Cuantos más penaltis falla, más literatura hay en Mbappé. El delantero francés se ha convertido en alguien sólo interpretable desde lo artístico, que implica naturalmente la subjetividad. ¡Qué aburrimiento sería reducir el fútbol a una simple contabilidad de goles, pases, tiros a puerta, fallos, pérdidas y expected goals! Para eso que se lo queden los modernos, que ya se lo están quedando y están haciendo del juego una cosa infumable.
El otro día, en Bilbao, Mbappé volvió a tirar un penalty y en cuanto agarró la pelota para lanzarlo todos sabíamos que lo iba a fallar. En ese momento no era un jugador profesional, sino un héroe encaminándose resueltamente hacia su destino. Su destino es trágico. El cuento de hadas se esfumó hace tiempo. Ahora sabemos por qué.
A Mbappé le han roto el corazón.
Los fundamentos elementales de la literatura y del arte son el amor y la falta del mismo. San Pablo, que empezó su vida siendo de los perseguidores y la terminó entre los perseguidos, legó a Occidente una de las más bellas piezas de la escritura sagrada jamás concebida por el hombre, su primera carta a los corintios: el amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré cómo he sido conocido por Dios. En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor. Nicola di Bari, en los 70, lo resumió muy sencillamente en su Vagabondo, nombre que ahora se le podría aplicar a Mbappé, un náufrago perdido en una isla desierta repleta de ruinas circulares: da soli non si vive, senza amore non morirò.
A Mbappé le han roto el corazón. Para mí la clave de su mal rendimiento está aquí: es un hombre sin norte, sin horizonte. El amor es el motor de la vida, la fuerza trascendental
“Amé a una mujer hace tiempo, pero ya no. Espero volver a estar enamorado otra vez”, confesó Mbappé hace unos días. Para mí la clave de su mal rendimiento está aquí: es un hombre sin norte, sin horizonte. El amor es el motor de la vida, la fuerza trascendental. Sin amor yo soy como una campana que no tañe. Sergio Ramos comparó ganar la primera Copa de Europa con hacerle el amor a una mujer por primera vez. Zidane reveló hace unos años que si Veronique le hubiera rechazado, se habría tirado por un balcón. Un hombre sin amor es una carcasa vacía y a eso se asemeja el paso errante de Mbappé por los campos de España, a una de las ánimas siniestras de la leyenda soriana de Bécquer.
Las remontadas del Madrid, por ejemplo, son un puro acto de deseo, que es la expresión carnal, inmediata y animal, del amor. Un deseo sin contemplaciones, un deseo que no es capaz de imaginar un límite a lo posible: eso es el Madrid cuando entra en trance, esa es la fuerza dionisíaca que arrebata a sus jugadores y los vuelve plenos de poder, capaces de pasar por encima de un avión.
Mbappé necesita recuperar el amor, aunque eso sea tan difícil como ponerle puertas al mar. El amor es el plan maestro, ya lo canta Jorge Drexler, pero ¿quién es capaz de invocarlo? Sólo Dios y, este caso, el Madrid cuando se pone farruco y vuelca el mundo hacia la portería de los contrarios, en esas noches enloquecedoras que se parecen a un sueño. A lo mejor Mbappé debería empezar a hacerlo por amor al arte, que siguiendo con Drexler no es diferente de un pez a contracorriente, o del perfume del jazmín. Obsesionados con la mecanización de los procesos físicos, técnicos y tácticos, el fútbol contemporáneo ha olvidado la mejor parte, que es el querer por encima de todo, el jugar como juegan los niños: olvidados del ayer y del mañana, habitantes de un presente eterno y luminoso que sólo se termina con el pitido final del árbitro, un verdadero trasunto de la muerte.
Las remontadas del Madrid, por ejemplo, son un puro acto de deseo, que es la expresión carnal, inmediata y animal, del amor
Dicen que quien rompió el corazón de Mbappé es una francesa rubia lánguida de esas que antes se conocían como It Girls. Se la vio con ella por ahí, mientras París y el mundo, con Macron y Qatar acosándolo, se terminaban para él. Ahora que juega por fin en el Madrid y el mundo es suyo ellos se han desenamorado y la cosa, ciertamente, debe ser dura. Quien lo probó, lo sabe.
“El mundo siempre está preparado para el amor”, proclamó Pío XIII, el Papa que se inventó Paolo Sorrentino en The Young Pope para que lo encarnara Jude Law. Mbappé debe estar siempre preparado para el amor, de lo contrario no triunfará en el Madrid. El amor desata todas las fuerzas ocultas del hombre, y si uno es un genio, entonces estará facultado para realizar grandes cosas. El mundo del fútbol de hoy en día es un entorno cínico y descreído, muy feo y desagradable, donde mandan los hombres grises que robaron la felicidad del mundo en la novela Momo. Sólo caben actos heroicos, credenciales, es decir movidos por una fe firme en algo superior, algo independiente de lo mercantil, de lo pragmático: el amor es desmesura y como tal, ajeno al utilitarismo con el que nos quieren encerrar en un mundo que desprecia lo bello como inútil. Como en una evocación desesperada de una juventud fugaz pero brillante, Mbappé debe jugar como si detrás de las redes de la portería contraria estuviera esa respuesta que casi nunca podemos encontrar pero que jamás debemos dejar de buscarla.
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Amore, amore, amore...
Y ya luego , a quien se le acabe la pasión con su santa y sea futbolista del Madrid, que piense en sus hijos y en sus padres para que estén orgullosos de su rendimiento. Esa es la clave, la motivación máxima .
Dar lo mejor (con)movido por la familia. De ello comentó ayer Fede Valverde,un capitán.
El amor lo salvará
Cristiano rompió con Irina Shayk. Y ahí sigue. Con quien rompió Kylian, con la fusión de Irina Shayk y Pamela Anderson prime?
Ahora en serio, lo más jodido de todo creo que es el tema de lo que ha hecho la mafia de Al-Khelaifi con su hermano.