Las mejores firmas madridistas del planeta
Inicio
Opinión
Matrix en el bar Negreira

Matrix en el bar Negreira

Escrito por: Hank2 octubre, 2023
VALORA ESTE ARTÍCULO
1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas

Carlos se crujía el cuello para relajar la tensión que le estaban provocando ese incómodo respaldo del asiento trasero del coche de Javier en primer lugar y los clásicos nervios que acostumbraban a acompañarle antes de arbitrar un clásico en segundo. El chófer tomaba en ese momento la palabra mientras Carlos y sus asistentes permanecían en silencio, con una cara que delataba cierto temor al partido que estaban a punto de encarar.

—Ya sabéis: aquí tranquilos —decía Javier con su habitual sonrisa. Uno no sabía si le estaba sonriendo o amenazando. Quizá ambas cosas—. El Barcelona se juega mucho esta noche y no os puede temblar el pulso. Vosotros vais sobrados. Sabéis perfectamente lo que tenéis que hacer.

Carlos pudo mirar a ambos lados a sus nerviosos asistentes asintiendo sin pestañear. Comparado con ellos, él estaba algo más tranquilo. Efectivamente, sabía de sobra lo que tenía que hacer. No en vano también había estudiado a fondo los secretos del arbitraje a través del mejor máster posible: el coaching Negreira. En ese momento, se puso a mirar por la ventana del coche sin ver absolutamente nada, simplemente rememorando con una sonrisa melancólica aquellos viejos tiempos. Qué joven era cuando se inscribió. Y, sobre todo, qué inocente…

Coche de noche

Carlos caminaba entusiasmado por la calle San Antoni María Claret. Estaba a punto de asistir a su primera sesión de coaching con la familia Negreira. Había sido recomendado por varios de sus compañeros que ya habían realizado el “curso” y había que decir que mal no les había ido, pues desde entonces sus carreras arbitrales se habían visto catapultadas a pesar de que su estilo de arbitraje no había mejorado, más bien lo contrario, en opinión de Carlos. Levantó la cabeza con extrañeza, pues al parecer había llegado a su destino, el número 209, pero delante de él no había sino un mugriento y deslustrado bar llamado La Torrada, que, al menos por fuera, tenía más pinta de haber sido abandonado hace años que de estar operativo. 

“Qué raro. Debo de haberme equivocado al coger la dirección” —pensó Carlos, que ya empezaba a darse la vuelta cuando de repente vio una cara conocida. Javier Enríquez caminaba sonriente hacia él, con esos ojos suyos entrecerrados, abriendo los brazos como si quisiera darle un abrazo a esa distancia.

—¡Qué puntual! Por favor, ve pasando... —dijo mientras, para desgracia y horror de Carlos, le cedía el paso abriéndole la puerta de aquel antro.

—¿Es aquí? Quiero decir, la clase de…

—¡Pues claro que es aquí! ¿dónde va a ser si no? —dijo Javier, tan entusiasta como siempre.

La Torrada

Carlos contestó con su silencio y una cara de circunstancias porque “cualquier sitio en lugar de este” no le pareció la contestación más adecuada para su primer día de clase. Se limitó a tratar de sonreír y observar el interior de aquella taberna mientras hacía esfuerzos por no taparse la nariz ante potente olor (¿aromático?) que hedía el ambiente y le irritaba hasta la última de sus vibrisas.

Sentado en una vieja y polvorienta mesa que parecía más digna de un camping que de un restaurante y observando un televisor, se encontraba un benjamín de ojos oscuros y con la cabeza rapada cuyo rostro a Carlos le resultaba familiar. Llevaba indumentaria de colegiado y en ese momento observaba en estado de concentración, casi en una especie de trance, la televisión que había enfrente. Carlos la miró con curiosidad. Un jugador del Barcelona acababa de derribar claramente a su rival dentro del área.

—¡Penalti claro! —saltó Carlos como un resorte.

Javier lo miró con una expresión que Carlos no supo descifrar, pero el hijo de Negreira contuvo cualquier tipo de respuesta y se limitó a observar con expectación.

—Te equivocas —le respondió el niño—. No es penalti.

