Anoche me llamó la atención una circunstancia inusual en el fútbol de hoy. Mbappé lució un conjunto con los pantalones subidos hasta el ombligo y la camiseta remetida por dentro, lo que jocosamente se conoce como llevar pantalones de cuello vuelto. Remató su aspecto con la elástica bien abotonada.
En tiempos donde lo habitual son las camisetas por fuera y la cinturilla de los pantalones a la altura de la de un descuidado fontanero agachado, la apariencia de Kylian transmite pulcritud, pese a la mirada que le lanza Modric en la imagen de arriba.
El estilo de Mbappé recuerda al que llevábamos de niños cuando nos arreglaba nuestra abuela. Nos subía a la cama, nos enderezaba por los hombros, nos vestía unas veces con cariño no exento de brío y otras con brío no exento de cariño. Se cuidaba mucho de remeternos bien la ropa para que no cogiéramos frío y huía de toda frivolidad a la hora de acicalarnos.
Después, nos bajaba al suelo, nos levantaba la barbilla, nos asperjaba con colonia la melena y nos pasaba fuerte el peine con una mano mientras acompañaba el útil planchando el pelo con la otra. Nos dejaba más bonicos que un San Luis y a correr.
Antes, salvo Manolo Sanchís y alguno más, todos saltaban al campo con la camiseta remetida y los pantalones subidos hasta el ombligo. Ahora sucede lo contrario.
Anoche Mbappé no jugó el partido de su vida, pero se le notó comprometido al máximo. No dejó de intentarlo, aun cuando no le estaban saliendo las cosas todavía como él querría. Como él y como todos aquellos que deseamos que le vaya bien al Real Madrid.
Al final obtuvo la recompensa al esfuerzo mostrado en forma de golazo. Aunque probablemente más que un premio a nada fuese una consecuencia de la calidad que atesora. Marcó la ocasión más compleja que disfrutó, igual que contra el Getafe, y celebró el tanto sin aditamentos.
Aún no hemos visto al mejor Mbappé de blanco, a pesar de ello, el francés acumula un buen número de goles. Más quisieran otros atravesar profundísimas crisis siendo el máximo goleador en liga del Madrid.
El encuentro del nueve frente al Girona no pasará a la historia, tampoco vimos la versión final del Mbappé que queremos ver, pero sí puede considerarse un buen comienzo a partir del cual seguir creciendo.
Tal vez anoche, antes del partido, en el vestuario de Montilivi, Kylian se enderezó, se apretó los machos, tomó el uniforme del Madrid, se vistió con cariño no exento de brío o con brío no exento de cariño. Se cuido de remeterse bien la ropa para no coger frío y huyó de toda frivolidad a la hora de acicalarse.
Después, sacó del neceser un pulverizador de colonia de esos de plástico de colores de hace varias décadas y se roció el pelo con la fragancia. Levantó la barbilla, agarró un peine del color de la moldura de las gafas de Calvo Sotelo en la UCD y lo pasó fuerte con una mano mientras acompañaba el útil apretando su corto pelo con la otra. Se dejó más bonico que un San Luis y a correr.
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Da certidumbre un jugador que viste así, en breve volverá por sus fueros.
Excelente, como siempre. Me refiero al autor, claro.
Los progres dirán que es de ultraderecha
Antes no sólo se llevaba la camiseta recogida de tro del calzon sino que era obligatorio llevarla así. Recuerdo haber visto a árbitros obligar a jugadores a remeterse la camiseta dentro del pantalón, bajo amenaza de amonestación.
Grande Kylian. Lo que debe ser, es friolero. Pero con estos detalles, los agoreros que decían que era un fichaje fallido, un Hazard, los piperos vinagres, están empezando a recular hacia una cueva sin calefacción.