Dame un minuto: Romper una lanza

Querría romper una lanza en favor de Ramón Rodríguez, conocido por todos como «Monchi» pese a tener más de 50, edad a la que ya lleva uno tres décadas, como mínimo, respondiendo por un nombre de persona adulta. Pasando de lo particular a lo general, quizá ese apelativo indique que, excepcionalmente, en este negocio del fútbol, se puede ser un buen director técnico, y al mismo tiempo una persona inmadura.

Sería una proposición absurda, lo admito, predicada de la generalidad de las profesiones. Admita el lector, a cambio, que funciona —y aquí ya no me atrevo a decir si como excepción, o como regla general— en el negocio de la política. ¿Por qué no en el del fútbol, un magma de similar consistencia, como demuestra, por poner un ejemplo, que se pueda enfrentar la estructura del último proyecto de competición superprofesional como una cuestión moral? Así es, sí. Y no por los Manoletes o Ronceros de la feria de los fenómenos, sino por Axel Torres, uno que se adorna con una elevada pose intelectual, a quien, han leído bien, no le avergüenza sostener su oposición a la Superliga como un imperativo ético: no estético, ni de usos, costumbres o tradiciones, o sea, de jodidos gustos.

Vale. Bajo de las nubes de crema de la intelectualidá —que ya tendremos tiempo de dedicar un minuto, o quizá dos, a ese otro tema—, para volver al cieno de la inmadurez: Es clave, porque esa, y no otra, es la lanza que quiero romper por Monchi. A la inmadurez son inherentes la temeridad y, en curioso contraste, la cobardía. Así que, Monchi, dejándote llamar así, ¿quién te podría reprochar ser un cobarde?

Tras dieciséis años de vejaciones colectivas cada vez que pisaba “Nervión”, incluidas pancartas de esa gentuza de su fondo de animación citándoles a él y a su hermano, literalmente, como «hijos de puta», y solo una vez que Sergio Ramos se ha ido del Madrid, Monchi, el legendario caballero del nombre de muñeco de guiñol ha declarado: «Me gustaría romper una lanza a favor de Sergio».

Rómpela en las costillas del cobarde que, cuando era preciso hablar, calló, amordazado por su complicidad en la difamación de un chaval de su cantera, en beneficio del prestigio social de su jefe. ¿Y para qué, Monchi? Sic transit gloria mundi. Al cabo, más os vale que se recuerde a José María Del Nido como delincuente convicto, que como presidente del equipo campeón de todos los complejos de inferioridad.

Fotografías Imago.