Me gusta que los planes salgan bien

"Me gusta que los planes salgan bien", decía siempre Hannibal Smith al final de cada capítulo de El equipo A, en realidad el mismo capítulo de siempre, más o menos como la vida o el jazz, variaciones sobre el mismo tema de seguir adelante en espiral. No supimos ver en su momento la lucidez del mensaje de aquellos guiones casi calcados, fabricados como ristras de chorizos, sujetos a un esquema como cadena de montaje, como engranaje de reloj suizo de saldo, como un Beckett para niños sin que los niños supieran quién era Beckett.

Ahora ya podemos saber que los planes de Hannibal siempre iban a salir bien porque así estaba escrito, porque así lo quiere el show business (there's no business like...), porque lo importante es coser y cantar, que no se note que has llorado, que nada te roce... Porque imaginen ustedes a un niño que asistiera de repente a un capítulo en el que la droga que le suministraban a M.A. para poder subirlo a un avión no hiciera su efecto, imaginen a un médico diagnosticando a Murdock un severo trastorno mental y confinándolo en un sanatorio de por vida, imaginen a Fénix (Templeton Peck) mirándose taciturno ante el espejo cualquier mañana al afeitarse y descubriéndose dos o tres canas, o patas de gallo, o un asomo de conciencia moral, o un manual de nuevas masculinidades.

Imaginen que, tras llegar a un pueblo cualquiera del medio oeste norteamericano, el insigne equipo preparara todo al modo habitual para darle a los malos su merecido (los malos siempre son los malos, como el blanco es blanco, el negro es negro y el gris no existe) y resultase al final que Hannibal no puede encender su puro de la victoria porque no hay victoria que celebrar, porque el plan no ha salido bien sino mal, muy mal, desastrosamente mal. Final. Réquiem. Lloran los niños.

Pero tranquilos, queridos niños. El guión está controlado. La fábrica de chocolate no descansa y los Umpa Lumpa continúan fieles a su labor, incansables, siempre al servicio de un relato sin resquicios de duda, sin asomo de pérdida, desesperanza o mera verdad. ¿Quién va a querer verdad habiendo celofán y lacitos de colores, confeti y narices de payaso? Hoy toca el plan A del equipo ídem y la Humanidad descansa en esa convicción. El relato está contado de antemano y sólo queda seguirlo al pie de la letra como un mantra, como un catecismo, como un lema publicitario de esos que se te meten en la cabeza y ya no salen salvo que se le aplique el penoso ejercicio del análisis, del cuestionamiento, de la reflexión, de la mirada externa.

Pero pensar es perder la oportunidad de gozar, así que plan A y sonrisas, que hoy juega Messi, queridos niños. Algún triste dirá que sin Messi no hay plan alguno en el equipo A, pero ni caso. Algún resentido dirá que eso se llama dependencia de un jugador y que de eso mismo se acusó no pocas veces al Madrid de Cristiano Ronaldo, pero ni caso. Algún gris memorioso dirá incluso que el plan A contiene una cantidad de millones en fichajes tal que echaría por tierra (mar y aire) aquel otro eslogan de cantera contra cartera, pero menos caso aún a esta grisura. De hecho, ya Mundo Deportivo viene preparado para semejante asunto ofreciendo a sus lectores un bonito tarjetero de piel, suponemos que fabricado en la misma Masía, trasunto del american dream versión catalana.

Algún aguafiestas dirá, por último, que cómo no va a priorizar Valverde la Liga cuando "todo ok, José Luis" y en Champions el plan A no le sale bien a Hannibal, sino a un tal Manolas. Pero, ya decimos que ni el más mínimo caso, niños. El guión ha dejado escrito para los restos que eso de la Champions es cuestión de ganar dos o tres partidos sin continuidad, que es cosa de fortuna, pegada y bagatelas similares. No como la Liga, que es el torneo de la regularidad (línea obligada de guión, grabada a fuego, marca de fábrica), el que distingue al mejor de los mejores, el alfa y el omega, donde el alfa es tot el camp y el omega es un clam. Después de que el plan A se despliegue y se revele exitoso a toda costa -incluso a costa de resultar en improbable empate o en delirante derrota-, jugará el equipo B, como si a algún niño le importara. Aquí el relato se deshilacha, pierde efectismo, es un nudo sin planteamiento ni desenlace, da así como pena, José Luis.

Aquí los puros de la sospechosa victoria son carísimos Habanos adosados a labios aún más sospechosos. Aquí que hagan lo que quieran, como almas en pena, ángeles caídos o jaula de grillos. Aquí hay un avispero al que darle palos para que jueguen los niños. Recuerden si no aquel título de 'Chicho' Ibáñez Serrador: ¿Quién puede matar a un niño?