Esta galería de madridistas de todas las épocas y lugares podría ampliarse cuanto se quisiera, que los ejemplos sobreabundan. Hace varios meses, un comentario de un lector cubano proponía dedicar un episodio a algún personaje de aquella isla. No sería difícil: de inmediato se ofrece José Raúl Capablanca como ejemplo de madridista por su elegancia, su talento, por su apellido y sobre todo por haber sido el mejor, el campeón indiscutible.
En realidad, toda América está cuajada de madridismo notorio. En Méjico encontramos, entre otros casos notables, a la enorme Chavela Vargas, que encarna un madridismo de rompe y rasga. Bajando por el istmo, Rubén Darío canta el desfile del equipo madridista: “ya viene el cortejo, ya viene el cortejo, ya se oyen los claros clarines; ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines”, y algo más al sur está esa Costa Rica, que es rica sobre todo en su extraordinaria gente y como venero de madridistas.
Todo es madridista en la América del sur. Madridistas son los Andes, que le sirven de esqueleto y armazón, y lucen en sus cumbres blancas un madridismo geológico y altivo; madridista el cóndor, que domina con su majestad los cielos del altiplano; madridista es la alegría de la samba y la exuberancia de las selvas colombianas y venezolanas, como lo es la amplitud ilimitada de la Patagonia y la longitud interminable de Chile. Del Caribe a la Tierra de Fuego y del río de la Plata a Guayaquil, toda Hispanoamérica está permeada de madridismo.
En las queridas islas Filipinas, tan unidas a la gran España de ambos lados del océano por el galeón de Acapulco, por el afecto profundo y por el idioma común, tan perseguido allá, hallamos muestras heroicas de madridismo en aquellos irreductibles luchadores, los últimos de Filipinas, que con el partido perdido y con varios expulsados y lesionados no cejaron de defender bravamente su posición; como las hallamos en todos los que en Luzón, en Mindanao, en Paragua y en los miles de islas siguen manteniendo viva esta lengua en que ustedes me están leyendo.
La lista de egregios madridistas ha cubierto muchos territorios, desde Palestina hasta Inglaterra, de Macedonia a Flandes e Italia, pero ha dejado de visitar muchos otros. Esta serie ya se está extendiendo más de lo que parece razonable y no es posible hacer justicia a tantos países como la merecen; ¡el mundo es tan grande! Con cierta pena, porque elegir es renunciar, he decidido seleccionar uno solo entre tantos destacados madridistas de ultramar, y glosar a un gaucho legendario: Martín Fierro.
No voy a recordarles ahora las peripecias de Fierro. Baste decir que lo reclutan por la fuerza y le obligan a formar parte de las milicias que defendían la frontera argentina contra los indígenas, dejando desamparada a su familia. Las penurias que sufre en los fortines (malas condiciones, hambre, frío, trato abusivo de sus superiores) son un trasunto de los abusos que la federación inflige al Real Madrid; la manera de afrontarlas, una manifestación del espíritu madridista de Martín.
Al gaucho le crían mala fama: de violento y bebedor, de no ser persona de fiar. Sobre la injusticia que padece, la afrenta del descrédito; en términos coloquiales diríamos que tras de cornudo, apaleado. Y ello lo asemeja más al club madrileño, al que tantos periodistas ensucian con atribuciones falaces: ser el equipo de Franco, cuando fueron otros sus favoritos y quienes le condecoraron y disfrutaron de ventajas; comprar árbitros, siendo así que es el más perjudicado entre los grandes.
Con todo, lo que mejor declara el carácter indudablemente madridista de Martín Fierro es su resistencia a la injusticia y la desgracia, ante las que no se arruga, sino que se rebela. Lo canta José Hernández:
Mas no debe aflojar uno
mientras hay sangre en las venas
Su valentía no le permite quedar por detrás de nadie:
Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar,
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan.
Yo quedé convencido del madridismo esencial, medular, de Martín Fierro al leer una frase que podría ser su lema y su definición: “Yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno”. No cabe presentación mejor ni más escueta. Me atrevo a traducirla en términos balompédicos como “cuidado conmigo en mi estadio, pero mayor cuidado aún fuera del Bernabéu”; afirmación que podría sonar a bravuconada si no la sostuvieran resultados espectaculares en los campos del Bayern, de la Juventus y de otros valentones que desafiaron al rey. La estrofa completa, tal como la trae Hernández reza así:
Yo soy toro en mi rodeo
y toraso en rodeo ageno
siempre me tuve por güeno
y si me quieren probar,
salgan otros a cantar
y veremos quién es menos.
Con esa actitud desafiante puede retar el Real Madrid a todos los gallos del corral, que ninguno ha cantado más alto ni mejor que el de Concha Espina.
Por todo ello, declaro a Martín Fierro madridista egregio y concluyo esta serie con las mismas palabras con que cierra José Hernández su obra:
Y aquí me despido yo
que he relatao a mi modo
males que conocen todos
pero que naides contó.
Post scriptum: los versos finales manifiestan que Hernández era galernauta antes de que la galerna naciera, pues contó lo que otros callaban como la galerna denuncia los abusos que todos conocen y todos silencian.
Madridistas egregios:
Capítulo 1: Carlos I de España
Capítulo 7: Agustina de Aragón
Capítulo 9: Juan de Padilla
Capítulo 10: Blas de Lezo
Me haz sorprendido, colega! Y muy gratamente, como era previsible. Quién iba a decirme a mí, víctima de la educación rioplatense, versada en el Martín Fierro desde el jardín de infantes (iba a decir 'desde la cuna' pero me arrepentí a tiempo, mi familia no era muy afecta a poesía gauchesca), que iba a ser recién a esta avanzada edad y por vía de un español que iba revelárseme la identidad madridista del gaucho por excelencia. Y qué claro que estaba, sólo hacía falta querer verlo. Brillante, es poco.
Ahora a compartirlo, para ver qué dicen los argentos, tan culerdos ellos con su Messi. Estate atento a las repercusiones.
Saludos.
Simplemente genial!