A pocas horas del comienzo del Clásico, el madridismo empezó a agitarse tras conocer la alineación que eligió Zidane en una noche que se antojaba fundamental para el devenir de la temporada. Los lamentos y reproches se volcaron, específicamente, contra el flanco izquierdo de la defensa, al igual que sucedió en los instantes previos al partido contra el Levante UD, con una virulencia desmedida. Marcelo, que antaño suscitaba un amplio consenso entre la afición por méritos propios, se ha convertido, lamentablemente, en un juguete zarrapastroso en el que el feudo vuelca las frustraciones generadas en un mes de febrero decepcionante y ramplón de todo un equipo. Elucubrar sin fundamento por las alineaciones que se anuncian antes de los partidos es un error común, pero si este hábito pernicioso se ciñe sobre un jugador en concreto, el error se convierte en un ejercicio delirante. Es cierto que Marcelo ha vivido épocas más prósperas en la capital, pero personificar en él todos los males endémicos es una práctica que conviene enterrar cuanto antes.
Es cierto que Marcelo ha vivido épocas más prósperas en la capital, pero personificar en él todos los males endémicos es una práctica que conviene enterrar cuanto antes
No queda más remedio que romper una lanza en favor de uno de los jugadores más abandonados por la afición, esa que tanto le ha adorado durante años y que tanto ha disfrutado de su carácter desenfadado. Difícil encontrar un lateral que haya dado mejores prestaciones que Marcelo Vieira en la última década. Técnica deliciosa, pases de fantasía, virtuosismo con el balón en los pies, controles de alta gama… Poseedor de incontables recursos, el brasileño es el fútbol en su sentido más puro. Un jugador de un talento natural, con duende, que cuenta, además, con el privilegio de haber sido indiscutible en la época más dorada de la historia reciente del club. Un digno sustituto de Roberto Carlos, con menos potencia, regularidad y consistencia defensiva, pero más propenso al arte, con un dominio más refinado del balón; ese que tanto ha deleitado al público durante largas temporadas.
Lamentablemente los años no pasan en balde para nadie. Ni tampoco las críticas, por mucho que los deportistas de máximo nivel parezcan contar con un manto protector ante los reproches. Marcelo, -que en dos meses cumplirá 32 años-, a pesar de que en ocasiones parezca un extraterrestre por su excelsa manera de jugar, no está exento de estos males perecederos, pues cada vez le pesan más las piernas, habiendo perdido esa chispa de frescura que le hacía indescifrable la mayor parte del tiempo. La sintomatología psicológica es todavía más determinante que la física en estos supuestos, y el rostro apesadumbrado y la mirada perdida del ex de Fluminense, en las últimas semanas, no nos hace ser precisamente optimistas.
Algunos, no obstante, tienen una percepción más radicalizada. Para una gran corriente de opinión, el mismo futbolista que hasta apenas dos años atrás goleaba en las eliminatorias de Champions, ahora es un jugador de segundo orden cuyo único destino posible es el banquillo. Una histeria similar a la que meses atrás los adalides de la desinformación orquestaron contra su competidor Ferland Mendy, al que tildaban de tosco. Lo que son las cosas.
Para una gran corriente de opinión, el mismo futbolista que hasta apenas dos años atrás goleaba en las eliminatorias de Champions, ahora es un jugador de segundo orden cuyo único destino posible es el banquillo
Pero para Zidane contar en sus filas con dos de los mejores laterales zurdos supone una ventaja. El técnico francés, en honor al pintoresco alias de “mero alineador” que muchos periodistas le acuñaron mordazmente, eligió con tino a los once futbolistas para combatir un duelo trascendental, haciendo especial mención en el lateral zurdo. Sobre el papel, confiar en Marcelo un día como el 1M parecía una decisión suicida e irracional, pero la realidad fue otra bien distinta, pues con tal movimiento consiguió desdibujar el tejido táctico que entramó Quique Setién, quien antes de conocer tal maniobra, priorizó armar su centro del campo con perros de presa como Arturo Vidal a meter más pólvora arriba, dejando a futbolistas ofensivos como Ansu Fati o Martin Braithwaite al albur de la segunda parte y renegando de esa idiosincrasia de la que tanto ha presumido el técnico cántabro. Antes de empezar el encuentro, Zinedine había tomado ventaja.
En honor a la verdad, Marcelo no fue uno de los futbolistas más destacados del Clásico. Realizó un partido aseado, estuvo certero en defensa, no cometió errores de envergadura y conformó durante largos tramos de la segunda parte una buena sociedad con su compatriota Vinícius, lo que ya es mucho teniendo en cuenta su coyuntura particular. La retroalimentación de ambos brasileños, tanto en defensa como en ataque, fue una de las claves del partido, pero sin duda el detalle que mejor simbolizó el actual estado físico y psicológico de nuestro protagonista fue la carrera que ganó contra todo pronóstico a Leo Messi. El carioca, sabedor de la importancia que revestía tal pugna, celebró con rabia y fiereza el desenlace de la misma, siendo felicitado por sus compañeros y jaleado por la grada.
Realizó un partido aseado, estuvo certero en defensa, no cometió errores de envergadura y conformó durante largos tramos de la segunda parte una buena sociedad con su compatriota Vinícius
Quién sabe si esa acción marcará un antes y un después en el devenir de su temporada. Pero de lo que sí estamos seguros es que Marcelo, genio y figura donde los haya, es de esos jugadores por el que merece la pena pagar el precio de una entrada. Un profesional que ya es patrimonio del Real Madrid, con mil y un batallas a sus espaldas, 14 temporadas y 22 títulos en su haber, con la friolera de 545 partidos en el club más exigente de la historia. Viendo estos datos, y con la garantía de que su predisposición y actitud van a ser buenas, retirar de forma prematura al brasileño es un craso error, máxime teniendo en cuenta que queda el tramo más apasionante de la temporada por disputarse y que su relación con ZZ es excelente. Entre tanto, y en aras a un acto de fe, yo me niego a tirar la toalla.
Amen.