Carlos le dirigió una mirada de condescendencia al chaval. Si de verdad quería ser árbitro, no le auguraba muy buen futuro si no era capaz de distinguir un penalti tan nítido. Quizá fuera el fuerte olor a podrido que impregnaba aquella sala y que a Carlos ya estaba empezando a darle dolor de cabeza lo que estaba confundiendo al crío.

—Claro que es penalti —dijo Carlos tranquilamente, tratando de ser amable—. Se ve claramente cómo el defensor llega tarde al balón y zancadillea al rival dentro del área.

El niño lo miró como si fuera un marciano y, acto seguido, dirigió a Javier Enríquez una mirada exasperada.

—Aún está aprendiendo —se justificó Javier—. Puedes darle su primera lección.

Javier Enríquez bar Negreira

¿Cómo que su primera lección? Si la primera lección iba a ser intentar convencerle de que un penalti de libro no lo era, apaga y vámonos…

—Pero vamos a ver… —empezó Carlos, que ya comenzaba a alterarse—. Se ve penalti clarísimo. Se ve a la legua.  El reglamento dice…

—Lo estás enfocando mal. No intentes ver el penalti. Eso es imposible. En lugar de eso, intenta darte cuenta de la verdad.

“¿Pero de qué cojones está hablando este mocoso? ¿Y por qué Javier Enríquez le sigue la corriente?” —pensó mientras veía al hijo de Negreira asentir con aprobación. No sabía si era una especie de broma o de prueba inicial, algo como un bautismo de fuego de esta escuela de arbitraje, pero decidió seguirle la corriente al niño.

—¿Qué verdad?

—Que no hay penalti.

Carlos alzó las cejas, pero no dijo nada.

—Esa es la verdad. Si consigues verla, verás que no es el penalti lo que importa sino tú mismo. Un penalti no existe hasta que el jugador no lo tira. Y el jugador no lo tira hasta que el árbitro lo señala.

—Pero el reglamento… 

—El reglamento no existe. No es más que un absurdo conjunto de palabras difusas y confusas. El penalti tampoco existe. No es algo real hasta que el árbitro lo convierte en real. Tú, en cambio, sí existes. Tú eres real. Y tu palabra es la verdad. La única verdad que necesitas conocer —dijo el chaval mientras Javier seguía asintiendo con orgullo.

Aquello estaba tomando un cariz que a Carlos no le gustaba un pelo. Y encima ese maldito olor pestilente no hacía más que empeorarlo todo. Empezaba a sentirse ligeramente mareado. No sabía muy bien cómo salir de aquello, así que trató de cambiar de tema.

—¿Es familiar vuestro?

—Se nota, ¿eh? Canterano como yo, aunque apunta mejores maneras en el arbitraje…

“Pues no sé yo qué decirte” —pensó Carlos, que respiró aliviado al ver cómo salía desde una puerta por detrás de la barra la leyenda del arbitraje y actual vicepresidente del CTA, Enríquez Negreira, con unas extrañas gafas de sol que apenas sí cubrían sus ojos (no digamos ya las bolsas de los mismos), y con una mujer de unos cuarenta y muchos a su lado. Carlos observó a la mujer: tenía cara de ser una de esas personas a las que era mejor no contrariar. Negreira también lo era, así que resolvió que debían de ser tal para cual.

Había oído hablar de la pareja de Negreira. Tenía un amplio conocimiento de los árbitros españoles a los que evaluaba su amante. Javier Enríquez la llamaba burlonamente “el oráculo”, ya que solía acertar antes que el propio Negreira qué árbitros tenían futuro en el círculo de afines del CTA.

La mujer se separó de Negreira y se colocó tras la barra mientras seguía mirando a Carlos, cuyo mareo y dolor de cabeza no iba sino en aumento debido a aquel endemoniado olor.

Bar cutre

—¿Una cerveza? —preguntó la mujer con una voz gruesa que la delataba como fumadora empedernida.

No estaba bien visto que los árbitros bebieran alcohol, así que Carlos lo tomó como una trampa y respondió.

—Ya sabe usted que no puedo aceptarla. Los árbitros no bebemos —resolvió Carlos. Pero decidió ir un poco más allá, con un atrevimiento que lo sorprendió incluso a él—. ¿Para qué me lo pregunta si sabe no puedo aceptarla?  

—Es el grifo de sin alcohol, gilipollas —respondió mordazmente. Miró a su amante— ¿De dónde dices que sacáis a estos idiotas?

