En lo que creemos una tregua -que no un cese definitivo- del ruido y la furia generados por el caso Benzema, permítannos que hoy distendamos un poco el ambiente y escribamos este Portanálisis que aquí comienza como si (ojalá) fuéramos niños que se acercaran por primera vez a las portadas deportivas, aún con la inocencia intacta y, sobre todo, con ese espíritu lúdico y tendente al asombro que poco a poco la vida (nótese que en ella está Relaño) nos va mermando. Rebelémonos aunque sea un poco contra esa merma. Nos va la salud en ello, queridos galernautas.
Cristiano juega a marcar goles, respondería tal vez un niño tras leer las letras grandes de la portada de Marca. Ese niño que hoy ensayamos ser sabe muy poco de tácticas, de sistemas de juego y de posiciones en el campo, pero sabe mucho de remates que acaban un día sí y otro también (casi un minuto sí y otro también) en la red de la portería contraria. Es conocida la fascinación de los niños por las redes, por el efecto estético que logra un balón cuya fuerza es frenada, recogida y abrazada por esa malla hasta que la pelota queda por fin del todo detenida. Los adultos sabemos que tal efecto es cosa explicada por la física, pero los niños no tienen aún explicaciones tan prosaicas y optan simplemente por maravillarse ante el no parar del pararse de un balón de Cristiano más allá de la línea de gol del equipo rival. En consecuencia, todos los niños quieren ser Cristiano Ronaldo en el recreo y echan de menos una buena red en sus porterías, aunque solo sea para no interrumpir el partido para ir a buscar la pelota cada tan poco tiempo más allá de los límites del improvisado campo, por lo general sin césped.
Hay una vocación de presente continuo en los niños que Marca hoy cercena por no sabemos qué nubarrones que se avecinan. La ansiedad por el fututo, el virus de las expectativas, el miedo a lo que vendrá son cosas de adultos que han perdido la capacidad de jugar y de marcar goles, así como la consolidación de un espíritu crítico e interpretativo que a veces se convierte en malsano exceso. Así, algunas declaraciones cuanto menos vagas de Cristiano y, sobre todo, una suposición, un rumor o una conjetura sobre lo dicho por el portugués a Laurent Blanc bastan para que un adulto se ponga -pala y rastrillo en mano- a construir un castillo de arena lleno de recovecos, esquinas lúgubres y hasta mazmorras. Ocurre que el niño lamenta que venga la ola a destruir su castillo, pero el adulto -en su insensato querer dominar a la naturaleza- le pone cemento, una puerta blindada y una valla protectora para refugiarse en su interior y ya no salir jamás de su castillo, tan solo por miedo al futuro. De esa cárcel ya no se sale. Menuda victoria.
Alfredo Relaño -que suponemos también habrá sido niño- lleva años encerrado en su castillo y desde allí nos grita, nos sermonea, nos lanza improperios, nos busca las cosquillas. No queremos jugar con ese hombre. Nos da mala espina. Nos envenenan en ese Manderley de PRISA. Ha crecido demasiada maleza en torno a su fortaleza. Casi ni vemos a Relaño cuando se asoma a interpelarnos. Se va quedando solo y eso aumenta sus ansias de llegar a nosotros e inocularnos sus sesgos, sus lecturas torcidas, sus ansias de que dejemos de jugar.
En consecuencia, si Marca abre un interrogante sobre la actitud de Cristiano y su futuro, el diario As lleva a titular la suposición que hacen en un periódico francés sobre lo que el de Madeira habría dicho al oído del entrenador del PSG en el césped del Bernabéu. Como niños que somos, no negamos que nos extrañó esa imagen, incluso diremos que no nos gustó demasiado, pero también sabemos que hay cosas que no sabemos y que, al preguntar a los adultos, sus respuestas -tan incomprensibles por tan claras- nos dejan insatisfechos. Pero no. Relaño lo sabe todo, y todo lo que sabe coincide con aquello que menos nos gusta y menos queremos escuchar. Qué hombre pesado este Relaño, cuánta grisura. No debe de ser un hombre muy feliz, y de ahí tal vez que haya decidido poner en portada una amplia sonrisa de Laurent Blanc, a ver si por boca de otro él mismo llega a sonreír algún día, aunque sea con aquella sonrisa del malo que -desde una butaca, con brazo de hierro y gato en el regazo- intentaba atrapar sin éxito al inspector Gadget.
Las portadas deportivas catalanas sí vienen juguetonas, pero el niño que no logramos ser del todo las mira con cierta inquietud, así como miraría por ejemplo Tim Burton todo lo relacionado con la infancia. El Barcelona se ha ido a Port Aventura y eso no podemos sino envidiarlo, pero extrañamente tanta sonrisa, tanta luz y tanto color nos dan algo de miedo. La calabaza que aparece al fondo de la portada de Mundo Deportivo se nos antoja una latente amenaza y los pájaros locos que posan en la foto de Sport junto a la familia blaugrana alimentarán nuestras pesadillas de esta noche.
Nunca nos han gustado los payasos (tampoco en Halloween) y no logramos saber bien por qué, pero nos dejan un poso de tristeza, como si adivináramos cierta impostura en su jugar para divertir al público y no para disfrutar ellos mismos del juego. Y algo así nos ocurre con esta experiencia culé, con el enésimo publirreportaje entusiasta y festivo. Si quieren saber cómo nos sentimos ante este NO-DO blaugrana, deténganse un instante en el rostro del niño que sostiene Messi entre sus brazos. Así estamos: como no queriendo estar, con la necesidad de mirar para otro lado y salir corriendo, por favor, de este Mago de Oz dirigido por David Lynch. Somos niños, y precisamente por eso más sensibles, pero no menos inteligentes. Solo esperamos que los adultos se enteren de una vez.
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