Soy despistado, así que no me oriento bien en el inframundo de las facciones merengues. Algunos amigos me cuentan que hay quien dice que La Galerna es la voz del madridismo happy, y a mí me parece justo porque yo soy madridista para ser feliz, ¿o es que se puede serlo para otro fin? Se ve que sí, porque mis amigos me informan de que eso es un reproche. ¿Qué propondrán entonces los unhappy? ¿Un madridismo atrabiliario? No me hagan mucho caso, que ya digo que soy despistado y no me oriento bien.
Me hago cargo de que la temporada pinta de color hormiga, pero el Madrid sobre todo es una perspectiva. Ya sé que este año no vamos a ganar la Liga, pero tengo también una amiga paleontóloga que cuando le hablas del cambio climático se encoge de hombros y te pregunta si sabes cuántas veces se ha secado el Mediterráneo y se ha vuelto a inundar en los últimos cuarenta millones de años. La semana pasada desvelaba aquí Número Dos que al Barça no le llega la hegemonía al cuerpo para sacudirse la ansiedad de hacer historia, que viene a ser como cuajar un periodo interglaciar entre eras geológicas de un blanco interminable. Nosotros la historia ya la traemos hecha de casa, y no nos queda más que mirar al futuro desacomplejadamente y disfrutar del presente siempre que se pueda, que es casi siempre. Hoy, por ejemplo, yo escribo esto con la bicicleta de Lucas Quinto en el pase del gol de Cristiano a la Roma en la retina. No les insultaré explicándoles cuántos cientos de quilates más de fútbol genuino hay en ese gesto apenas extraordinario que en mil penaltis marrulleros a cuatro patas. Y todavía nos sobra para decirle al mundo que sabemos distinguir una vida de un instante con una ovación de cortesía a un Totti digno, cuarentón y terminal. Porque podemos. Porque somos gente seria que usa los aspersores para regar el césped.
Habrá quien me diga que ser del Madrid y estar contento cuando la Liga se queda en una contra del Atleti, la Copa en los despachos del TAD y el Barça va por ahí embalado no es ser feliz sino tonto. Puede ser. Sin embargo, yo creo que el estado de perturbación del madridismo no tiene tanto que ver con no ganar como con que el equipo no esté a la altura de las expectativas que objetivamente despierta. Nadie gana siempre, ni siquiera el Madrid. Muchos como yo ya estábamos aquí cuando la Sexta, pero éramos muy pequeños para recordarlo. Veintidós largos años pasaron hasta que vimos en persona al Madrid levantar la Séptima, y hasta disfrutamos entre tanto de algunas finales memorables, como la que el gran Liverpool de Kevin Keegan le ganó en el 77 al Borussia Mönchengladbach, o la que el Oporto le madrugó al Bayern en Viena diez años después. Padecimos también aquella otra que el Barça de Koeman le ganó a la Sampdoria –que viene a ser como ganársela al Sporting de Gijón–entre los ditirambos de una prensa tan licuefactiva como la de hoy. Pero esos años y todos los demás sabíamos algo sin asomo de duda: lo que se perpetraba cada primavera en Roma, París, Milán o Bruselas era una usurpación, un estado transitorio, un interim entre aquella noche que no recordábamos de 1966 y la que a buen seguro veríamos cuando el Mediterráneo volviera inexorablemente a llenarse. Seguro que el Padre Suances utiliza esa historia en sus legendarias sesiones de catequesis para explicarles a los niños qué diablos es eso de la fe. Y ya vamos por diez.
En fin, amigos galernautas, no voy a desplegar números que me aburro, pero a quienes sufren más de la cuenta por la evidente hegemonía culé conviene recordarles que, en efecto, en lo que va de siglo ellos llevan cuatro copas de Europa y siete ligas, pero nosotros hemos levantado dos de las primeras y cinco de las segundas, tampoco nos hemos ido de vacaciones. No me hagan trastear en Google a ver cuántas ligas nos llevamos en esos catorce años seguidos que en Can Barça anduvieron a pan, agua y algunas copas de esas que entregaba el extinto Generalísimo, al que no hay noticia de que le silbaran uno solo de sus valors a la cara los intrépidos, así fuera por lo bajinis. Nosotros por entonces conseguíamos la Sexta y soñábamos con la Séptima usurpación tras usurpación, por eso no llevo la cuenta; ellos acunaban su madriditis al grito de ¡Guruceta!, ¡Guruceta!, igual que hoy, como recordaba Número Dos, miden sus posibilidades de ganar la Liga por los puntos que les separan de Chamartín, aunque el segundo del campeonato juegue a la vera del río. Hay supremacías y supremacías.