—Del gremio, como si no lo supieras —respondió amargamente Negreira.

Carlos no pudo hacer otra cosa que agachar la cabeza y decidir abrir la boca lo menos posible. Con aquel mareo que tenía no iba a hacer sino empeorarlo todo.

La mujer cogió una jarrita, la acercó al grifo y la fue llenando. La dejó junto a Carlos y le dijo:

—Toma anda. Y no te preocupes por la jarra.

Carlos la miró como sin comprender. Decidió probar la cerveza, que al menos no tenía tan mala pinta como el resto de lo que había en el bar.

—No se le ve muy avispado. Ya entiendo porque te gusta.

“Y encima me insulta” —pensó Carlos que bajó la jarra con furia hacia la barra. Al hacerlo, la superficie de la jarra se hizo añicos y el colegiado se quedó sólo con lo que quedaba del mango de la misma. Rojo como un tomate, se apresuró a disculparse, pero la mujer se anticipó levantando una mano para negar la disculpa.

—¿Cómo sabía que se iba a romper la jarra?

—Aquí todo se rompe —se limitó a decir con simpleza.

—Pero ¿cómo lo ves? —dijo Negreira, que seguía mirando fijamente a Carlos— ¿Crees que puede ser el elegido?

—Siempre tan impaciente e insaciable —repuso su pareja—. Lo llevas estudiando y calificando tanto tiempo como yo. No te puedes lanzar a comer una fruta sin que esta esté madura. Y este está más verde que las muestras de orina del último test que nos llevamos del entr…

Negreira carraspeó para cortarla y volvió a inquirir, impaciente:

—¿Sí o no? Que no tenemos todo el día, mujer, y tenemos un CTA que llenar de árbitros afines en los que poder confiar.

—Creo que podría ser. Le veo cierta madera. Casi hasta puedo visualizarlo en un puesto similar al tuyo cuando se retire. Además, ya ha pagado el curso entero.

—Muy bien. Trae los platos.

Oráculo Matrix

La mujer salió de la barra por una puerta abierta que daba a la cocina. Un minuto más tarde llegaba portando dos platos, uno en cada mano, que depositó en las manos de Negreira. Este último avanzó hacia un Carlos que se percató de que estaba ante la fuente de aquel espantoso hedor que tanto estaba enturbiando su mente. El plato de la derecha era de color azul y sobre el mismo había un simple y mustio escalope acompañado de unas patatas fritas. Lo mejor que se podía decir del plato es que parecía comestible. No así el de la izquierda, que consistía en el filete de carne en peor estado que jamás había visto Carlos acompañado de unas lonchas de jamón que tenían toda la pinta de estar (en el mejor de los casos) recién sacadas de un envase de plástico.

“¿Y ahora qué?” —pensó Carlos mientras se preguntaba cuánto tiempo sería capaz de aguantar la respiración.

El vicepresidente del CTA lo miró con gravedad y tomó la palabra:

—Si tomas el plato azul, fin de la historia. Te irás a casa y creerás lo que quieras creer, arbitrarás como quieras arbitrar y Arminio y yo aplicaremos el factor corruptor como queramos aplicarlo.

—¿Ha dicho factor corruptor? —murmuró incrédulo Carlos, al que se le escapó el aire. Al volver a tomarlo, se dio cuenta del error que acababa de cometer, pues aquella bocanada de aire le duplicó el mareo.

—Corrector —le corrigió Negreira,  al que ahora parecía oír como si estuviera en el fondo de la habitación.

—Pero has dicho…

—He dicho corrector.

—Me ha parecido oír…

—Te ha parecido oír corrector. Esa es la verdad —dijo Negreira en un tono que no admitía más réplica—. La única verdad. La verdad que aprenderás a percibir y aceptar si tomas el plato rojo. Si tomas el plato rojo te quedarás en el país de las maravillas y yo te enseñaré a dónde llega la madriguera de conejos. Te instruiré en cuanto necesites saber para llegar hasta lo más alto del arbitraje español. Internacionalidad. Clásicos. Finales de copa.

“Morir envenenado o volver a pitar en tercera. Cojonudo” —pensó Carlos con amargura al tiempo que tomaba aire para reflexionar. La vaharada de aire que le entró por la nariz fue tan potente que le lagrimeó los ojos y terminó de turbar su percepción de la realidad. Ya no había dos platos sino varios. Hizo algo parecido a mover su brazo para señalar y parece que eligió bien, porque desde una especie de altavoz que debía de haber en aquel sitio escuchó a un feliz Negreira felicitándole por la decisión que acaba de tomar.

