No tengo ni idea de italiano, pero hay palabras de ese idioma primo hermano que me atrapan por su elocuencia. Al contrario que en español, con su sobrio "divertido", el término italiano sugiere un acto que aún no ha terminado, una continuidad a la que no se le presume fin. Qué mejor piropo habrá para elogiar a este Madrid forjado por un italiano. Molto divertente, Carlo.
No podemos saber si a él se lo parece. O si sufre tanto como quienes observamos a su equipo, sin más uñas que comernos desde febrero. Y no lo sabemos porque Carlo huye de la euforia cuando gana y de la iracundia cuando pierde. En esos momentos desconcertantes con los que nos deleita de vez en cuando nuestra defensa, Ancelotti esboza a lo sumo un fastidio equivalente al de un padre al que su hijo le trae a casa un suspenso. Te meten dos goles en diez minutos y te diriges al chaval meneando la cabeza, porque sabes que el muchacho vale y que lo va a levantar a poco que se esfuerce.
Tal vez nazca de ahí su nepotismo de andar por casa, que trae revolucionados a todos los antis del orbe. El míster del Madrid tiene uno de los empleos con mayor volatilidad del mercado laboral. Enchufar a tu hijo en ese banquillo no parece una gran colocación, la verdad, considerando que ni siquiera ganar la Liga o la Copa de Europa le garantizaría a él mismo la continuidad, como bien saben otros ilustres predecesores. Tal vez, Carlo lo mantiene cerca simplemente por padrazo, que debe de ser la forma en que se conduce con sus discípulos. Y de ese mismo modo se ha salido de la tabla clasificatoria este año. Tal como lo habría hecho un adulto compitiendo contra niños, le ha sobrado un mes del calendario. Ancelotti es el padre total de la Liga, en la acepción más moderna del término.
Será preciso recordar los augurios de la pretemporada. El Madrid de Ancelotti iba a ser el mismo que ya conocimos en la década pasada y podía contarse con su derrumbe al final de temporada. Añadamos a ese panorama poco confiable que el club sufrió la desdicha de quedarse con 200 millones de euros en el bolsillo y que Camavinga fue el fichaje de consolación (repítalo mentalmente sin que le entre la risa).
No hace tanto como para haberlo olvidado. Escuchamos entonces que había una tendencia en todo eso. El Madrid y el Barcelona –ambos en el mismo lote, por supuesto–, se alejaban sin remedio de la primera línea de los clubes europeos. Para ser justos, habrá que decir que esta profecía se ha cumplido a medias. También se decía que el último campeón, el Atlético del Cholo, era un equipo heroico, alzado contra todas sus limitaciones históricas. Disponer del entrenador mejor pagado y del fichaje más caro de la Liga eran minucias que, como ha quedado demostrado, no eliminan la huella de un carácter perdedor, ni siquiera cuando se gana.
Ahí encontramos el reverso perfecto del Madrid, que también en la derrota es el más grande. En ese sentido, las pocas que ha concedido el equipo este año han sido monumentales, grandiosas, mastodónticas... y al mismo tiempo insignificantes. Quedarán únicamente para el recuerdo de los equipos menores que lo zarandearon en el Bernabéu porque acudieron al templo madridista con más hambre que el anfitrión.
a generación de mis hijas conoce a algunos de los jugadores más relevantes de la Liga de forma accidental, porque son streamers, igual que le sucede al presidente de la Federación Española de Fútbol.
Haciendo un repaso a las alegrías que ha repartido, ni los más acérrimos antimadridistas podrán negar todo lo que ha hecho este Madrid por la promoción del fútbol como deporte. Sirva como ejemplo de todo ello la inolvidable noche que vivió en La Castellana el equipo abanderado de un país discutible, sin gran tradición en la élite de la élite y construido con saldos de las grandes ligas, que encontraron en la visita al rey de Europa la oportunidad de hacer el partido de sus vidas. Ningún vikingo de bien podrá dejar de quitarse el sombrero y felicitar por su enorme logro al FC Sheriff Tiraspol.
Y es que esta temporada era importante, futbolísticamente hablando. La pandemia nos abandona, esperemos que para no volver, y nos ha puesto en un mundo nuevo. Los jóvenes siguen abandonando en masa el mayor espectáculo de la segunda mitad del siglo XX, y la reclusión forzosa en sus cuartos no ha hecho más que acentuarlo. La generación de mis hijas conoce a algunos de los jugadores más relevantes de la Liga de forma accidental, porque son streamers, igual que le sucede al presidente de la Federación Española de Fútbol.
Aún queda todo muy cerca para darnos cuenta de lo extraño que ha sido y la huella que va a dejarnos. Durante un par de años vivimos la pesadilla de las gradas vacías y el sonido enlatado como agravante distópico y aterrador. El sonido del estadio, que cuando pita o aplaude es la forma más palpable de conciencia colectiva, fue sustituida por un engendro artificial que editorializaba con cada sonido. Cuando la televisión transmitía una queja de la grada, no era porque decenas de miles de personas la hubieran creado espontáneamente, sino porque alguien individual se disfrazaba de masa. El hombre-masa orteguiano quedó ante nosotros concretado a una sola persona sin rostro. Algo así como si las repeticiones que se le sirven al árbitro pudieran manipularse para travestir la realidad con la imagen de la realidad, de forma que una fuese equivalente a la otra. ¡Qué digo Ortega! El fútbol danza en una caverna, pero no esa que se menciona tanto, sino la de Platón.
