Siempre digo que mi primer recuerdo futbolístico fue el gol de Bebeto en el Mundial de Estados Unidos y la posterior celebración en la que él, Romario y Mauro Silva le brindaban al hijo del goleador el tanto. Luego vinieron muchos otros: el debut de Raúl, la primera Liga de Capello, el Mundial de Corea y mil y uno más que guardo en mi subconsciente tantos años después y que salen a relucir de vez en cuando para recordarme qué viejo me estoy haciendo y cuánto he vivido ya. El primer recuerdo deportivo que guardo, sin embargo, fue el encendido de la antorcha olímpica en Barcelona 92. Lo vislumbro tan nítidamente que me cuesta creer en ocasiones que haga ya veintiséis años de ese momento.
Por aquel entonces, y al mismo tiempo que la brisa de una noche de verano entraba por mi casa mientras yo, tranquilamente y con un helado en la mano, veía cómo mi país se convertía en el epicentro del deporte Mundial, Luka Modric cruzaba las montañas de su pueblo natal para huir de una guerra que estaba destruyendo su nación. Él, Modric, acababa de presenciar pocas semanas atrás como un grupo de insurgentes serbios había fusilado a su abuelo y cómo su madre había estado a punto de morir también. Lo declararon refugiado en aquella tormentosa y fratricida guerra de los Balcanes que se llevó la vida de casi 150.000 personas y dejó una fractura social que todavía sigue viva. Tuvo que sobrevivir durante el siguiente lustro esquivando bombas caídas del cielo, durmiendo en hoteles reconvertidos en campos de refugiados y encontrando en el día la media hora que se le dispensaba para poder jugar a la pelota. Así que cuando intenten poner en perspectiva lo que Luka Modric acaba de conseguir, coronarse como el mejor jugador del mundo, hagan el mismo ejercicio que acabo de realizar yo y verán cómo ese chico croata de aspecto desgarbado y tremenda calidad futbolística, se merece cada puñetero gramo del galardón que acaba de ganar, no sólo por lo que ha hecho en el campo, sino, sobre todo, por lo que ha hecho fuera de él.
Trascendió hace poco tiempo un vídeo donde se le veía pastorear cabras en las montañas de su Croacia natal para luego comenzar a jugar en campos de mala muerte al deporte que lo haría eterno. Recuerdan, en un documental producido por Canal Plus, sus entrenadores, que tanto Luka como sus compañeros tenían que correr a guarecerse cuando las sirenas retumban en Zadar y los proyectiles serbios comenzaban a caer por las calles. Todo el horror que nosotros, gracias a los cielos, sólo podemos apreciar en nuestras más horrendas pesadillas, lo ha vivido Modric en su más tierna infancia.
Su carrera como jugador profesional empezó allí, entre escombros y ruido. Comenzó a despuntar en su tierra para luego marcharse a Inglaterra y convertirse en poco tiempo en uno de los referentes de la creación del juego en Europa. Se consolidó en esa posición, quizá la más difícil de cuantas existen en el fútbol, donde se cocinan los goles y donde el espectáculo fluye, y lo hizo con una clase tal que llamó la atención del mejor equipo de la historia. Las tres cosas más bonitas que mis ojos han visto en un campo de fútbol ha sido el golpeo de rosca de David Beckham, el de empeine total de Xabi Alonso y el de exterior de Modric.
Pero Luka es mucho más que golpeo, muchísimo más. Es arranque, es serenidad y confianza, es el hombre encargado de llevar la batuta de un Madrid de época y, sin duda, uno de los tres pilares donde se ha sustentado esta plantilla ganadora junto a Cristiano y Sergio Ramos. Cuando uno lo ve moverse en el campo no puede evitar compararlo con los chiquillos de un patio de colegio porque parece disfrutar igual, parece deslizarse sobre el verde de todo un estadio Santiago Bernabéu como lo hacen esos niños en el asfalto de la escuela: regocijándose con cada regate, con cada segundo que están allí, queriendo el balón para sí y sacándole todo el jugo al deporte más bonito de todos los que se practican. Hace tiempo que descubrí que el verdadero secreto de Modric no es que sepa jugar maravillosamente bien al balompié, sino que disfruta como pocos cada encuentro que disputa.
