Jorge Valdano sugirió, en este mismo sitio, la necesidad de tener un Vázquez Montalbán que dotara de legitimidad cultural al Leviatán blanco. Sobre la importancia que tuvo el periodista catalán en el imaginario blaugrana durante el tardofranquismo ya se ha escrito en La Galerna. Su artículo Barça, Barça, Barça, publicado en las páginas de la revista Triunfo en 1969, construyó la arquitectura simbólica del club. Este era el único cuerpo intermedio legal que conectaba al hombre común con «la Cataluña que pudo haber sido y no fue». La institución vertebró la resistencia silenciosa de un pueblo que se reunía en el viejo campo de Les Corts para celebrar la patria ahogada por el asfixiante España, ¡una, grande y libre! El Barça era la prolongación de las guerrillas comunistas de los años cuarenta, pero con Kubala de por medio. Cada gol era un grito al sistema del 18 de julio. Incluso al centralismo liberal del siglo XIX. Vázquez Montalbán conocía bien a Antonio Gramsci y era consciente de que el fútbol se prestaba a esa guerra de posiciones que debía configurar una hegemonía alternativa al nacionalcatolicismo.
Viene a cuento porque el caso Negreira no puede interpretarse adecuadamente sin este sustrato ideológico que proporcionó el autor de Pepe Carvalho, el de un club-nación cuya militancia traspasaba lo deportivo y se situaba en el conflicto liberación versus opresión. Un relato que, con ciertas concomitancias con el populismo peronista del Cholo Simeone, es el acto fundacional de la entidad. Y, paradójicamente, se convertirá en su suicidio moral. El ejército desarmado de Cataluña da racionalidad a los pagos acreditados durante casi una década al exvicepresidente del CTA. ¿Qué opciones tiene alguien cuando de verdad cree que el tablero está inclinado, que el sistema es injusto, que su causa es la causa de la Verdad? Que las entregas de dinero adquirieran la característica de sistémicas —prolongadas durante los gobiernos de Núñez, Gaspart, Laporta, Rosell y Bartomeu— revelan la intención de poner en marcha una mímesis de lo que años más tarde fue el procès. No hay estafas, no hay manzanas podridas. Se trata de un derecho adquirido por su condición de pueblo sufridor ante el Poder, que muta en democracia y se vuelve multiforme: Florentino, la Liga o la prensa. Intentar adulterar la competición es el grito de esa Cataluña que exige la catarsis que le reconcilie con la Historia. Vale todo con tal de alcanzar el reino feliz y derribar el enemigo mesetario. ¿De verdad quiere el madridismo un Vázquez Montalbán?
El ejército desarmado de Cataluña da racionalidad a los pagos acreditados durante casi una década al exvicepresidente del CTA
Soy consciente de que el fútbol nace desde abajo, de las entrañas de la familia. Yo soy ejemplo de un hombre que nace situado. Nieto de un abuelo que murió con más de cincuenta años de socio y con miles de partidos en su butaca de Chamartín. Hijo, también, de un padre que lanzaba la cajetilla de Marlboro a la televisión cuando Higuaín fallaba lo infallable. El fútbol, y en particular el Madrid, es un compromiso tácito entre los que se han ido, los que se quedan y los que vendrán. Uno no va al mercado y compra la lealtad de los domingos, en función del precio y las preferencias individuales. Pero ante las nuevas fórmulas del fútbol posmoderno, es la hora de postular la superioridad moral del Real Madrid. Y digo futbol posmoderno a propósito, porque si hay algo que representa el mundo de ayer es el color blanco. La Decimocuarta dejó por el camino al dopaje catarí, a la oligarquía rusa y a la monarquía de Abu Dhabi. ¿No era esto lo que quieren los propagandistas del against modern football? Las cenizas de los nuevos imperios corresponden al Madrid. Es acreedor de sus miserias, de sus dudas y de sus fracasos. Y lo ha hecho desde la autonomía económica y la propiedad de sus socios, los dos elementos que han levantado la historia de ese fútbol que se nos escurre entre las manos. Y también fue el primero en denunciar las corruptelas de la competición doméstica. Mourinho no solo fue contracultural, no solo derribó el código del nacionalcruyffismo con la Liga de los 100 puntos y los 121 goles. Advirtió la podredumbre que se escondía entre Negreiras, Villares y ejércitos desarmados. Mientras, el equipo era recibido en los campos al grito de ¡así, así, así gana el Madrid! Qué cosas.
Manuel Jabois resumió el sentido comunitario de la hazaña de Anfield cuando despedíamos solemnemente a Amancio Amaro, una de las últimas reservas espirituales de «aquel Madrid del que cada vez quedan menos vivos y más recuerdos; aquel Madrid que se prolonga, inalterable, hasta hoy, fabricando recuerdos nuevos para los que lleguen dentro de 50 años». Este es nuestro ethos, nuestro modo de ser y estar en el mundo, y no aquel que bajo el manto del victimismo identitario ha fabricado la mayor ignominia. Una superioridad moral esculpida en la versión castiza de nuestro himno: limpia y blanca/que no empaña.
Getty Images.
Muy bonito artículo, lleno de verdad. El Madrid ha competido con honor, prácticamente sin quejarse, anudado a los valores que le obligan a luchar contra todo y contra todos. Ha sido víctima de una mafia, no puede llamarse de otra manera, dispuesta a doblegarle. A pesar de todo hemos ganado muchos títulos, menos de los que habríamos merecido, aún así le doy más valor al hecho de mirar a los barcelonistas por encima del hombro. Sería una vergüenza seguir a un club como el suyo, indigno, pues han perdido algo mucho más importante que ninguna liga o copa, la dignidad de un rival.