Me siento hipocondríacamente concernido al respecto del ensayo de mi amigo Athos Dumas sobre el presunto barcelonismo de Woody Allen. He de protestar enérgicamente (no porque quiera en realidad protestar enérgicamente sino porque siempre he querido decir esa frase desde que la oí por primera vez, creo que a Demi Moore en Algunos hombres buenos); protestar, al fin y al cabo, al menos en nombre del madridismo aprensivo. Un madridista aprensivo como yo necesita de un madridismo woodyalleniano. ¿Qué he de hacer yo cada vez que sienta la cercanía de la muerte admitiendo la teoría de nuestro fantástico francés? ¿Acaso ocultar mi condición de hipocondriaco con el fin de ocultar también mi natural condición de barcelonista? Ah, no. El madridismo universal requiere (y merece) de un viaje inolvidable y justo y redondo desde Duke hasta Woody.
Yo de niño era el mismísimo Ethan Edwards hasta que me hice mayor y vi definitivamente en el espejo a alguien más parecido a ese tipo enclenque y maniático al que casi despreciaba entonces. El tiempo poniéndome en mi sitio, con lo que cuesta aceptarlo, y mi querido Dumas viniendo a decirme a estas alturas que además soy del Barcelona. He de decir que en pocas películas he visto un madridismo tan latente como en, por ejemplo, Misterioso asesinato en Manhattan, por citar una de las favoritas de las que habla en su estupendo artículo mi admirado y real personaje dumasiano. Un individuo, el propio Woody en el film, que no es el protagonista (aunque lo sea) y sin embargo siempre acaba siéndolo. Un acompañante de lujo o un secundario imprescindible que se erige en campeón de cualquier argumento, que se superpone a cualquier protagonista.
Es el personaje que va a rebufo de su mujer como un lastre (liviano) que lo apostilla todo, que todo lo intenta detener, que trata, constantemente y sin éxito, de aplacar el ímpetu y la curiosidad de su esposa, y es arrastrado inexorablemente (como el Madrid a la victoria) a la aventura y a la emoción. Para mí el Madrid es Diane Keaton diciéndome que sucede algo raro con los vecinos, en contraposición a mi rutina, o el equipo que me espolea a pesar de mis reticencias paranoicas, frente a las que a veces, tras ganar, puedo volver a sentirme Ethan Edwards. Pero, ¿y cuando Diane no me transmite su adrenalina para vivir?
Muy buena respuesta. Que el Madrid sea el p... amo no quiere decir que todos sus simpatizantes lo seamos (ya me gustaría). Otra cosa es que nos ofrezca el lujo de sentirnos como tales en más ocasiones de las que nos merecemos.