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Mi debilidad bajo el aro: el pívot (no) “blandengue”

Mi debilidad bajo el aro: el pívot (no) “blandengue”

Escrito por: Rafael Gómez de Parada8 julio, 2024
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No sé si es posible parafrasear y al mismo tiempo contradecir a El Fary, pero voy a intentarlo: “yo no odio al pívot blandengue. Los jugadores son muy pícaros, valga el sentido de la palabra, sobre todo los bases. Son granujillas y se aprovechan del pívot blandengue. Se aprovechan de su torpeza o de su falta de velocidad y lo aburren. El pívot debe estar en su sitio y los jugadores bajitos en el suyo, porque, amigo mío, el pívot no debe nunca de blandear. Debe de estar con su corpachón ahí, en medio de la zona, porque la zona necesita ese pedazo de tío ahí. Aun así, yo no detesto al pívot blandengue”.

Reconozco que algunos de estos pívots blandengues me han desesperado a veces, pero no los detesto como pude detestar a los megamillonarios blufs que llegaron y no hicieron nada destacable (Dragan Tarlac y Lazaros Papadopoulos en el recuerdo). Respeto profundamente al pívot blandengue. Tíos que superan por bastante los dos metros, torpones en muchas ocasiones, que no coordinan con la rapidez de los bases, que tocan menos el balón y a los que apenas se les permite botar o lanzar a más de dos metros de distancia, pero que salen a la cancha a hacerlo lo mejor que pueden. Con sus andares pesados en la mayoría de los casos. Uno esperaría de estos gigantones que intimidaran, que al menos asustaran a los contrarios, que espantaran cualquier intento de penetración rival en la zona, pero lo cierto es que varios de estos pívots han resultado ser tan entrañables como el gigante de Big Fish.

Respeto profundamente al pívot blandengue. Tíos que superan por bastante los dos metros, torpones en muchas ocasiones, que no coordinan con la rapidez de los bases, que tocan menos el balón y a los que apenas se les permite botar o lanzar a más de dos metros de distancia, pero que salen a la cancha a hacerlo lo mejor que pueden

Cuando uno piensa en un pívot blandengue, le puede venir a la cabeza la figura de Ante Tomic, pero este no es el concepto de jugador en el que estoy pensando. Ante Tomic me parece, aun hoy en la Penya, un grandísimo jugador de baloncesto, un bailarín de 2,17 metros con muy buenos números tanto en el Real Madrid como en el Barça, el Joventut, o la selección croata. Pero Tomic es el Luis Milla del baloncesto: jugó en el Madrid los años en los que el Barça lo ganaba todo, y se fue al Barça cuando comenzó el ciclo ganador de Laso y sus chicos. Y lo importante es el “conceto”, que diría Manuel Manquiña. Yo hablo de jugadores de un perfil más bajo, inversamente proporcional a su altura.

LaBradford Smith

Si no detesto al pívot blandengue, aparte de por comprensión, es porque todos ellos tuvieron su “momento LaBradford Smith”, que es lo que me gusta recordar de ellos. Para el que no lo recuerde, LaBradford Smith era ese escolta de segunda o tercera fila de los Bullets que un buen día cometió la osadía de enchufar 37 puntos delante de las narices del mismísimo Michael Jordan. Fue el mejor sobre la cancha de Chicago, frente a un público entregado a Jordan que se preguntaba, igual que el mismo MJ, “¿de qué va este LaBradford Smith? ¡Se supone que no tenía que enchufar ni una!”.

Vamos con mis “favoritos” y sus momentos LaBradford Smith:

Nedzad Sinanovic: en 2006 el Madrid tenía a un tipo muy largo en el banquillo, 2,22 metros de bosnio que se habían convertido en parte del mobiliario. Tenía aspecto de buena persona, le faltaba músculo, pero no se movía mal, por lo que veíamos de él en los calentamientos (porque no jugaba ni los minutos de la basura). De repente, en el Palau Blaugrana, con el Real Madrid al borde de la eliminación en el tercer partido de los cuartos de final de una temporada aciaga, el técnico Boza Maljkovic miró al banquillo y vio que tenía a este jugador. Supongo que le diría “calienta, que sales”. Solo jugó por las numerosas ausencias del equipo (Hervelle, Markko Tomas, Hamilton, Rakocevic) y el bosnio reventó el Palau. El Madrid perdía por 7 a falta de 6 minutos y, con los 11 puntos casi consecutivos del bosnio, terminó ganando por 8. Al gigantón le salía todo, un par de alley-oops, tapones, rebotes, intimidación, hasta un triple cuando se agotaba la posesión.

Las estadísticas son concluyentes: parcial de +36 con él en cancha y -28 sin su participación. “¿Por qué no juega más?”, nos preguntamos entonces. Pues por la misma razón por la que LaBradford Smith.

