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Mi debilidad bajo el aro: Walter Tavares

Mi debilidad bajo el aro: Walter Tavares

Escrito por: Pablo Rivas7 julio, 2024
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Todo millennial aficionado al Real Madrid de baloncesto está inequívocamente hecho de otra pasta. No es mi intención polemizar, pero los que fuimos arrojados a este mundo a finales de los ochenta o principios de los noventa crecimos en el erial que fue la sección en el intervalo entre la muerte de Mariano Jaquotot y la llegada de Pablo Laso, apenas aliviada por tres o cuatro oasis puntuales, desoladoramente fugaces.

Durante esa Larga Marcha, durante esa diáspora particular —el lector perdonará mi tendencia a la hipérbole, pero aquellos años fueron como el amor: quien lo probó, lo sabe—, no solo hubimos de acostumbrarnos a racionar los triunfos; nuestro rol subalterno a menudo solía manifestarse de manera explícita en la cancha en forma de la acción más dolorosa que puede sufrir un jugador: el tapón.

La llegada de Pablo Laso al banquillo del Madrid —y la de los fichajes con los que lo obsequiaron— supuso un cambio de paradigma en el baloncesto español

Mi infancia no son recuerdos de un patio de Sevilla, sino de una silueta azulgrana, enorme, peluda y dueña de la pintura, que se afanaba en empequeñecer al Madrid a base de violentos manotazos. La figura de aquel jayán, protagonista de tantas pesadillas infantiles, fue reproducida también durante mi adolescencia —Pau Gasol, Gregor Fucka, Denis Marconato, Fran Vázquez, Boniface N’Dong...—, perpetuando el amedrentamiento. No en vano las réplicas de un seísmo, aunque cuantitativamente sean más suaves, conservan su capacidad dañina.

La llegada de Pablo Laso al banquillo del Madrid —y la de los fichajes con los que lo obsequiaron— supuso un cambio de paradigma en el baloncesto español. No solo porque invirtió la tendencia Madrid-Barça después de la —casi— doble década ominosa, sino porque cambió totalmente el enfoque de las prioridades. Un politólogo pedante de esos que ahora abarrotan las tertulias de televisión utilizaría la expresión “patear el tablero”. De repente, la sombra del pívot gigantesco que nos martirizaba y acomplejaba dejó de tener tanta importancia: pasamos de la ridícula búsqueda especular de un anti-Dueñas que tantas veces nos había llevado al esperpento —Van Rijn, Erik Meek, Lauderdale, Papadopoulos...— a centrar la mirada en los jugadores pequeños.

Pablo Laso

El sistema de Laso, dinámico, estético y atrevido, se basaba en una defensa agresiva más hija de la velocidad, de la anticipación y de la inteligencia que de la fuerza y el exceso de centímetros. Un enjambre de avispas que picaba, interceptaba líneas de pase y salía como un rayo al contraataque. Y otorgando una relevancia superior al lanzamiento exterior, hasta el punto de que la mandarina se convirtió en la caricatura simpática de la identidad del nuevo Madrid. Run & gun, que dicen los enteraos.

En este contexto, el papel de los pívots madridistas se transformó por completo. Súbitamente, los dos metros pelaos de Felipe Reyes dejaron de suponer un problema y podíamos aprovechar el resto de sus virtudes. Se probaban esquemas audaces, casi inauditos, como colocar a un Slaughter en punta de lanza para presionar al base rival. La agilidad y la movilidad primaban sobre la altura incluso en el puesto de cinco: de ahí el éxito descomunal de un pívot con capacidad de desplazamiento rápido como Gustavo Ayón.

¿Acaso se podía evitar que semejante intimidador condicionase los sistemas defensivos del equipo? En realidad, Tavares pasó poco a poco a convertirse en el auténtico sistema defensivo del Madrid

Si hay un gesto que resume el Zeitgeist del primer lasismo es la venta de Tomic, interior de corte clásico, al Barça. Ahí lo tenéis, no lo queremos. Dolido, el croata declaró algo así como que se marchaba a la ciudad condal “para ganar títulos”, y en ocho años se llevó a la boca el exiguo botín de una liga y tres copas del Rey —para más inri conseguidas, por cierto, en el último segundo y con polémica arbitral.

En definitiva, la apuesta de Laso no pudo obtener mejores réditos. Hasta tal punto que sus detractores, escasos de argumentos para atacarlo, recurrieron a una acusación de excesivo amaneramiento. “No juega con pívots altos porque no sabría cómo hacerlo”, fue la sempiterna muletilla a la que se aferraban los que no podían ni ver al técnico vitoriano y algo tenían que decir. Sin embargo, ni siquiera esa coartada les duró mucho: en el otoño de 2017 aterrizaba en el club Walter Tavares, tras un paso decepcionante por la NBA. El gigante de Cabo Verde, reclutado para el baloncesto a la tardía edad de diecisiete años, no había terminado de adaptarse a la norma de los tres segundos defensivos imperante en la competición americana, y regresaba a Europa como forma de encauzar una por entonces errática carrera. Los agoreros se frotaron las manos: “a ver qué hace Laso con éste”. La cuenta del final de su primera temporada refutó los pronósticos pesimistas: el Madrid fue campeón de liga y de Europa.