Sintió que alguien le apretaba la mano y a continuación le ayudaban a sentarse en una silla. Negreira le partía el filete mientras le decía algo así como que ahora iba a aprender a arbitrar de verdad. Si arbitrar de verdad era arbitrar con el criterio del niño de antes, no se sentía muy capaz de ello y así se lo comunicó a su jefe.

- Bobadas. Todo el mundo aprende bien de mí. Sólo necesitas un poco de instrucción y entrenamiento. Y una correcta estimulación —dijo Negreira mientras enrollaba una loncha de jamón alrededor de un pedazo de carne y se lo metía a Carlos en la boca.

El sabor fue tan potente y horroroso como el olor, pero no podía escupirle la comida a la cara a su jefe. ¿O sí podía? Había que elegir qué perspectiva era peor, si esa o tragarse aquel pedazo y morir intoxicado. Se arriesgó con la segunda y tuvo la sensación de que todo su mundo cambiaba a su alrededor. La sala daba vueltas, las sillas y las mesas volaban, Negreira, su amante y su hijo parecían ondular continuamente. Oyó cómo Negreira le dijo a su hijo:

—Carga el programa de entrenamiento de arbitraje.

Varios Javieres aparecieron llevando una caja con el escudo del FC Barcelona en el fondo de la sala del bar. Todos sacaron un dvd de cada caja y lo insertaron en el reproductor que había bajo la televisión que había estado observando antes el niño.

Cajas falsos informes

—Sí, porque si no le sacamos provecho nosotros a estos vídeos no se los saca nadie.

Negreira le dio otro trozo de carne y al volver a tragar, Carlos perdió el control. El mundo se precipitó sobre él. Viajaba a una velocidad inasumible para su ser hasta llegar y caer de bruces a una habitación llena de pantallas. A su lado se encontraba Negreira.

—Este es el programa de entrenamiento Negreira. En estas pantallas aparecerán diferentes jugadas en las que tendrás que aplicar el reglamento de la realidad. Posee las reglas básicas del reglamento habitual, como las medidas del campo o del balón. Otras reglas, en cambio, como la del fuera de juego, se pueden ajustar. Y otras… —añadió Negreira con una sonrisa en la que participaban sus ojos tras aquellas extrañas gafas de sol— …se pueden infringir.

Carlos iba a preguntar qué debía hacer cuando en ese momento una de las pantallas, la de arriba a la izquierda, se encendió y mostró un jugada en la que Raúl marcaba uno de sus habituales goles de pillo. Sin saber de dónde había surgido, Carlos silbó dos veces el silbato que ahora tenía en la boca para indicar que el gol subía al marcador. Miró a su jefe y vio que este le observaba con disconformidad mientras chasqueaba la lengua.

—No, no, no. Te hace falta más estimulación —dijo con una sonrisa pícara.

En ese momento, Carlos sufrió una fuerte convulsión acompañada de terrible dolor de estómago que le hizo doblarse por la mitad.

—¿Qué ha sido eso? —alcanzó a preguntar.

—Te he dado otro trozo de filete, rico en elementos que favorecen la concentración que tanto te falta.

—Pero si era gol claro…

—Fue falta al portero y así debió pitarse —sentenció Negreira.

Otra jugada surgió de la pantalla central. Patrick Kluivert acababa de marcar un gol para los azulgrana en claro fuera de juego. Carlos pitó y levantó la mano. Esta vez la convulsión y el dolor estomacal no se hicieron esperar ni un segundo.

—Pero no puedo conceder un gol tan descaradamente ilegal con el reglamento en la mano... —protestó Carlos.

—El reglamento eres tú —dijo Negreira con severidad—. Olvídate del maldito reglamento. No arbitra el reglamento, arbitras tú. ¿Alguna vez has visto a un árbitro pitarle falta a un portero por la regla de los 6 segundos? ¿No está eso también en tu querido reglamento? ¿Serías capaz de decirme la diferencia entre entrada temeraria y empleo de fuerza excesiva? Porque eso también aparece en el maldito reglamento y no deja a las claras cuando sacar una amarilla o una roja. Para eso está el árbitro: para llegar más allá de donde el reglamento no llega y corregir el mismo cuando sea necesario para restablecer el orden.

