Este es un artículo escrito y no publicado por Julián Carpintero en 2015. La vigencia que mantiene a día de hoy es sorprendente.
Hace tan sólo unas semanas que Alberto Egea escribía lo siguiente en su perfil de Twitter: "Con una raqueta hubiera sido Federer, con un pincel Picasso y siendo un negro de 2'10 hablaríamos de 'Magic'. Pero eligió el balón". Y no podría tener más razón al hablar de Karim Benzema, el verso suelto del Real Madrid campeón que, sólo cuando este cuelgue las botas, comprenderá que ha estado años jugando a lo que el francés ha querido. Pero, claro, Benzema es tan sutil que el resto apenas sí nos hemos dado cuenta.
Pocas personas en todo el planeta serían capaces de definir con precisión lo que es Benzema, ya que encerrado en ese cuerpo de nadador al más puro estilo Mark Spitz vive un refinado violonchelista capaz de aparecer y desaparecer del campo de visión de los defensas rivales con un simple giro de cadera. Porque es tan etéreo que nadie sabe lo que es. No se le puede considerar un delantero al uso, pues cae con facilidad al círculo central para asociarse con sus compañeros como si del mejor pasador se tratara. Tampoco un mediapunta, esa posición que los italianos, con su habitual musicalidad para las palabras, han venido en llamar 'trequartista'. Y mucho menos un gato, por mucho que José Mourinho le confiriera atributos felinos en aquella célebre rueda de prensa. Quizá lo más acertado sea decir que Benzema y el fútbol son como una pareja de adolescentes enamorados a los que les aterra el compromiso por sus ansias de juventud: no les hace falta ponerse un nombre para saber lo que son. Y a ellos les basta.
Karim Benzema, el verso suelto del Real Madrid campeón que, sólo cuando este cuelgue las botas, comprenderá que ha estado años jugando a lo que el francés ha querido. Pero, claro, Benzema es tan sutil que el resto apenas sí nos hemos dado cuenta
Con una sonrisa que Da Vinci hubiera querido para su Gioconda, Benzema es un futbolista camaleónico. Su arrancada provoca la misma sacudida que la estampida de una manada de bisontes, potente y devastadora, emulando las carreras salvajes de su ídolo Ronaldo. Con sus controles, tan complejos como sofisticados, dibuja siluetas sólo al alcance de Baryshnikov, un arte que distinguió a su mentor y gran valedor, Zidane. Su mente bien podría ser la de Norman Foster, ya que posee la perspectiva de un arquitecto para proyectar combinaciones y desmarques que otros tardaríamos tres vidas en soñar. Pero es que el galo —con ele, no con t— es mucho más que eso. Es la imaginación necesaria para caracolear en una baldosa del área, la fuerza precisa para alojar un balón en la escuadra de Rulli gracias a un derechazo percutido con compás y la inteligencia para interpretar las necesidades de cada partido y retroceder un metro para que los dos pistones que corren por sus lados avancen veinte. Un elegido que parece vivir en la misma burbuja que Modrić, del que Guillermo Valverde dijo "no ser consciente de lo bueno que es, como esa chica guapa que no sabe que es guapa".
Más de un lustro ha tardado la grada del Santiago Bernabéu en bendecir al '9' del 'gallo', un hombre que después de aparcar sus escarceos con Ferraris y señoritas de la vida alegre ha sabido susurrar a la pelota e hipnotizar a propios y extraños. A día de hoy parece casi una grosería pensar que en algún momento Benzema fuera suplente de Higuaín, Adebayor o Morata, todos ellos excepcionales futbolistas —que me perdone 'Chicharito'—, pero ninguno con la consideración de un jugador que, como sentenció Hughes, "entra en el área como si la acabaran de fregar", de puntillas, como si no quisiera que nadie se enfadara con él. Benzema es así, no busca los focos ni tan siquiera a la hora de celebrar sus goles, cuando le basta con lanzar un par de salvas con el rifle imaginario que sostiene entre sus manos.
No obstante, más allá de ser el ojito derecho de Florentino, probablemente su mayor mérito haya sido sobrevivir al bullicio que montan la ambición de Cristiano y el hambre de Bale, dos animales a los que Benzema no ha hecho otra cosa que ponerles delante de sus narices la zanahoria con el palo para que sean ellos los que corran. Pero Ancelotti, hombre de fútbol y el laconismo hecho carne, lo sabe y le valora en la medida en que se merece. Falcao, Cavani, Lewandowski, Agüero... ¿Qué más da? Si el mejor delantero (ahora sí) que el Real Madrid podría tener ya viste de blanco.
Getty Images.
Formidable.
Gracias.