Recuerdo que esa noche nos iban a machacar. Venía el Madrid de perder con cierta crueldad en Múnich. A Roberto Carlos se le escurrió el balón a los siete segundos de partido, y el resto está descrito en un informe forense. Todos nosotros nos estrenábamos en el Allianz, ese campo tan nuevo y tan estupendo que se acababa de hacer el Bayern. La frustración fue la misma, la tradicional, la acostumbrada, aunque en el Olímpico parecía que el horror se proyectaba desde el campo hacia afuera, por la lejanía de las gradas. Y por la pista. En el Olímpico de Múnich parecía haber una escapatoria. Siempre las pistas de atletismo hacen de cordón, dan cierta profilaxis, alejan el miedo, lo enfrían. Aquella noche en Múnich el Madrid perdió 2-1 y a Ramos le anularon un gol legal desde fuera del área, que nos clasificaba. Se había roto la nariz y jugaba con el pelo suelto, la blanca manchada de sangre. Las imágenes que retengo del partido son imprecisas, una nube de ácido claroscuro: regresaba del oftalmólogo y unas gotas que me hacían estornudar amarillo me habían dilatado las pupilas. Tres días después nos recibía el Camp Nou.
Recuerdo que decían que nos iban a machacar. Aquel Barça no era como este Barça. Pero también era un Barça campeón. El Madrid no estaba a 10, sino a 7 puntos, pero la sensación era la misma: finis mundi. Como ahora, sólo había una esperanza, un título en juego. No obstante, la Liga era para aquel Madrid, como la Copa de Europa para este Madrid, un flotador lanzado en mitad de la tormenta en la dirección en que unas manos se agitan desesperadamente sobre las olas. Una quimera. Una utopía. Una locura. Un sueño demente. Una mala broma.
Capello alineó a once hombres sin esperanza, de quienes nadie esperaba nada. Enfrente, una nación de plástico, el agitprop, Rijkaard con el flow, Messi con menos de 20 años y un tsunami a punto de romper contra el Real, rompeolas de España. Calderón con las sacas, BenQ quebrada, Beckham apartado del equipo, Ronaldo facturado a Milán en enero, dos niños bonaerenses soltados sin paracaídas sobre Madrid en llamas y Capello tratado como un Patton gagá. Recuerdo que decían que nos iban a machacar, y en efecto, cualquiera que no fuese un adolescente enfermo de optimismo (se cura con la edad) podía advertir la catástrofe.
Pero al Madrid no lo machacaron aquel día. En aquel tiempo las heridas del Madrid me dolían de verdad, con un dolor físico. Fueron años terribles, en los que cada ofensa hecha a la institución se me figuraba un desafío a mi nombre, a mi familia y a mi honor. Tenía yo una concepción absurda de las cosas: lo que es salir de un colegio franciscano, entrar en un instituto público, coquetear con Marx, leer a Reverte y descubrir Fans del Madrid. En esa transición dramática me encontré atrapado en plena Década. Aquella semana atravesé todas las fases de la ciclotimia nerviosa: depresión, miedo, exaltación, ira y orgullo furioso.
¡Pero qué partido de Guti! Los dos enfrentamientos contra el Barcelona de aquel año justifican toda su carrera. Especialmente aquella noche. Hizo del Camp Nou su after, hizo de su zurda una bomba atómica. Hay algo que pervive todavía en la psique barcelonista, a pesar de todos sus triunfos contemporáneos: la certeza de que el Madrid es pura resiliencia, y de que al fondo del pasillo, de la oscuridad, saldrá una mano blanca que le retorcerá el cuello al niño Dios culé. Aquella fue una de esas noches. El fantasma se hizo carne y sobre Disneylandia cayó el silencio como una manta de plomo, como una tiniebla.
Van Nistelrooy y Diarra, Djilla, emergieron del océano: dos gigantes, dos San Cristóbal, dos colosos goyescos. Sostuvieron en una mano al pueblo madridista hasta depositarlo en la orilla correcta; con la otra fulminaron un escenario que estaba preparado para albergar la representación de una tragedia, la madridista. Reventaron el espectáculo. Y Ramos, naturalmente, marcando el 2-3 de cabeza, con la coronilla, saltando sobre Puyol, ganándole el balón, tomando la pluma y escribiendo el primer acto de la Nueva Historia del Madrid Contada Por Un Héroe a Cabezazos. Cuando marcó Ramos yo salté del sofá y miré a mi padre: estaba durmiendo. Comprendí en ese momento que desde entonces estaría solo, que el futuro estaba en las manos de mi generación, una generación de delfines huérfanos, de Luises XVII, que siempre tendría París en contra pidiendo nuestras cabezas coronadas. Messi sería guillotina y bandeja, sobre la cual el Barcelona serviría a la Historia el despojo de la primera quinta de madridistas educados en la soledad y la derrota. Pero no aquella noche.