Carlos lo miró fijamente. En eso tenía razón. El reglamento era ambiguo de narices en muchísimos aspectos. De hecho, cuanto más lo pensaba, más razón tenía Negreira en todo, aunque seguía sin saber qué querían de él sobre el campo. Pero Negreira tenía razón: no era sólo que algunas reglas fueran ajustables o infrangibles, es que debían serlo.

—Olvídate del reglamento y pita tú. Cuando sales al campo eres un juez. Y la palabra de un juez es ley. ¿Has visto a alguien llevarle la contraria a un juez? Pues tampoco te la llevarán a ti, ¿para qué te crees que estamos Victoriano y yo?

Negreira y Sánchez Arminio

La siguiente jugada fue una clara falta en la frontal del área sobre un jugador del Real Madrid. Su instinto primario fue señalarla, pero algo a camino entre su cabeza y su estómago le dijo que no debía hacerlo, seguramente el miedo a otra convulsión. Señaló el balón y dejó seguir la jugada, mientras veía de refilón a Negreira asentir con satisfacción.

La siguiente jugada era parecida. Ronaldinho encaraba la frontal del área buscando el disparo, pero un defensor le robó limpiamente el balón al tiempo que el brasileño caía. De nuevo, hizo caso omiso a su primer instinto y siguió al de supervivencia, recordando también el escudo de las cajas que había cogido Javier Enríquez. Tenía la sensación de que recibiría otro dolor de estómago si no lo hacía, así que sopló con determinación el silbato de su boca y señaló falta.

—Muy bien, eso es. Pero ¿no crees que te falta algo?

Carlos tardó un segundo en comprender, pero a continuación se llevó una mano al bolsillo y sacó de él una tarjeta amarilla.

—Eso es. Buena progresión. Sigamos.

A continuación se iluminaron dos pantallas simultáneamente. Aplicó ese nuevo reglamento que ya empezaba a comprender mientras Negreira rumiaba como un gato satisfecho a su lado. Notó de nuevo la convulsión y el dolor, pero en aquella ocasión no llegó a sentirse molesto. En una pantalla más pequeña que el resto vio una imagen suya en el bar en la que comprobó que había sido él mismo quien se había llevado otro pedazo a la boca. Oyó a Javier decir:

—¿Qué está haciendo?

Su padre le respondió:

—Está empezando a creer de verdad.

—Nunca había visto a nadie repetir —musitó Enríquez con admiración.

—Es el elegido.  

Empezaron a sucederse varias imágenes en casi todas las pantallas a la vez. Carlos siguió comiendo aquel filete que cada vez le sentaba mejor mientras su mente seguía aplicando ese criterio que tanto parecía agradar al vicepresidente de los árbitros en la sala de las pantallas. No era un criterio lógico, atado a las reglas del fútbol. Se podían aplicar las reglas o no, en función de las circunstancias de cada momento. En función de cada partido. En función de cada camiseta.

La velocidad de las imágenes iba en aumento, así como la celeridad de las deliberaciones de Carlos. Se llevaba el silbato a la boca, aplicaba leyes de la ventaja, anulaba goles por faltas o fuera de juego, pitaba penaltis que nunca antes los había considerado como tales, veía las faltas de una manera hasta entonces insospechada y lo más importante de todo: se sentía incuestionable. Lo acertaba todo. Se sentía en una nube de invencibilidad. Las imágenes se sucedieron a una velocidad tan vertiginosa que ya no era capaz de apreciarlas, ni siquiera de mirarlas. Cerró los ojos con fuerza y cuando volvió a abrirlos estaba sentado en aquella silla de camping del bar La Torrada. Javier Enríquez le estaba dando un par de bofetadas para despejarlo y a juzgar por el calor y rubor de sus mejillas, no eran las primeras.  

—¿Estás bien? Parece como si no te hubiera sentado bien algo.

Carlos lo miró y dijo con la mayor convicción que había sentido nunca:

—Ya sé arbitrar.

