Sólo hay dos porteros: san Pedro en el cielo y Ricardo Zamora en la Tierra.
Zamora, “el divino”, el portero más grande que ha dado España en toda su historia, fue guardameta del Real Madrid desde 1930 hasta 1936. Mucho y bueno se puede escribir (y se ha escrito) del mítico cancerbero, pero no es a él a quien están dedicadas estas notas, sino a otro portero más glorioso, si cabe, más célebre y más madridista: san Pedro.
Como otros componentes legendarios de nuestro club, san Pedro nació lejos de Madrid, en unos terrenos que por entonces ocupaban los romanos, cuyas legiones se las tenían tiesas con la intifada, con el frente popular de Judea y con el frente judaico popular, descontentos con lo que les habían quitado los invasores y lo poco que les habían dejado a cambio.
De joven, san Pedro no era “san”, quizá porque Japón le quedaba lejos, y ni siquiera era Pedro, sino que atendía por Simón, y se ganaba la vida como podía, pescando junto con unos compadres suyos en las miserables aguas de aquel desolado país. Eran tiempos de amateurismo, y ganarse la vida con el deporte no era fácil, salvo si eras gladiador (oficio arriesgado por demás).
Lo cierto es que un buen día apareció por allí el Santiago Bernabéu de la época y le fichó para su equipo, el Real Madrid de entonces, que todavía no se llamaba así (ni de ninguna otra manera: los clubes eran tan pobres que no tenían ni nombre).
Con la cantidad de tiempo que ha transcurrido, se han perdido casi todos los documentos, por lo que no podemos saber a cuánto ascendió el contrato, ni si percibía sueldo fijo o prima por victoria conseguida. Pero sí consta que el presidente le otorgó la capitanía del equipo, para disgusto de otros jugadores notables, especialmente de unos hermanos de fuerte carácter, que siempre iban al choque, conocidos como los Zebedeos.
No debió de resultarle fácil imponerse en aquel grupo (compuesto, por cierto, de doce jugadores; la reducción a once se produjo al cabo de un tiempo, cuando el extremo izquierdo, Iscariote, fue expulsado al cobrar primas por perder: treinta monedas de la época), pero su autoridad terminó por prevalecer. Su empuje, su garra y su talento acabaron por permitirle ganar una cátedra en Roma, desde la que aún pronuncian sus arengas los capitanes que le siguieron. Naturalmente, cuando alguien se sienta en esa cátedra viste de blanco madridista y dice la verdad, sin posibilidad de error.
De entre los hechos que acreditan su madridismo, merece destacarse la acción instintiva con que vengó una ofensa a su jefe: cuando una tropa superior en número quiso ponerle la mano encima, san Pedro agarró la espada y de un tajo le cortó la oreja a uno, de nombre Mathäus. La acción le costó una severa reprimenda de todo cristo (literalmente), y no le permitieron participar en el resto de la competición. Él mismo se arrepintió posteriormente y pidió perdón al agraviado (que era un cerdo con tirantes, todo hay que decirlo). El pueblo agradece su nobleza y le recuerda en el minuto 7 de cada partido coreando su nombre.
En la actualidad, aquel gran capitán de la tropa madridista sigue cumpliendo a la perfección su tarea: guarda una portería prestigiosa y delicada. Son muchos los que intentan entrar fingiendo penaltis o arrancando en fuera de juego, pero no ha habido nadie que se haya conseguido colar con trampas. Dicen los que saben de esto que sólo deja pasar a los buenos, para alegría de los que somos madridistas y disgusto de otros que no nombro.
También hay quienes dicen que no deja pasar a nadie, ni bueno ni malo, que allí están los justos y no entra nadie más. De una forma o de otra, lo que está fuera de duda es que en cuestión de porteros nadie está a su altura.
Y que las llaves del reino de los cielos las tiene un madridista. Porque el Real Madrid es lo más parecido al cielo que se nos ha concedido en este mundo. Y el que lo rechace, ya sabe, tiene por delante una eternidad de sufrimiento.
¡Enhorabuena, madridistas!
Madridistas egregios:
Capítulo 1: Carlos I de España
Capítulo 7: Agustina de Aragón
Felucidades por el artículo. Me gustan mucho estas atribuciones de madridismo a personajes célebres. Esta ha sido de las mejores: las referencias a Juanito y a Judas, de chapeau.
Divertidísima y reconfortante contribución. ¿Qué más se puede pedir?
Qué bendita (y santa) maravilla. Parece obra de su autor.