Mi once histórico más simpático (Itxu Díaz)

Se me hace dificilísimo, aún estoy sudando Gatorade, hacer una alineación de mis favoritos. No tanto por la selección, sino por los descartes. Por otra parte, además de hacer un equipo simpático, la genética madridista manipula mi subconsciente para que sea también un once ganador. Nada de empates. Quizá por eso, aunque no esté entre los jugadores, avanzo que mi entrenador sería, sin ninguna duda, José Mourinho. Me encanta el fútbol, sí, pero necesito reírme en las ruedas de prensa.

Bajo los palos, y es un decir, Paco Buyo. Siempre me ha parecido el mejor portero. Y no solo por coruñés, de Betanzos, aunque todo influye. Pero suyos eran también los reflejos, la actitud, y esa personalidad tan particular que le permitía estar presente en todo momento en cualquier rincón junto a cada uno de los jugadores, a veces literalmente, porque le gustaba jugar lejos de su portería y tocar el balón, y en esto supongo que fue pionero. Es -casualidades- el único jugador al que le he pedido un autógrafo. Era aquel Madrid de la Quinta, yo un enano. Esperaba un vuelo con mi padre en el aeropuerto de La Coruña, y lo vi a lo lejos, sentado en un banco, solo y adormilado. Pedí permiso a mi padre para correr a saludarlo y antes de que respondiera “sí”, yo ya estaba asaltando a Buyo, papel y boli en mano, despertándolo del sopor. Del susto casi me despeja a córner con los puños. Pero fue como es, sencillo y cariñoso.

Años después, cuando empecé a hacer televisión, me lo cruzaba a veces por los pasillos, nunca con tiempo para detenerme; queda pendiente, no sé, una charla, bien regada de recuerdos, y una mariscada en Galicia. Quizá así podré contarle cómo, en la tarde aciaga de Tenerife, con la cesión de Sanchís, rotos los nervios, destrocé un servilletero, tan solo apretándolo. Mi abuelo siempre agradeció que me cargara el servilletero porque, a la hora del gol de Pier, en la otra mano tenía la suya, que aun así le dolió varios días.

En la defensa, sin Sanchís y Hierro, eso no es el Real Madrid ni es nada. Yo aprendí madridismo viéndolos moverse en el campo, echarse el equipo a la espalda, y dejarse hasta el último centímetro de piel. Incluir a Camacho me ha obligado a dejar fuera, primero a Gordillo, y luego a Roberto Carlos, pero su enorme personalidad incluye algo de los otros dos. En cuanto a la banda izquierda, me pasa algo parecido: quedarme con Arbeloa significa excluir a Chendo, pero el salmantino ya me parecía maravilloso cuando jugaba en el Depor, el equipo de mi ciudad, y lo único que me enfadaba es que el Madrid no contara con él. El tiempo y Mourinho me dieron la razón. Arbeloa fue todo madridismo: calidad, arrojo, valores, y elegancia. Y un buen tipo.

A los Reyes Magos les pediría un centro del campo con Xabi Alonso y Modric. Siempre me fascinó la solvencia y regularidad del primero en el campo, tanto como para haber superado la difícil tentación de incluir a Martín Vázquez en esta alineación. Modric es, qué puedo decirte, toda la grandeza del Madrid de hoy resumido en un solo futbolista. La actitud, la lucha, la calidad, el madridismo y hasta el sentido del humor (“Piqué, estás esperando para rajar, ¿eh?”).

En la banda derecha de mi Madrid sigue jugando Míchel, Todavía hoy, cuando cae por su zona un balón y no hay ninguno de los nuestros, sueño con que aparece y centra con rosca al mejor sitio del área para que Hugo, o el Buitre, rematen a gol. Y en la izquierda, por supuesto, Cristiano Ronaldo. Supongo que no es el jugador más simpático, pero confieso que me ganó con los años, pese a mis reticencias iniciales hacia su engreimiento crónico. Sospecho que, después de todo, el Bernabéu y Mourinho le dieron el punto de madurez que necesitaba.

Arriba, obviamente, mi ídolo: Butragueño. Nada puedo añadir. Y a su lado, Morientes, por madridismo y simpatía, y por esa capacidad de sorprender, que es magia casi exclusiva de las grandes leyendas del Madrid en la delantera, desde tiempo inmemorial hasta Raúl. Y es mérito, triste confesión, que yo incluya al Moro, demostrando que soy demasiado vago para el rencor. Hace años, bromeaba con mi novia: pactemos una infidelidad disculpable, alguien a quien no conozcas de nada, un actor, una estrella del fútbol, no sé, algo inalcanzable. Cada uno debería elegir su conquista imposible. No recuerdo mi elección, tal vez una actriz americana. Pero ella, qué risas, eligió a Fernando Morientes; nada más lejos, pensé, aún entre carcajadas. Y, qué risas más gordas, a la semana siguiente la invitaron por primera y única vez a un partido de tenis en la Caja Mágica. Y, me parto y me troncho, porque no adivinas dónde le tocó estar sentada. Qué risas más grandes, sí. Efectivamente, al lado de Fernando Morientes.

No volvimos a jugar a esa tontería.

Fotografías: Imago

Onces históricos más simpáticos

Athos Dumas

Mario de las Heras

Jesús Bengoechea

John Falstaff