Nedzad Sinanovic

Pat Burke: ¿desde cuándo existen pívots irlandeses? El bueno de Burke no es que fuera blandengue, porque se trataba de una roca maciza de 2,11. Tampoco es que fuera malo, simplemente tenía la calidad de los irlandeses que no se dedican al rugby. Por ello solo estuvo una temporada en el Real Madrid, pero tuvo su “momento LaBradford Smith”, el cual sirvió para romper una sequía de siete años sin triunfos en el Palau. Fueron años duros por plantilla y por los habituales arbitrajes criminales en aquel territorio minado.

Ocurrió en diciembre de 2004. Lo normal era que el Madrid hubiera perdido ese partido, como siempre que se llega a un final igualado allí y el doble rasero se deja sentir en los esbirros de Paco Monjas. Con 63-64 y a cinco segundos para el final, los colegiados señalaron una de esas faltas que no se pitan igual en la zona contraria y le dejaron a Ilievski la posibilidad de matar el partido. Pero solo metió el primero. El Madrid salió de manera veloz a la contra y le dio el balón a este irlandés de 2,11 que, en carrera, no pudo hacer otra cosa que tirar desde unos 3-4 metros de distancia. ¡Chof! Los jugadores dieron el mismo grito que yo en mi casa, y salimos todos corriendo: ellos hacia el vestuario y yo, hacia mi hijo. Aquello había que celebrarlo: lo abracé y lo lancé por los aires con la misma técnica que Burke.

Pat Burke

Brent Scott y Andrew Betts: uffff, vaya pareja. Solo estuvieron una temporada en el Real Madrid, la 1999-00 y tenía toda la pinta de temporada para irnos de vacío. El primero, de 2,07 metros, era más ancho de culo que de espaldas, y lo más destacable de él era que se oxigenaba el pelo de una manera dañina (para el espectador). El segundo, Betts, era una torre de 2,17 de Leicestershire, que, si uno piensa en una torre de Leicestershire, le viene a la cabeza una mansión como las de Downton Abbey: poblada de lores que toman té y hablan de manera engolada, y de mayordomos que andan erguidos como si llevaran un palo de escoba… pues eso. Betts era flojo, Scott era tosco, pero ambos se marcaron una serie bastante decente contra el Fútbol Club Barcelona en la final de la ACB. Fue el año de la liga de Sasha Djordjevic y su celebración capada en el Palau. En el quinto partido, el decisivo, Scott se marcó el que posiblemente fuera el partido de su vida y, con un 27 de valoración, contribuyó a un título inesperado para todos nosotros.

Brent Scott

Mirza Begic: tenía cara de buena persona, que quizás sea lo peor que se puede decir de un pívot de 2,16 metros. A veces lo veías por la cancha con ese aire casi despistado y te daban ganas de darle un abrazo antes de pedirle que siguiera el juego un poco más de cerca. No era mal jugador: escuela balcánica, buenos fundamentos, tiro correcto, pero poca mala uva. Parecía como si no quisiera hacer daño a sus rivales. Sin embargo, mostró algo los colmillos el año en que Ante Tomic se marchó al eterno rival y nos lo encontramos con la camiseta contraria en la final de la ACB 2012-13. Sin salirse mucho de sus números habituales, 4-6 puntos y 3-5 rebotes por partido, el bueno de Mirza le enseñó los dientes en varias ocasiones a su excompañero y le demostró que no iba a vivir unos partidos sencillos. Como así fue. El Real Madrid se llevó aquel título, Tomic se quedó en apenas 9 puntos y Begic siguió su carrera por Grecia, Vitoria, Bilbao, Irán o Eslovenia. Llegó a probar en la NBA en 2015, pero lo echaron antes de debutar: creo que por algún despiste se saltó el campo de entrenamientos.

Mirza Begic

Tengo un amigo, gran forofo del baloncesto, al que un día le mencioné el concepto del “pívot blandengue” y me dio un nombre para el debate.

Antonio Martín: casi pierdo la amistad con él en ese momento. Es cierto que tuvo un final de carrera poco acorde con el resto, con unas estadísticas magníficas, pero fue por un tema anímico y físico, no porque fuera un pívot blandengue. Antonio Martín se retiró con apenas 29 años, pero realmente se retiró de la zona dos años antes, cuando Corny Thompson le rompió el cuello en una jugada desafortunada. Estuvo siete meses en rehabilitación y los médicos le dijeron que no tenía que preocuparse por volver a jugar, sino por recuperar una vida normal. Sus números bajaron mucho tras aquella lesión y se aprecia en datos como que el promedio de rebotes que capturaba bajó a la mitad. Ya no le apetecía pelear en la zona con la misma fiereza y en ataque fiaba todo a su tiro de 4-5 metros.