La desazón, entonces, no viene de no ganar puntualmente, cosa inevitable, sino de la percepción de que no rematamos la faena cuando están los mimbres para hacerlo. Me perdonarán que vuelva a la paleontología, pero es que uno tiene una edad. Un día de primavera de 1981, en plena época de exámenes universitarios –yo tenía uno la mañana siguiente–, mi generación vio por primera vez al Madrid en una final de Copa de Europa. Fue en el Parque de los Príncipes de París, donde Di Stéfano, Muñoz y Gento alumbraron el principio de la leyenda. También fue la primera, y la única, en que hemos visto al Madrid perder una final europea. Aquel equipo estaba muy lejos de ser el mejor de Europa, pero vestía la blanca y radiante y sabía lo que eso significaba. Solo un fallo defensivo de García Cortés permitió que la usurpación se verificara un año más, aunque al menos entonces habíamos llegado hasta allí. Faltó el canto de un duro para aguarle la fiesta a un Liverpool manifiestamente superior. Como la Juventus, netamente inferior el año pasado, nos apeó en semifinales con justicia y bien pudo aguarle justamente la fiesta a un Barça también muy superior en la final de haber hecho el árbitro su trabajo; ya tengo dicho que el fútbol es lo que es porque no gana el que tiene mejores armas sino el que mata al contrario con las que tenga. Al día siguiente yo fui a mi examen cariacontecido pero orgulloso. Estuvo a punto de ocurrir lo que era más improbable, pero yo sabía que antes o después ocurriría lo inevitable, como lo sabían todos los rivales que durante esos quince años transcurridos desde la Sexta se tentaban la ropa cuando en el sorteo les caía el Madrid, aunque llevara años sin presentar una candidatura convincente; como lo supieron todos a los que les cayó en suerte el Madrid los diecisiete años que pasaron después hasta la Séptima.
Hoy, en cambio, el madridismo asiste perturbado a la ciclotimia de un equipo que lleva dos temporadas arrasando al noventa por ciento de los rivales y estrellándose sistemáticamente con los dos equipos con los que se disputa los títulos. La perturbación nace de que esa asimetría es la evidencia palmaria de su anomalía. No es que seamos superiores al noventa por ciento e inferiores a esos dos. Más bien, la facundia trepidante que mostramos con los muchos demuestra que tenemos las armas precisas para ganar a los pocos que cuentan. Pero en el fútbol no gana siempre el que tiene las mejores armas sino el que mata al contrario con las que tiene. Por eso aquel día de primavera de 1981 fuimos a nuestros exámenes cariacontecidos y orgullosos y hoy tantos se levantan del Bernabéu con la frustración a cuestas. El problema es que la frustración está llevando a muchos madridistas a escupir al cielo y la ley de la gravedad les devuelve el gargajo. Yo no sabría decir qué es lo que hay que hacer, pero llevo muchos años viendo a los lloricas y a los penitentes en las gradas del rival y yo para cenizo no sirvo. Si en 1981 tuve fe en un equipo objetivamente mediocre que estuvo a un tris de dar la campanada no la voy a perder en 2016 en la plantilla que ganó la Décima, asombró al mundo hace apenas un año con el mejor fútbol que se haya visto en mucho tiempo y al que solo cinco partidos separan de la Undécima. Y si finalmente no puede ser este año, no me pidan que reniegue de las bicicletas de Lucas Quinto o de Cristiano ni de las goleadas a mansalva como si fueran cucharadas de aceite de ricino. Carpe diem, hombre.
Se acaba de morir George Martin, aquel caballero que supo antes que nadie que los Beatles iban a ser los Beatles. Cuando los vio por primera vez no le impresionó su sonido, sino algo más vago e indefinible, un talento infeccioso y vital que solo ellos tenían y que George cifraba en una palabra: joy, es decir, alegría, júbilo. Nadie discutirá esto: ha habido muchos grandes grupos, habrá muchos más, harán grandes canciones, pero ninguno será los Beatles. Somos los Beatles del fútbol, carajo. Como para no ser felices.
Número Uno
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos
Mi padre guardo 32 años una botella de champan en la nevera para celebrar la Copa de Europa. Cuando creci se la pediamos de vez en cuando porque era la unica botella de champan fria a nuestro alcance, y su res puesta siempre fue la misma: si la cogeis, meted otra inmediatamente que no quiero que elMadrid gane la Copa y no tengamos frio el champan. Cuarenta años despues, siempre tengo en mi frigo " la botella de la Copa de Europa"
Ni calvo ni con dos pelucas. Es decir, hacer como que aquí no pasa nada, que todo es maravilloso y que estas cosas pasan pero a cambio tenemos la mejor sala de trofeos del mundo y 10 orejonas, es tan ridículo como querer quemar el Bernabéu con todos dentro con un simple empate.