Por eso dejé de ver partidos en la pandemia. Lo escuchaba ocasionalmente en la radio, pero me impuse la distancia porque el espectáculo me resultaba demasiado inquietante. Y así llegamos al pasado otoño, cuando por fin volvió a verse el espectáculo de un estadio a rebosar coreando a los suyos y tratando de reducir al contrario. Sucedió además en el recinto con mayor aforo de España, como un regreso perfecto a algo similar a la normalidad. Pues bien, ese día el equipo de Carlo demostró de qué estaba hecho. Pasó la plaga y el Madrid seguía estando allí, como el dinosaurio del cuento o como la dinojunta, por no irnos tan lejos.
Pasaron los meses y yo también volví al Bernabéu, después de mucho tiempo sin hacerlo. De esta Liga número 35 sólo presencié un partido en directo, pero fue un compendio exacto de la montaña rusa que ha sido el Madrid. Fue contra el Rayo Vallecano que es, como ha demostrado de cabo a rabo de la temporada, un equipo nada fácil de batir.
La primera mitad fue un vértigo de juego, con múltiples ocasiones. Y vi a Vinicius, que para entonces ya era el jugador por el que pagué mi entrada y por el que pagaré las siguientes, al precio que me las pongan, en cuanto tenga ocasión de acercarme a la capital en día de partido. Esa noche el Madrid sesteó y ganó tan solo porque Toni Kroos sacó una bola bajo palos.
Asistí al clásico partido en el que puedes golear y terminas sufriendo, porque en el vértigo ha construido este equipo su identidad más reconocible. El Madrid de Carlo Ancelotti ha sido todo el año temible y temerario, letal y vulnerable. Uno de los equipos más divertidos que he visto, con varios defensas a los que su trabajo les sabe a poco y una delantera generosa, estajanovista y emotiva a la vez.
Visto lo visto, lo razonable para la trayectoria del equipo hubiera sido ganar el campeonato el último día, el último suspiro, en un partido que empezaran palmando. Pero este Madrid ha destruido toda lógica, incluso la interna de su propio relato, y en una decisión del todo contracultural se ha llevado el trofeo con holgura, con una goleada plácida y primaveral.
El Madrid de Carlo Ancelotti ha sido todo el año temible y temerario, letal y vulnerable. Uno de los equipos más divertidos que he visto, con varios defensas a los que su trabajo les sabe a poco y una delantera generosa, estajanovista y emotiva a la vez.
Para ponerle la guinda a los virajes inesperados y a la guasa, hasta Carlo Ancelotti hizo rotaciones... ma non troppo, porque dejó a Modric en el campo, quizás el hombre al que menos podía arriesgar. Es sí, su ramalazo de ortodoxia e instinto de conservación en el ataque quedaba desmentido de cintura para abajo. Baste explicar que la defensa con la que se decía que afrontaríamos el final de la jornada culminante estaba formada por Marcelo, Lucas Vázquez, Vallejo ¡y Gila! No sé qué más necesitamos para convencernos de que esto es todo divertidísimo.
Llegado a este superlativo en ísimo, advertiré que detesto con saña una frase hecha que no reproduciré por respeto intelectual a quien me lea. Solo diré que pocas modas habrán hecho peor daño que su popularidad, pues destruye la capacidad de expresión de nuestro lenguaje, privándonos de dar lustre a adjetivos que malviven arrinconados en el banquillo del diccionario, esperando esas rotaciones que nunca llegan. Pero sucede que este equipo imprevisible me ha dejado sin nada más que añadir en mi idioma, por lo que tomaré prestado el italiano, que al fin y al cabo también es latín mal hablado.
El Real Madrid de Carlo Ancelotti es divertidísimo no, divertente. Más que nada, porque aún no se ha acabado.
Pocas temporadas me he divertido tanto con el Madrid como esta.
Tal cual. El Madrid de Ancelotti nos ha hecho gozar y sufrir. Y yo es para eso para lo que veo fútbol, para emocionarme.
"Tal vez nazca de ahí su nepotismo de andar por casa, ..."
¿Es un caso de nepotismo que el hermano de Xavi Hernández sea el ayudante del entrenador del FC Barcelona?
¿Por qué nos parece a los madridistas nepotismo lo de Ancelotti y en Barcelona no dicen nada del hermano de Xavi Hernández? ¿Será porque la mayor parte de la gente ni siquiera lo sabe?
La canallesca ha tratado de sacar algo de juguillo de lo del hijo de Ancelotti, pero no se oye nada sobre lo del hermano de Hernández. ¿Por qué será?
Por favor, dejemos de comprar el discurso de los medios.
Saludos.
Ancelotti ha colocado a su hijo y Xavi a su hermano. Nepotismo los dos. Y me parece muy pertinente preguntarse por qué se habla de un caso sí y de otro no. Pero que a priori hay gente con más experiencia para el cargo de segundo entrenador del Real Madrid y del Barcelona, pues también.
En el caso que nos ocupa, ni siquiera cumplía con el requisito para el puesto, como se demostró cuando Carlo estuvo de baja y no podía dar la rueda de prensa. Nos puede parecer innecesario o lo que sea, como con Zidane cuando no tenía el título, pero el hecho es que el Madrid se metió en una situación un poco ridícula y evitable.
Y el hijo de Simeone en el Malakito.