Aquella noche descubrí que hay momentos estelares en que un fulano de blanco se sube al Empire State y desvía el meteorito. Es una figura literaria que se repite. Casillas en Glasgow. Raúl en Tokio. Ronaldo en Manchester. Cristiano y Bale en Mestalla. Ramos en Lisboa.
Aquella noche Messi tuvo que ponerse la capa. Empató a 3 y pareció el final. Suspiró Rijkaard y rezongó Capello. Resurrección fallida. Al contrario. Había empezado la conquista de la mejor Liga que recuerdan mis ojos. Una Liga salvaje.
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Me acuerdo de ese partido, ese Madrid de Capello, si que sabía sufrir, no éste, lleno de niñatos consentidos, de todas formas lo digo ahora, como ganemos el sábado, creo que nos ponemos a 7 puntos, no se que pasará, pero ya te digo yo que el canguelo en ese país de ahí arriba subirá como la espuma
El Madrid en sus peores momentos suele ser cuando hazañas más grandes realiza en el Camp Nou; el mismo año anterior, cuando ese Barcelona tocó el cielo, el Madrid visitó el Camp Nou en situación parecida a la de ahora pero aún más complicada: eliminado también de Champions, a 11 puntos del Barcelona con 7 jornadas restantes, con el 0-3 de Ronaldinho en la retina y con Sevilla, Osasuna y Valencia respirando en el coco del Madrid para dejarle incluso fuera de la Champions. Ha sido el momento en los últimos 15 años que más cerca hemos estado de quedar fuera de la máxima competición europea.
Y frente al Barcelona de Etoo y Ronaldinho se presentaba la peor versión del Madrid galactico: Con Raúl Bravo de central, Guti y Zidane en un doble pivote y con Raúl sentado en la peor temporada de su carrera. Para añadir más leña al fuego, nuestro querido árbitro Medina Cantalejo realizó el peor partido de su carrera profesional haciendo el clásico más decantado hacia un equipo, incluso por encima de aquella semifinal con Mourinho.
Penalti inventado, roja inventada, la regla del fuera de juego como si no existiera....y aún así y pese a todo dió una genialidad de Ronaldo para llegar empate a 1 al descanso. Se empató al final ese encuentro en una segunda parte de desgaste y aguante donde el bueno de Medina puso el broche final al escamotear un penalti a Ronaldo a falta de 20 minutos para el final que hubiera supuesto el 1-2.
En ese partido acabamos con Raúl Bravo y Mejía en la defensa, y con Pablo García y Gravesen en el medio. Para que veamos lo que era ese equipo; y el empatito nos sirvió no solamente para desterrar el fantasma de la UEFA que mofaban desde Barcelona, sino para acabar subcampeones y utilizar esos preciosos milloncestes de la Champions para traernos a Van Gol, Mahamadou y otros héroes del texto que arriba esta escrito.
El sabado no se juega un título, se juega el honor entero.
Un equipo entrenado por Capello jamás se rinde. Ahora salimos con los brazos en alto del autobús. Desde mi punto de vista, los únicos entrenadores, con todo lo que eso significa, que ha tenido el Madrid, en toda su historia, han sido: Muñoz, Boskov, Capello y Mourinho. Todos los demás, alineadores y con suerte que alguno hubo que ni a eso llegaba.
Se parecen mucho nuestros criterios, y seguramente nuestras experiencias, pero no me expresaría con tanta vocación de negación de la totalidad. Al fin y al cabo el primer entrenador del que tuve noticias fue Muñoz, y seguramente algunos de los anteriores lo fueron, y aunque no les acompañara el éxito también lo fueron algunos de los posteriores, como DiStéfano y aquél Amancio traicionado.
Muy bien todo, lo que no veo por ninguna parte es que el Barcelona empató jugando con 10, y que el PENALTI no fue. Ah ya,,,, diculpen, es que no me había dado cuenta.
Saludos,
El Madrid puede ganar el sabado perfectamente, despues de todo es ahora mismo el que mas tiene que demostrar. En la epoca de Gaspart era al reves, ya que era el Barça el que tenia que tirar de orgullo ante un rival superior, de hecho aun me acuerdo de aquel 3-3 en el Bernabeu en el que el que un Barcelona lleno de paquetes y fichajes fallidos puso al Madrid de los galacticos contra las cuerdas, e incluso podria haber ganado de no ser por un gol mal anulado por un fuera de juego increible que el arbitro se invento.