Esta claro que esta temporada, es aún más nefasta que el nefasto 2015 y que, desgraciadamente, nos estamos acostumbrando a un año de triunfos y otros muchos de sequía. Quizás habría que plantearse por qué. Y desde luego eso no es para estar en absoluto satisfechos, por muy grande y florida que sea nuestra Sala de Trofeos.
Sólo sé que en los últimos 25 años, el Barça nos duplica en Ligas. Tomando como base desde la 1990/1991, ellos han ganado 13 (aunque habría que dar por sentado que ganarán la 14ª este año) mientras que nosotros sólo 7 y además, de forma esporádica, nada hegemónica.
Lo mismo ocurre con las Champions. En ese mismo período el Barça ha ganado sus cinco entorchados por cuatro del Real Madrid, de los cuales, nada menos que cuatro en los últimos 10 años. Un panorama ciertamente desalentador porque, además, la sensación de hegemonía no existe, al emnos para el Madrid y da la sensación que, cada título es un hecho aislado y no el comienzo de ningún período en el que podamos ver ese ansiado cambio de ciclo.
Sólo pudo intuirse con Mourinho y también en la primera temporada de Ancelotti. Sin embargo, no sé bien por qué, los jugadores decidieron jugar a creerse Dios, y en vez de perseverar en el esfuerzo y consolidar el dominio blanco, optaron por tocarse los huevos a dos manos y tiraron todo por la borda.
Así que, happy no sé si habrá que estar ni tampoco cenizo, pero al menos mínimamente satisfecho, yo al menos, no me siento. No sé vosotros...
Salu2
Nada como un análisis tendencioso para justificar una visión.
Si tomáramos como referencia desde la temporada 1985-86, el Madrid tendría 5 Ligas más...
Si tomáramos como referencia desde la temporada 1994-95, el Barcelona tendría 4 Ligas y una Copa de Europa menos...
Los cambios de ciclo, las crisis sistémicas y otros inventos son cosa de la prensa. En una crisis institucional terrible (decían), bajo el mandato de Lorenzo Sanz, y con el equipo jugando malamente, se ganaron dos Copas de Europa. En otra aún peor, con Ramón Calderón como presidente, se ganaron dos Ligas. Los ciclos tienen que ver con los resultados siempre a posteriori. La Liga que se ganó con Mourinho era el inicio de un nuevo ciclo que no duró más que esa temporada, con casi los mismos jugadores; el primer año de Ancelotti empezó otro ciclo, con casi los mismos jugadores, que acabó al siguiente...
Lo grande de este artículo es que pasa por encima de visiones apocalípticas de las que proponen cambiar a media plantilla, traer otro entrenador y hasta vestir a rayas, porque parece que haya que cambiarlo todo. Desde aquella primera Copa de Europa de 1956, seguimos vistiendo de blanco y siendo el mejor club de la historia. Lo demás es accesorio.
Saludos.
Soy de letras puras, pero me da para saber que no fueron 22 años sino 32 los que pasaron entre la sexta y la séptima copa de Europa.
Ahora bien, hay algo que no entiendo. ¿Por qué el Madrid son los Beatles? Los Beatles deberían ser considerados los que mejor lo hacen, los que más calidad derrochan y esos no son los que visten de blanco sino los de "un país de ahí arriba" (Guardiola dixit).
Evidentemente, los que más copas de Europa tienen sí. Y hasta dentro de diez o doce años no se prevé un sorpasso, pero lo habrá, sobre todo si Florentino sigue siendo presidente. Y no quedará ni siquiera el consuelo de la sala de trofeos más poblada de Europa.
Hola amigo Dave, ilústrenos, ilústrenos... a quién propone usted? The Monkees, Milli Vanilli, ..., No me pises que llevo chanclas? Estoy ansioso por saber a quienes nos compara, saludos!
"Somos gente seria que usa los aspersores para regar el césped". ¡Grande, José María!
Todo el artículo es maravilloso.
Cada vez me lo ponen más difícil los Faerna: me es imposible elegir el mejor artículo de cada uno; ya voy por la terna de cada uno, y si siguen con este nivel de calidad semana a semana, tendría que elegir nueve de cada uno.
Vamos, que me hago encantada una separata en papel con todos los artículos de Galerna Faerna.