Tavares

Con el paso del tiempo, los jugadores exteriores sobre los que se había cimentado el lasismoRudy, Llull, Chacho, Carroll...— fueron perdiendo fuelle y adquirieron un cometido más secundario: no menos importante, aunque sí más especializado. Un perfume que no había que despilfarrar con treinta minutos por partido, sino dosificar para estar frescos en los instantes cruciales de la temporada. Paralelamente, el peso de Tavares en la plantilla fue creciendo de manera natural. ¿Acaso se podía evitar que semejante intimidador condicionase los sistemas defensivos del equipo? En realidad, Tavares pasó poco a poco a convertirse en el auténtico sistema defensivo del Madrid. Cada vez que un rival se atreve a internarse en la pintura blanca se encuentra con una torre que suele hacerlo desistir.

La virtud de Edy va mucho más allá de afirmarse como el máximo taponador de la historia de la Euroliga; se trata de algo difícilmente medible con las estadísticas: ¿cuántos tiros habrá desviado su mera presencia? ¿Cuántos planteamientos de los adversarios habrá modificado sobre la marcha? Los entrenadores lo temen y prácticamente todos intentan sacarlo de la zona de una u otra manera, hasta modificando sus plantillas al inicio de cada año en función de ese determinante factor. El propio Real Madrid ha llegado a acomodarse a esta situación: la diferencia cuando está en el parqué y cuando se sienta en el banquillo resulta palmaria.

¿Cuántos tiros habrá desviado su mera presencia? ¿Cuántos planteamientos de los adversarios habrá modificado sobre la marcha?

En el último momento de crisis de la sección, debiendo afrontar la imprevista marcha de Laso en la víspera de la final de la liga 2021-22 contra un Barcelona colosal, artificialmente inflado, el —por entonces interino— Chus se aferró al flotador para salvarse y salvarnos: sota, caballo y rey, Deck al poste y balones a Tavares. Ganamos el título, claro. Igual que la Final Four del año siguiente, en la que fue galardonado como MVP. El de Maio se ha erigido como nuestro guardián entre el centeno, una especie de Holden Caulfield menos melancólico y narcisista que midiese 2,20 m.

Hay quien dice que la reciente renovación hasta 2029, para un jugador de treinta y dos, constituye un riesgo. No les falta algo de razón: la contingencia del viejazo siempre se halla presente. Pero un mercado tan volátil como el del baloncesto europeo obliga a asumir la posibilidad de la desgracia si se quiere blindar un núcleo que garantice estabilidad. Por mi parte, el niño que fui no puede evitar sonreír al comprobar que el gigante demoledor en esta ocasión está de mi bando, protegiendo las cuatro esquinitas de mi pintura que en tantas ocasiones fueron territorio hostil. Que nos dure muchos años.

 

Getty Images.

 

Entregas anteriores del serial:

  1. Mi debilidad bajo el aro: Rafael Rullán
  2. Mi debilidad bajo el aro: Clifford Luyk

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2 comentarios en: Mi debilidad bajo el aro: Walter Tavares

  1. No soy "millennial"... Soy un "boomer" del 62 que también tuvo que sufrir una larga travesía del desierto, desde el 80 hasta el 95 para ver al Madrid conquistar una nueva Copa de Europa de basket (por no hablarte de la larga espera, desde el 66 hasta el 98 en fútbol). Puedo decir que sufrimos en esa espera, pero también que vi jugar a Brabender, a Luyk, a Walter, a Corbalán... Viví los duelos a muerte entre Fernando Martín y Norris. Disfruté con el juego de Delibasic y Sabonis... La espera mereció la pena, pero tengo miedo de que las generaciones actuales se crean que "todo el monte es orégano"... Disfrutad de los que estáis viviendo, porque no siempre será así de bonito...

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🎂Cumple 33 años el hombre que le enseñó a Bellingham lo que significaba «chilena», el hombre tranquilo que no flaqueará jamás ante un penalti decisivo, el gran @Lucasvazquez91

¡Felicidades!

Lamine Yamal es muy joven.

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En el hecho de que @AthosDumasE llame a la que muchos llaman "Selección Nacional" la "selección de la @rfef" encontraréis pistas de por qué no la apoya.

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Tal día como hoy, pero de 1962, Amancio rubricaba su contrato como jugador del Real Madrid.

@albertocosin no estaba allí, pero te va a hacer sentir que tú sí estabas.

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