Nació con el don de la risa y con la intuición de que el mundo estaba loco. Y ese era todo su patrimonio
Rafael Sabatini. Scaramouche
Si hubo un futbolista que ejemplificó, con su desempeño sobre el césped, la esencia anárquica y talentosa del Madrid de las cuatro Copas de Europa en cinco años, ese fue Marcelo. Y no solo como metáfora: el brasileño constituyó durante muchas temporadas el núcleo auténtico de la producción atacante del conjunto blanco. Se trató de un caso prácticamente excepcional en la historia del fútbol moderno: de por sí han existido pocas escuadras cuyo sistema ofensivo se encontrase tan decisivamente influido por la inspiración de un jugador; pero que encima éste fuese ¡el lateral izquierdo! aportaba el punto de extravagancia necesaria para convertir un equipo estimable en legendario.
De por sí han existido pocas escuadras cuyo sistema ofensivo se encontrase tan decisivamente influido por la inspiración de un jugador; pero que encima éste fuese ¡el lateral izquierdo! aportaba el punto de extravagancia necesaria para convertir un equipo estimable en legendario
Conviene recordarlo hoy, el inevitablemente triste día del adiós. Es cierto que, en los últimos años, el ominoso transcurrir del tiempo consiguió finalmente hacer mella en Marcelo, arrebatándole el imponente caudal de inspiración con el que acallaba los airados grititos de los aficionados más cuadriculados. Porque Marcelo siempre, hasta en su mejor momento, tuvo un sector de detractores que se palpaban la camisa cada vez que triscaba por el área contraria, y para quienes los cinco goles que generaba no compensaban los dos tantos que sus ausencias concedían. Uno comprende que el modo de vida actual, de sueldo precario e hipoteca, traslade con frecuencia los miedos de la rutina a todas las esferas. Pero quizá el fútbol, a diferencia de otros ámbitos, pueda permitirse formas más heterodoxas de conseguir la victoria y ser felices. Marcelo era la prueba evidente de ello.
Por otro lado, tampoco ayudaba en su consideración su estrafalario aspecto. A la perenne legión de cejas alzadas que se hallan obligados a soportar todos los futbolistas de culo bajo, su pelo característico parecía incrementar, por contagio, el alboroto de su juego. Y por encima de todo se encontraba su sonrisa, fuente de desconfianza al tratarse de un zaguero, posición en la que la alegría invariablemente lleva aparejada sospecha. Pese a todo, hasta el más comedido celebró en multitud de ocasiones las ocurrencias del doce blanco, y los más líricos usábamos sin complejo a Juan Ramón Jiménez para describir sus mejores jugadas.
«Marcelo es pequeño, peludo, suave; tan blando en defensa que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto y sube la banda, y acaricia los balones tibiamente con el interior, rozándolos apenas, los blancos, amarillos y gualdas… Los delanteros lo llaman dulcemente: “¿Marcelo?” y va allí con un trotecillo alegre, que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal. Come cuanto le doy (ejem). Le gustan los regates, los centros mandarinas, las ruletas moscateles, todas de ámbar, los caños morados, con su cristalino toque de tacón… Es tierno y mimoso igual que un niño, pero fuerte y seco cuando va al suelo. Cuando cabalgamos con él, los domingos, hasta en los últimos estadios de la liga, los hombres del campo, vestidos y espaciosos, se quedan mirándolo, sin saber si aplaudir o cagarse en su padre».
Su rol, sobre el papel cada vez más secundario en las dos últimas temporadas, parecía convertir en una empresa demasiado voluntarista la reiteración de nuevos homenajes literarios. No obstante, el tiempo nos ha acabado dando a la razón a los que creemos que las estrellas auténticas brillan hasta en el ocaso. Y no solo desde el punto de vista simbólico: esa exquisita elegancia con la que, este mediodía, el brasileño se ha despedido en un acto tan emotivo como intachable. Existe un detalle fáctico, real y efectivo que conviene recordar. En 2019, en unos instantes difíciles para un equipo en aquel entonces obligado a construirse más desde la sobriedad que desde la exuberancia, cuando las voces agoreras se permitían excesos intolerables acerca de su condición de “acabado”, Marcelo nos regaló un texto en The Players’ Tribune en el que relataba en primera persona sus experiencias desde que llegó al Real Madrid, repasando sus numerosos logros sin obviar los instantes de congoja, confirmándose definitivamente como uno di noi también en el plano sentimental. Y en el que prometía, en la coda final, el retorno triunfal de una escuadra cuyos integrantes más veteranos simulaban estar dando sus últimos coletazos. En aquellos momentos, los más pesimistas consideraron el órdago un puro brindis al sol, pertrechados detrás de sus sonrisas repletas de condescendencia. Hoy quien de nuevo sonríe es Marcelo, con otra Copa de Europa bajo el brazo, y con la blancura de esos dientes límpidos, emblema de su alegría constante y de la efervescencia lúdica y fecunda con la que siempre impregnó al equipo. Nadie pudo soñar con un mejor final, y nadie probablemente lo mereció más. Hasta que nos volvamos a encontrar, compañero.