Clos Gómez elegido

Carlos se llevó el silbato a la boca y dio comienzo al encuentro. Se encontraba cómodo en aquel campo. El ambiente era bueno y no había por qué pitar con dudas, sino con la seguridad que le daban las palabras de Javier Enríquez en el coche. Sonrió a unos de sus jueces de línea para tranquilizarle y darle confianza, pero en ese momento la jugada tornó y tuvo que correr para seguirla. Hubo un pase para Lucas Vázquez, que estaba a punto de quedarse solo ante el portero, pero afortunadamente Mascherano surgió con la velocidad del relámpago para derribarlo dentro del área. “Penalti claro” creyó oírle decir a una parte enterrada en lo más profundo de su mente. “Ya hablaremos tú y yo luego” le contestó Carlos, que miró a su asistente. Este le devolvió la mirada con nerviosismo, pero Carlos le sonrió de nuevo para tranquilizarse. No había por qué estar nervioso. Al fin y al cabo, sabía perfectamente lo que tenía que hacer.

 

Epílogo/recordatorio:

-El FC Barcelona estuvo pagando al vicepresidente del CTA durante al menos 17 años, aunque según las palabras de su expresidente Bartomeu, los pagos comenzaron con el presidente Núñez, probablemente cuando Negreira entró como vicepresidente en 1994.

-El hijo de Enríquez Negreira, Javier Enríquez Romero, acompañaba a los colegiados a los partidos del FC Barcelona y ofrecía servicios de coaching a árbitros que, casualmente, fueron posteriormente promocionados. Algunos de esos colegiados siguen hoy arbitrando en primera división sin que la prensa, el resto de equipos o la opinión pública se cuestionen la moralidad de dichas circunstancias.

-Antes de contratar los servicios de Negreira el Barcelona había ganado 11 ligas en casi 70 años. Tras contratarlo, el Barcelona ganó 14 ligas en 29 años.

-Tras triplicar Joan Laporta los emolumentos de Negreira, el FC Barcelona pasó 78 jornadas consecutivas sin recibir un penalti en contra.

-El saldo arbitral de la época Negreira fue descaradamente favorable al FC Barcelona. El del Real Madrid llegó a ser negativo en tarjetas rojas.

-La predicción del oráculo fue acertada. Carlos es hoy día miembro del CTA y responsable del VAR. Un año después de ser despedido por el FC Barcelona, Negreira les contactó de nuevo. “Puedo ayudaros con el VAR” fue la frase que trascendió.

-Carlos está siendo investigado por la Guardia Civil debido a un sospechosamente exagerado incremento de su patrimonio. El CTA no ha considerado oportuno apartarlo de su cargo ante semejantes circunstancias. Al igual que con el resto de árbitros, a nadie parece importarle.

Da para cuestionarse nuestra realidad.

 

Getty Images.

2 comentarios en: Matrix en el bar Negreira

  1. Muchos estaban también en la realidad paralela de Matrix. En esa jugada de Lucas Vázquez, Valdano comentó que era demasiado pronto (minuto 3), para pitar un penalty e el Camp Nou

  2. Soy casi capaz de reírme con este texto (lo sería si no fuera por lo gravísimo del período negreiro), de disfrutar con este Culematrix, pero luego viene ese epílogo/recordatorio y me cabreo, me indigno, y me pregunto cómo hemos llegado a este nivel de podredumbre y que encima se nos llame el Trampas o se escuche en los estadios lo de así, así, así gana... Es increíble este Matrix, Oceanía de Orwell o el mundo feliz de las pastillas que se deben tomar algunos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Tweets La Galerna

🎂Cumple 33 años el hombre que le enseñó a Bellingham lo que significaba «chilena», el hombre tranquilo que no flaqueará jamás ante un penalti decisivo, el gran @Lucasvazquez91

¡Felicidades!

Lamine Yamal es muy joven.

Enormemente joven.

¿Y?

#portanálisis

👉👉👉 https://www.lagalerna.com/lamine-yamal-es-muy-joven-y/

En el hecho de que @AthosDumasE llame a la que muchos llaman "Selección Nacional" la "selección de la @rfef" encontraréis pistas de por qué no la apoya.

La explicación completa, aquí

👇👇👇

Tal día como hoy, pero de 1962, Amancio rubricaba su contrato como jugador del Real Madrid.

@albertocosin no estaba allí, pero te va a hacer sentir que tú sí estabas.

homelistpencilcommentstwitterangle-rightspotify linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram