Llevábamos pocos minutos de partido y Luka Modric ya notaba el agobio del verano. Ese calor pegajoso, agobiante, que te obliga a vivir cansado. En su caso, el verano tenía nombre portugués: Adrien Silva. Lo siguió desde el principio como si nada más importase. En cuanto Modric recibía, el futbolista luso estaba ahí. Como cuando suena el teléfono en casa y nada más cogerlo te rodea la familia para ver quién es y qué quiere.
Modric estaba incómodo. Giraba el cuello a uno y otro lado buscando esa sombra ajedrezada que lo acosaba como Freddy Krueger a sus víctimas cuando se dormían. La única vez que pudo correr, lo hizo con entusiasmo, lanzando a todo un país en busca de la gloria. Sin embargo, Mandzukic, que es un sí pero no desde que empezó el torneo, no quiso darle sentido a la cabalgada de su compañero.
Croacia notaba la ‘ausencia’ de Modric. Si él no manda, el fútbol no aparece. Se jugaba a lo que quería Fernando Santos, cuyo plan consistía en que no pasase nada. Tal era la desesperación del crack del Real Madrid que la realización le pilló con el ceño fruncido en una ocasión, síntoma de que no estaba disfrutando. Era noche para bajarse al barro y ver el balón pasar como un tren que nunca vuelve. Pero incluso ahí, donde las estrellas se arrugan, Modric también da la talla. Corrió como si tuviese que demostrar algo. Amargado, sí, pero entregado, disciplinado.
Nada más empezar la segunda mitad, el hombre que asistió a Sergio Ramos en Lisboa se presentó en tres cuartos y probó con la zurda. Pese a que el balón se marchó muy desviado, Modric sonrió. Había logrado romper líneas de presión y probar suerte. Había logrado que pasase algo. Había logrado, en definitiva, desordenar el planteamiento de una Portugal demasiado rígida.
Esa acción, aparentemente insignificante, supuso un punto de inflexión. Modric vio que los milímetros se estaban convirtiendo en centímetros y ahí sí podía inventar. El problema para él fue que el dispositivo defensivo de Portugal no acababa en la acumulación de jugadores en el centro del campo. Los hombres de Fernando Santos supieron cerrar los caminos que llevaban a Rui Patricio, por lo que la suma de pases de Modric sólo daba para morir en la orilla. Su frustración era nuestro bostezo, más que nada porque el partido estaba siendo un homenaje europeo a la siesta.
Quise apagar la televisión cuando vi que el choque se iba a la prórroga, pero recordé que tenía que escribir esta especie de crónica que ni es crónica ni medio pensionista. Al imaginar media hora más con semejante tostón, rompí a llorar. Luego me sequé las lágrimas y abrí la botella de ron porque daba por hecho que no aguantaría sobrio el rato de ‘fútbol’ que estaba por venir.
Modric empezó la prórroga como un tiro. Se fue de Adrien Silva y cambió de ritmo buscando la portería, pero apareció un armario llamado Renato Sanches y lo mandó al suelo acompañando el empujón con la mirada que te lanzaba tu padre cuando acababas de decir una gilipollez en la cena. Y ya. No pasó nada más en el primer tiempo extra. Pero nada es nada. No había ni sensación de aburrimiento. Era otro tipo de sensación. Una sensación desconocida. Una que baila entre el tedio y la indignación. En el 98’ me llegó a dar la risa porque ya no sabía qué hacer para mantener los ojos abiertos.
Al inicio de la segunda parte de la prórroga, Fernando Santos decidió quitar a Adrien Silva. Modric se emocionó. Acompañó al portugués hasta el banquillo y le firmó un autógrafo. No sé si esto es verdad o es producto de mi imaginación, ya totalmente desatada tras aguantar el mayor bodrio desde un capítulo de ‘Manos a la Obra’ en el que casi no apareció Benito.
Ya estaba poniéndome el segundo cubata para ver entonado los penaltis cuando, de repente, el partido se volvió loco. Perisic remató al palo y en la siguiente jugada Quaresma marcó a placer tras fallar Cristiano Ronaldo. La realización enfocó a un Modric hundido, consciente de que esta sí era una Eurocopa con la que se podía soñar. Portugal celebraba y Croacia lloraba. El fútbol fue cruel con Luka y Mateo, pero, tal y como se ha puesto de moda en los últimos días, resumiremos todo en una frase: “El 28 de mayo ganaron el partido que tenían que ganar”.
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