Getty Images.
Marcelo no ha llegado al nivel de Douglas. Pero ha sido un buen jugador.
Grandísimo jugador, sucesor del gran Roberto Carlos. Yo le tengo mucho cariño, le deseo lo mejor y que cuando el quiera, vuelva a algún cargo en el Real Madrid. Patrimonio del club que no se puede perder. Gracias Marcelo, por tu alegría y tú eterna sonrisa. Y por supuesto, por todo lo que nos has dado.
Es evidente (y creo que todos lo sabemos) que el viejazo le llegó demasiado pronto, quizá por no saber cuidarse demasiado o por lo que sea, pero sería muy injusto no darle el lugar que merece en este Madrid legendario. Marcelo, hasta que el físico le acompañó, ha sido capital (y capitán) en este equipo, muchos partidos atascados los decidía él con sus irreverencias y recursos desde la banda. Defensivamente era un desastre, pero creo que lo compensaba de sobra con sus acciones de ataque, hasta hace 2 temporadas que ya no era posible, ni atacaba ni defendía.
En un equipo que no sabe despedir a sus leyendas (aunque para eso los jugadores también han de poner de su parte) me ha gustado la manera en que se ha despedido Marcelo. Hasta luego, leyenda.
¿Un equipo que no sabe despedir a sus leyendas?
Las leyendas tendrán que querer despedirse.
Recuerdo a algunas leyendas que se han despedidio de aquella manera: en el cesped, por sorpresa, en medio de la celebración colectiva, dando la nota egoista hasta el final: "fue bonito mientras duró...".
Otro echando un (estúpido) pulso al presidente: "me renuevas por dos temporadas porque yo lo valgo". ¿No?, "René, búscame equipo". Encontró su acomodo a la orilla del Sena.
Y recuerdo a dos leyendas de la cantera, que después de años y años de éxito, ya no daban la talla en el campo (a todos les pasa), pero no asumieron que ya no podían ser titulares.
Uno acabó en Alemania y el otro en Portugal. Y el Madrid, pagándoles la mitad del sueldo, para que no siguieran causando problemas en el club. Ambos volvieron y están ahora en distintos puestos del organigrama del club.
Pero el Madrid, no sabe despedir a sus leyendas.
Todos estos casos fueron utilizados por la canallesca para denigrar al club. "Qué diferencia con ............ (ponga usted el que quiera en la línea de puntos), que sí saben despedirse de sus leyendas".
Pero es que hay leyendas y leyendas.
Modric es una leyenda ejemplar dentro y fuera del campo, y se merece el respeto de todos. Respeto que sigue ganándose en el campo.
El caso de Marcelo es admirable.
Nunca ha puesto un problema. Nunca una mala cara. Ha sido buen compañero en el banquillo, y ha sido un jugador maravilloso en el campo. Con sus defectos compensados de sobra por sus virtudes. Con los años ya no daba la talla en el campo (a todos les pasa). Pero sigue dando una talla extraordinaria como madridista. Le recordaré como un jugador extraordinario para siempre. Su homenaje ha sido más que merecido.
Otros dos que han terminado su contrato este mismo año, no han tenido un homenaje igual. Por razones distintas, quizá, no se lo han merecido.
Y es que hay leyendas y leyendas.
Saludos.
Precisamente por eso digo que los jugadores también han de poner de su parte. El caso es que por A o por B, ha habido jugadores que no se han despedido como su trayectoria merecía, por eso me alegro de lo de Marcelo porque por una vez, la despedida ha estado a la altura de su leyenda como jugador.
PD: hablo del "qué", no del "cómo". Sé que los Raúles, Casillas, Ramos no pusieron nada de su parte, pero el resultado final fue el que fue, que se fueron por la puerta de atrás.
Verdades como puños, Cillios. Gracias por contar la verdad sobre la delgada línea entre la leyenda que asume su declive para la exigencia competitiva que demanda el Real Madrid, y la leyenda que no lo asume.
Plas, plas, plas.
Me desuello las manos aplaudiendo, Cillios.
Tanto cuesta dar una rueda de prensa en el Bernabéu o en valdebebas de Bale e Isco?
No hay palabras para definir con exactitud la belleza y justicia que destila este artículo. Ovación de gala.
Por cierto, Marcelo se despidió hasta con un vacile-guiño dirigido a la prensa , gracioso e ingenioso...cuando, creo que fue en la última pregunta referida a su relación con Zidane, dio debida respuesta.
Supo estar, hasta el día de su despedida, siendo él. De manera natural.