Antonio Martín mide 2,09 metros. Más alto que su hermano Fernando, con mejor técnica, mejor tiro exterior, y fue cualquier cosa menos un pívot blandengue

Antonio Martín mide 2,09 metros. Más alto que su hermano Fernando (mi ídolo, como ya conté por aquí), con mejor técnica, mejor tiro exterior, y fue cualquier cosa menos un pívot blandengue. La mejor prueba de ello está en el partido que se disputó el 5 de diciembre de 1989 frente al Paok de Salónica en el Palacio de los Deportes. Es importante la fecha: apenas habían pasado 48 horas del fallecimiento de su hermano en el fatídico accidente de tráfico. Lo normal era haber suspendido el partido, pero, según cuenta George Karl en sus memorias, el propio Antonio Martín recordó a sus compañeros lo que habría dicho Fernando: “sois una panda de cobardes si no jugáis”.

Antonio Martín

Creo que nunca ha habido tanta emoción en el Palacio. El madridismo entero estaba consternado y los jugadores, visiblemente afectados. Antes del inicio del partido hubo un homenaje con la camiseta de Fernando con el 10 y una entrega de flores… imposible jugar en esas condiciones. El equipo perdía por 13 al descanso, 33-46. Normal. Según cuenta George Karl, Antonio Martín llegó al vestuario y soltó a sus compañeros una frase muy “fernandiana”: “sois una panda de hijos de puta”. La segunda parte forma parte de esos recuerdos imborrables del baloncesto: 59-25 para los locales. 92-71 en el marcador final. Antonio Martín logró 18 puntos y 16 rebotes en una actuación memorable, que contagió a todos sus compañeros, al público e incluso, estoy seguro de ello, a los rivales. El partido se puede encontrar entero en YouTube y os recomiendo ir al punto 1h.20m para ver la despedida del partido de Antonio, con el abrazo de sus compañeros y el consuelo, entre otros, de José Luis Llorente, otro de los que participaron en aquella gesta.

Si esta serie va sobre nuestras debilidades en los pívots, amigos de La Galerna, junto al nombre de Fernando, escribid el de su hermano Antonio.

 

Getty Images.

 

Entregas anteriores del serial:

  1. Mi debilidad bajo el aro: Rafael Rullán
  2. Mi debilidad bajo el aro: Clifford Luyk
  3. Mi debilidad bajo el aro: Walter Tavares
Rafael Gómez de Parada
AFKAB. Artist Formerly Known As Barney. Dice que corre maratones, juega al fútbol y al baloncesto, pero todo con nivel medio, como en el inglés. Nivel alto solo para escribir y portanalizar en La Galerna. Autor de "Volver al asfalto".

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8 comentarios en: Mi debilidad bajo el aro: el pívot (no) “blandengue”

  1. Como bien explica el autor ,Antonio Martín estaba mejor dotado , en cuanto a altura y fundamentos de baloncesto, que su hermano, el legendario Fernando. Ambos fueron grandes jugadores, aunque el mayor era todavía más fuerte -que ya es decir- , psicológicamente hablando, que su hermano.

  2. Es que Antonio nos parecia algo blando por la eterna comparacion con su hermano que era el tio mas duro y con mas caracter del basket ochentero.
    Del resto tengo que decir que Pat Burke ni de coña era blandengue, parecia sacado de la chaqueta metalica y tenia cara eterna de mala leche

    1. Desde luego que Burke no era blando, era una roca maciza que repartía mandobles a diestra y siniestra. Era tosco, falto de calidad técnica (en mi opinión), pero no un pívot blandengue. Quienes mejor representan el concepto son Begic, Sinanovic, Ante Tomic, Betts, incluso Mejri, otro que rehuía la pelea.
      Y coincido con lo referido a Antonio: un gran jugador, pero que pierde en la comparación del carácter con su hermano.

  3. No te había leído nunca y mira que soy lector de la galerna, y la verdad es que he leído este y otro artículo tuyo en el día de hoy y me han encantado. Comenzaré a seguirte. Un saludo

  4. Gracias a todos por los comentarios, pero, Antonio, Romay podía ser torpe, bonachón, buena gente, pero no era un blandengue. Hacía daño sin querer y en lo relativo a la intimidación de sus rivales, lo lograba. Era un gran taponador. En ataque aportaba mucho menos, pero en defensa, al menos lograba su objetivo. Y le conocí en persona en su día, un gran tipo, ¡me salen cero críticas hacia su persona!

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Tal día como hoy, pero de 1962, Amancio rubricaba su contrato como jugador del Real Madrid.

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