacía falta rodar ‘La Lola se va a los puertos’? Después de esto, la meta del Madrid se ha convertido en aquel tablao andaluz de Sanlúcar donde acababa produciéndose una tragedia familiar.
Íker es la Lola y Keylor y De Gea sus pretendientes. Pero la historia se complica aún más con la entrada de personajes fantásticos como Van Gaal, que es un malvado que no hubieran imaginado ni Antonio ni Manuel Machado. El carcelero de Gistau que parece haber convertido el Manchester en el Castillo de If donde penan, harapientos y con largas y sucias barbas, los porteros de la tierra como Valdés.
Yo he visto hoy a De Gea llegando a la concentración de España con el gesto del condenado: Edmundo Dantés llegando en barca a la Isla del Diablo con las manos atadas, donde menos mal que le espera el abate Del Bosque para instruirle y darle esperanza, en realidad para instruirnos a todos con su enorme sabiduría.
Yo no sé si este asunto es ridículo, pero no lo sería de haber quedado en el ámbito de los despachos, que quizá sea el lugar de donde nunca debió salir como tantos otros. En su lugar hubiéramos visto en esos periódicos, como siempre, sobre el hule de la infancia, atrapados entre piedras, leyendas asombrosas; cuentos de hadas, duendes y trols perfectamente inventados llenando las portadas.
Pero este culebrón de portería quizá haya tenido el único final (o al menos un primer final) que podía tener: cuando De Gea, de repente, dejó de ser esencial (si es que alguna vez lo fue) como aquel trabajador manco de Schindler al que asesinaban una mañana los nazis sobre la nieve. Cualquiera diría que lo han sacado de la cola para dejarlo tirado en la cuneta después de haber liberado a Keylor, pobre Keylor, de su mazmorra.
Fíjense que yo no había visto una cosa tan triste desde que Julieta despertó de los efectos del falso veneno para ver morir a Romeo. Veo la melancolía de David y la sonrisa, como burlona, de Íker, y ese niño se para, frunce el ceño y le hace con la mano la señal de los cuernos al del Oporto, porque siente (es un niño) que él tiene la culpa de todo.
Esta novela la podría haber escrito Alejandro Dumas (no en vano Keylor fue el año pasado ‘El Hombre de la Máscara de Hierro’) pero en realidad lo han hecho, bendecidas por el sorprendente desenlace, esas páginas que yo saltaba y procuro seguir saltando como los charcos, y que tienen en España más aficionados que el fútbol, que es una cosa diferente: como no querer ser futbolista y sin embargo sí querer ser Butragueño.
Buenas tardes bonito e ilustrativo, el artículo que nos acaba de regalar D. Mario, que niño no soñaría con ser Butragueño en su faceta más de héroe que de futbolista, lo malo es que no están los tiempos para la lírica.
Saludos blancos y comuneros
Muchas gracias C., soñemos, soñemos...
Su artículo me ha puesto nostálgico. Yo quería ser Velázquez a pesar de que según mi padre era una pena que fuera tan perro a veces, el jugador, bueno, yo a veces también lo era. Tampoco leía los periódicos, prefería vivirlo con mi balón y mis chapas. Sí, me ha puesto usted muy nostálgico, me ha retrotraído a esa época de mi niñez en la que las camisetas del Madrid eran tan blancas como mi inocencia.
Saludos
La nostalgia, en pequeñas dosis, a mí me gusta. Espero que haya sido así. Muchas gracias, amigo Uxi.
No sé que tienen sus textos, don Mario, que me embrujan.
Felicidades y siga así.
Eso me alegra. Muchas gracias, Loquo.
Qué bueno Mario, cada día te superas.
Lo que nos cuenta la prensa deportiva es ciertamente un relato de fantasía que continúa temporada a temporada, algo así como una extraña serie infinita, en la que los protagonistas son los malos. Por su parte los buenos van cambiando en función de lo que conviene en cada momento al narrador.
Lo de Van Gaal ha sido desternillante.
Saludos.
Muchísimas gracias. Un saludo.
Maravilloso.
UN placer Marco. Gracias.