Todos los tópicos del fútbol con mayúsculas (incluido el tópico de hablar de tópicos) se disparan ante un partido de la envergadura del que se disputa esta noche en el Bernabéu. Los clichés se hacen dueños del discurso mientras el pulso se acelera, como si las palabas claudicaran ante lo incontrolable de las emociones: "el duelo estrella del balompié europeo", "el fuego bávaro", "la rivalidad más ancestral". Todo ello es verdad y hay que rendirse. Hay que volver a los lugares comunes de la infancia, que es en definitiva aquello en lo que consiste el fútbol: ser niños de nuevo, y con ello reconquistar la simplicidad de los mensajes y del mundo que describen.
Mi infancia y mi adolescencia están marcadas por el Bayern de Múnich, como las de cualquier madridista. Hay infinidad de nombres que vienen a la mente cuando rememoras aquellos choques generacionales. En el capítulo de mis torturas personales, ninguno sobresale más acentuadamente que el de Jean-Marie Pfaff. En lo relativo a los Madrid-Bayern con final feliz, el repertorio de nombres es más variado: Raúl, Roberto Carlos, Zidane. Y otros héroes más ocasionales e improbables, como Helguera o Geremi, por no hablar de mi adolescencia a los cuarenta y tantos: Sergio, Cristiano, Gareth.
Gareth, precisamente, no podrá jugar hoy, y se barajan conjeturas sobre su sustituto. Su actuación en Múnich, hasta que fue sustituido por las molestias que le acompañan y que le mantendrán alejado del duelo de hoy, fue tan poco lucida como sacrificada por el colectivo. El juego por las bandas del Bayern es temible, y Gareth estuvo encomiable en su ayuda a Carvajal. La lógica posicional indica que el hombre más indicado para suplirle en esos menesteres es Lucas Vázquez, si bien la lógica más estrictamente meritocrática invita a hacer un hueco a Isco tras su descollante actuación en Gijón. Zidane tiene ahí una disyuntiva de primera categoría, y por supuesto para la prensa tomará la decisión incorrecta ponga a quien ponga y gane o pierda.
Nuestros más viscerales (y renombrados) adversarios europeos recuperan para el partido a Lewandowski, nombre a cuya mención relinchan los caballos, como sucedía en El jovencito Frankenstein cuando algún personaje pronunciaba el nombre de aquella ama de llaves. Pero el marcador del partido de ida es de verdadero ensueño y tenemos armas de sobra para hacerlo valer. Se intuye que un gol tempranero por parte del Madrid convertiría el pase del Bayern en hazaña superlativa, pues les obligaría a marcar dos goles para solo equilibrar la balanza, y en ese empeño -sin por ello dejar espacios de modo imprudente- deberíamos salir al campo. La marea blanca promovida por Twitter (se ha solicitado al madridismo que reventará el Templo que lo haga ataviada con el color del equipo) convertirá el Bernabéu en una caldera, por seguir con los clichés bélicos característicos de la ocasión. Un Madrid-Bayern es un puro cliché y esa es su fuerza. Es el fútbol atávico por excelencia, la sencillez de la guerra, los ochenta redivivos. Más allá de los noventa minutos aguardan las séptimas semifinales consecutivas para los nuestros. Y con ellas la perspectiva de la gloria de Cardiff.
Hala Madrid y nada más, amigos de causa y bandera. Unámonos al equipo como quien abraza un ideal eterno. Otro tópico casi pueril, de los que un Madrid-Bayern llena de carne de leyenda.
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