Su llegada a Madrid fue, salvando las distancias, una continuación de lo que había vivido hasta ese instante. Se encontró, sin saber muy bien cómo y porqué, a toda la prensa deportiva patria en su contra por el pecado de haber costado la tercera parte que Coutinho, menos de la mitad que Pogba o algo menos que Diego Costa. Mourinho, como tantas veces que uno es ya incapaz de recordar, avisó desde el primer día que ese, su fichaje estrella, “maravillaría al Bernabéu”. Y tenía razón… como casi siempre. La prensa lo vilipendió desde su aterrizaje en Barajas y todos los eruditos de la pluma y la falsa objetividad se tiraron a su cuello para atacarlo a él e, indirectamente, a su entrenador, a su presidente y, en definitiva, a su club. De nuevo, Modric estaba inmerso sin quererlo en otra guerra, esta vez de palabras y bilis, de la cual volvería a salir airoso.
Cuatro Champions, tres Supercopas de Europa, una Liga y media docena de títulos después, Luka Modric ha sido elegido el mejor jugador del planeta tierra desbancando a dos de los mejores de la historia. El monopolio Messi-Cristiano terminó el día en que el fútbol premió, por fin, al director de la orquesta antes que al tenor y, desde ayer, el mundo del futbol, por ende, ha pasado a ser un poco más justo con todos esos jugadores que una vez rozaron la gloria pero se vieron relegados a ser espectadores de lujo de los que marcan los goles. Si alguien tenía que terminar con ese duopolio al que venimos asistiendo desde hace una década es un tipo de sonrisa permanente y que ha conseguido hacer eterno al mejor equipo de la historia y llevar a ese país que un día fue encañonado y destruido a la cima del fútbol Mundial. Si hay alguien que se merecía que la vida le sonriese, es ese niño que pastoreaba cabras y esquivaba granadas y que hoy puede decir, además de que es el mejor jugador del planeta, que se ha pasado esa misma vida que una vez lo trató tan mal.
Si alguno lo habéis visto en persona y cruzado con él algunas palabras ajenas al mundo deportivo, coincidiréis conmigo en su sencillez, humildad y fondo de gran persona que atesora Luka Modric. Es la mirada y la sonrisa del repartidor que llamar a tu puerta, de quien te despacha el pan o te revisa un electrodoméstico. Y es el mejor futbolista del mundo de largo. Creo por tanto que el premio lo merece su pasado y su presente, libre de ego y narcisismo. No se debería bombardear nunca a nadie pero jamás a tan grandes personas.
Es un motivo sobrado, Luka Modric, para hacerse del Madrid si no se era antes, y para los madridistas un orgullo.
Precioso y certero, señor De Mora.
Se acordó de aquella Croacia del 98 a la que admiró siendo un crío. Suker, Boban, Prosineki, ...que quedaron terceros en aquél mundial. Se acordó de su club, el Real Madrid, de sus compañeros, de sus aficionados. Tuvo palabras para los otros dos nominados (Cris y Salah). Habló en Inglés y en Español. Todo ello bajo el bello manto de su timidez que le hace muy, muy grande. Y sin olvidar que, aún con todo esto, lo mejor lo hace en el centro de un campo de fútbol. Ese lugar que, cuando el está, deja de ser geometría para convertirse en poesía. Grande Lukita.
En pocas palabras, sintesis perfecta de la vida de Luka Modrid, articulo de colección!!!
Sublime! Muchas gracias!
Gran articulo.
Y se ha hecho justicia. Muy feliz por Modric.