Cartas de un madridista millennial
Hola de nuevo:
Como bien sabes, me produce una inmensa fatiga el hablar continuamente sobre los arbitrajes. Mi espíritu delicado desprecia por defecto el espectáculo de los linchamientos mediáticos, por lo que no puedo evitar que me invada la compasión cuando veo a un trencilla superado por los acontecimientos derivados de una negligencia. Incluso en el contexto del escándalo que ha envuelto al CTA, incluso cuando mi equipo es despojado de dos puntos de manera absurda, la observación del rostro compungido del árbitro mientras traga saliva, sabedor de la aberración que acaba de perpetrar, impide que la frustración me domine.
Friedrich Nietzsche escribió un libro llamado Humano, demasiado humano, y el título quizá serviría para describir lo que me provoca la contemplación de la vulnerabilidad. Uno, que no se considera especialmente nietzscheano, de repente entiende el arrebato del filósofo alemán cuando abrazó llorando al caballo azotado por su cochero en la plaza Carlo Alberto de Turín: más que síntoma de locura, comprensión profunda de la desdicha compartida de la existencia. Aunque te confesaré que tan elevados sentimientos se me disiparon bastante cuando Gil Manzano sacó la roja a Bellingham. No en vano se puede sentir lástima por un recluta atribulado, pero no por un sargento chusquero.
En cualquier caso, cuando apagué el televisor y enfilé el camino del dormitorio, el destinatario de mis pensamientos no era el árbitro, sino la prensa. O, más concretamente, el enfoque que los medios de comunicación iban a darle a lo ocurrido en Mestalla para cincelarlo en las maleables mentes del hincha medio. Me parece que fue José María García el que adjudicó a los periodistas el papel de notarios de la actualidad. Aceptando esa premisa, asegúrate de estar agarrado a algún mueble sólido y, a continuación, imagínate por un momento qué hubiera ocurrido si la situación se hubiese producido al revés, con el Valencia viendo cómo le guindan un gol por haber pitado el final del encuentro cuando la pelota centrada ya estaba en el aire.
La compasión por el trencilla se me disipó bastante cuando Gil Manzano sacó la roja a Bellingham. No en vano se puede sentir lástima por un recluta atribulado, pero no por un sargento chusquero
Creo que no me llamarás exagerado si especulo con que el entorno ché hubiera resucitado al Cid montado en Babieca, a Jaime I el Conquistador con sus mesnadas y hasta a Milans del Bosch con sus tanques. Conviene rememorar que, hace apenas un par de años, llegaron a inventarse una polémica artificial —con tuit de la cuenta oficial del club del Turia incluido— a cuenta de un penalti justo señalado a Casemiro, al mismo tiempo que obviaban otro aún más claro no pitado por una mano de Piccini: es decir, convirtiendo una actuación perjudicial contra el Madrid en “robo” (sic) a favor de los blancos. Sin embargo, esos mismos que tanto bramaban sobre una ficción, tratarán la actuación de Gil Manzano desde la ligereza, un poco como examinaban las infidelidades algunos cantantes italianos de tu época. Encogimiento de hombros, media sonrisa y quitarle hierro al asunto.“Lo siento mucho, la vida es así, no la he inventado yo”. Como si quisieran cultivar en Mestalla aquel jardín prohibido de Sandro Giacobbe.
Recordarás que, cuando salió a la luz el affaire de los pagos al vicepresidente del CTA, hablamos largo y tendido sobre el asunto del relato. Grosso modo, concluimos que para un importante sector del mundillo del fútbol español, los roles de buenos y malos, o de ladrones y atracados, ya están esculpidos en piedra y no habrá jamás hechos suficientes para desmontar el cálido refugio que suponen esas convicciones. El carácter impermeable del antimadridismo podría resumirse en aquella boutade de Trump en su mitin de Iowa de 2016: “Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes”. A partir de ahí, solo queda decidir cómo afrontar este paisaje inamovible.
imagínate por un momento qué hubiera ocurrido si la situación se hubiera producido al revés, con el Valencia viendo cómo le guindan un gol por haber pitado el final del encuentro cuando la pelota centrada ya estaba en el aire
Durante mucho tiempo, parte de los aficionados nos desgañitamos pidiendo al club que bajase al barro para defenderse del cuento insidioso y grotesco que le atribuyen sus enemigos. Hoy se critican los vídeos de Real Madrid TV, a los que se acusa de una voluntad de coacción e influencia sobre el árbitro. En cierta medida es lógico que se les achaque eso: al fin y al cabo, cree el ladrón que todos son de su condición. Es sabido que, cuando un barcelonista habla de Guruceta, no solo lo hace como puro ejercicio histórico, sino que simultánea y subrepticiamente está pidiendo algún tipo de compensación.
Volviendo por un instante a la filosofía, pocas sentencias más certeras que aquella de Tzvetan Todorov: “Nadie quiere ser una víctima pero todos quieren haberlo sido”. De modo que, humildemente y si se me permite la apreciación, aconsejaría al Madrid que matizase un poco más su pertinente denuncia particular de los hechos, en defensa propia. A mi juicio, en la batalla del relato debería centrarse menos en los colegiados concretos, meros peones cuyo cascarón de nuez se mece en la tormenta mediática de presiones, y más en todos aquellos que escupen veneno para recolectar réditos en el futuro. Futuro en el que no tendrán reparo en disfrazarse de Sandros Giacobbes que silban distraídamente, llegado el caso. En definitiva, priorizar, antes que la renuncia a la compasión, la exhibición de la hipocresía. Porque si hay un jardín que debería estar prohibido, ese es el de la mentira.
Cuídate, volveré a escribirte pronto.
Pablo.
Getty Images.
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