Mejor imposible

Los adjetivos se agotan para el primer tiempo. El Real se permitió incluso pifiar tres o cuatro ocasiones, tras un par de palos, un penalti no pitado (¡otra vez!) y cuatro goles. Me froto los ojos, porque dudo de haberles visto jugar mejor alguna vez, y en todo caso lo visto me convence de que una exhibición tan completa de velocidad, inventiva y sobre todo presión es lo perfecto para esperar el lance del miércoles.  La clase, y la entrega, de Marcelo y Kroos me han dejado atónito, rumiando de puertas adentro una especie de rabia sofocada, porque juegan como los ángeles –lo mismo debe decirse de Asensio-, y no termino de entender por qué tan de tarde en tarde.

Pero quejarse cuando la maestría invade todo un tiempo no es de recibo, sobre todo tras un segundo donde el equipo hizo lo que debía, sin ahorrar una nueva exhibición de poderío. A los arabescos de Marcelo correspondieron diabluras de Isco y la misma armazón disuasoria del conjunto –la mejor noticia con mucho-, añadida al acierto goleador de Cristiano, que pudo hacer repóquer sin dificultad alguna.  No sé cómo, el relámpago silencioso de la primera parte me trajo a la memoria “el murciélago rasgando la porcelana del atardecer”, en los términos de Rilke, quizá porque jugar al primer toque y conjuntados le hace un roto zigzagueante a cualquiera.

Aunque la Real Sociedad juega blandito casi por costumbre, suponiendo que con el control basta –como el Barça de Cruyff antes de empezar a funcionar-, me parece que combinando así, con esos arrestos cuando se trata de meter la pierna, asegura una buena cuota de los balones divididos; y no seguir fallando la escandalosa proporción de goles observada últimamente bastará para poner en graves aprietos hasta al rival más postinero. Menuda máquina ha armado Zidane, cuando no le entra la pájara.