Un hombre camina por la calle. Ha dejado a sus hijos en el colegio, lleva el periódico debajo del brazo, va al bar de todos los días a tomar café. Es un hombre normal. Silba, está contento, despreocupado. Anda despacio, aspirando el aire fresco de la mañana, saludando a los vecinos, al frutero, al panadero. Tiene que llamar al mecánico, recoger el coche más tarde, pasarle la ITV. Hay que hacer la compra. La lista está en un imán, pegada contra el frigorífico. Se la ha olvidado en casa. Eso le enturbia el gesto durante una fracción de segundo. No pasa nada. Hoy tiene todo el día para hacerlo. Es su día libre. Camina cómodo, en deportivas, vaqueros, un jersey. Empieza a refrescar, ma non troppo. Es agradable el tiempo. De repente, el cielo se nubla. Qué raro. Nuestro hombre mira hacia arriba. Joder. Una bola de fuego colosal ha tapado el sol, y está a cinco minutos de estrellarse contra el suelo y hacerlo todo puré. Observa que a su alrededor todo es pánico: la gente corre despavorida, sale de los coches, los abandona, los ancianos caen al suelo presa del vértigo general y un griterío ensordecedor ha creado una atmósfera de apocalipsis. Pasan cuatro jinetes de negro por su lado, rechinan las guadañas contra el asfalto. Pero él no pierde la calma. Pone el periódico cuidadosamente sobre el alféizar de una ventana. Se quita el jersey, y mientras lo dobla como un niño bien enseñado, su cara de resignación habla sin palabras y dice “otra vez la misma historia”. Nuestro hombre, súbitamente, es otro. Una camiseta blanca reluce como un tubo de neón en medio de la oscuridad general, y aunque no puede verse, una capa morada flamea a su espalda. Sonríe, se pasa la lengua por entre los labios. Ya no es un hombre normal. Ahora es un superhéroe. Es Lucas V.
La transformación de Lucas Vázquez en un superhéroe ha ocurrido delante de nuestros ojos. Ha sucedido de forma tan natural, que es como si no nos hubiéramos dado cuenta. Un día estaba Lucas, un refuerzo sin nombre, canterano retornado, llamado a filas por un entrenador al que no quería nadie, un jugador sin vuelo, venido del Español nadie sabe muy bien para qué; al otro día estaba Lucas V, ojito derecho de una afición desde Bogotá hasta Taipei, decidiendo emocionalmente la tanda de penaltis de una final de la Copa de Europa.
Mientras nos preguntamos qué ha pasado, Lucas se ha hecho imprescindible. No sólo como jugador número 12, como el comodín. Lucas ha demostrado que puede ser titular en un frente de ataque cuyos primeros espadas son, parece mentira, Bale, Benzema, Cristiano, James e Isco. El subalterno también puede ser matador aunque se hiciese común la impresión de que, despedido Benítez en enero, su regreso al Madrid iba a ser una cosa breve e irrelevante. Al contrario. La determinación de este futbolista, su empeño, esconde otras muchas virtudes que para Zidane, como dijo el tuitero Luckysori hace poco, el mejor de los entrenadores italianos contemporáneos, son oro puro. Técnicamente es muy bueno, sin ser un superdotado: parece como si desde finales de los 80 sólo nacieran en España futbolistas con pie de seda al estilo fútbol sala; tácticamente es una bendición para aquellos entrenadores que consideran su equipo como una unidad de defensa y ataque, y hacen del repliegue toda una herramienta efectiva de control. Puede jugar por izquierda o por derecha, chuta como un demonio, controla los daños que provocan las subidas al ataque de Carvajal y tiene una virtud en vías de extinción: regatea y se va. Por fuera.
Porque Lucas V hace algo tan antiguo e intuitivo como encarar y salirse por fuera; desbordar pisando la raya de la banda y ganar la línea de fondo con el balón pegado al pie, y centrar con puntería balística. No hay muchos jugadores capaces de crear ese desequilibrio, ese caos tan desastroso para las defensas ordenadas, para los laterales con cintura de madera. En la era de los interiores, de los carrileros a pierna cambiada y de los delanteros que caen adentro desde las bandas, trazando diagonales, Lucas es casi una reliquia del pasado, de cuando lo más sencillo era que un tío saltase de trinchera en trinchera por un costado y al final pusiese un globo en el punto de penalti, esperando ser rematado por alguno de los delanteros. Su voluntad férrea, su competitividad, también remite a una herencia mística, en ese caso propiamente madridista: lo que hizo en Milán es un ejemplo, el mejor posible, de la combatividad de un muchacho que, en sus propias palabras, está cumpliendo el sueño de su vida. Es fácil identificarse con él, porque al talento y a la inteligencia de elegir casi siempre la mejor opción para su equipo dentro del césped une esa cualidad intangible, muy del aficionado que padece cada vaivén de su equipo como si fuera suyo: considera estar en el Madrid un privilegio de valor incalculable, y está dispuesto a hacerlo durar, a ponerlo todo de su parte para que su paso por el Madrid, alegoría de la vida, sea lo más grato, placentero y victorioso posible. Por gente así, que no se achica, que se crece en la adversidad como un toro de casta, tiene el Madrid las vitrinas que tiene. Gente normal que cumple el viejo adagio de que la camiseta blanca agranda, ensancha espíritus y saca lo mejor de lo que cada uno lleva dentro.
Bien por Lucas y todos los canteranos que están dando la talla., como Asensio y Morata... da gusto eno0rme que el Real Madrid.. juegue bien sin necesidad de las estrellas consagradas.. saludos desde México donde somos millones de <Madridistas..
Super y totalmente de acuerdo contigo Ramiro ,óle tú!!
Muy bien descritas,las multiples cualidades de lujo que tiene este canterano,nada mas que comentar sr.Valderrama.baybay.....
Me gusta el desenfado del crio; atrevido.
Lucas V es un profesional como la copa de un pino. Y de tu narración dices que se le agria el gesto por dejarse la lista de la compra. Sin embargo tiene el coche en el taller y lo lleva con una normalidad absoluta. La realidad es distinta. Hoy he llamado al taller y las novedades que me ha dado, han hecho de mi una piltrafa de ser humano. Supongo que eso me pasa por no ser un superhéroe.
Bonita narración.