Cuando era pequeño, una de mis series de animación preferidas era Scooby Doo. Como ocurre a menudo con los niños, la repetición de la trama no era un impedimento para su disfrute. Más bien al contrario, la seguridad de una estructura inamovible era uno de sus puntos fuertes. La historia arrancaba con un misterio protagonizado por algún monstruo, el desarrollo de una mínima intriga en la que Scooby y el resto te hacían reír a base de sustos y una resolución en la que Velma, la lista del grupo (algo que sabíamos de forma irrefutable por el hecho de que llevaba gafas) desenmascaraba al villano de ese capítulo.
Este siempre se lamentaba de que sus malvados planes habrían salido bien “de no ser por esos chicos entrometidos y su estúpido perro”. Solo había un aspecto de la serie que podía resultar frustrante, y es que en muchas ocasiones todas las pistas del episodio apuntaban a la autoría de uno de los personajes, y a la postre el culpable resultaba ser otro completamente inesperado. Cuando esto ocurría, como espectador tenías cierta sensación de haber sido utilizado y engañado, sensación que terminaba justo con el inicio del siguiente capítulo o tras apagar el televisor.
Las distintas aficiones que componen fútbol español aún no han sido capaces de digerir que quien habían visto toda la vida como el malo de la película finalmente no lo era, y que el verdadero infractor siempre fue al que se pintaba como el héroe del cuento. Buena parte de la culpa la tienen, como en los dibujos animados, aquellos que escribieron el guion, un relato que ponía el foco intencionadamente en quien no era, mientras pasaba de puntillas por todos los indicios que señalaban al verdadero autor de los delitos.
Las distintas aficiones que componen fútbol español aún no han sido capaces de digerir que quien habían visto toda la vida como el malo de la película finalmente no lo era, y que el verdadero infractor siempre fue al que se pintaba como el héroe del cuento
Los aficionados han sido usados como tontos útiles, como colaboradores necesarios para que la corrupción sistémica funcionara durante décadas y para que, una vez destapada, tampoco se exijan de forma unánime sanciones y transformaciones que eviten su pervivencia. Solo el Madrid pide un cambio radical en las instituciones que rigen el fútbol, asoladas por los escándalos. Mientras, el resto silba disimulando o las apoya sin ambages.
Es hasta cierto punto comprensible que el barcelonismo se revuelva ante el mayor escándalo deportivo que se recuerda en España. Al fin y al cabo, ellos estaban bajo la máscara y sus planes funcionaban. La mejor etapa de su historia, lustrosa y sin mácula hasta hace un año gracias a un relato tan unánime como artificial y falso, ahora acumula tal nivel de mierda que ni asoma la esquinita del escudo.
Por eso bracean sin descanso, arrojando al aire argumentos tan ridículos como el blanqueo de capitales, el pago por informes reales (pero inexistentes) o la estafa de un Negreira que cobraba barbaridades careciendo de poder real durante décadas. Se agarran a la desesperada incluso a unas declaraciones de un comisario corrupto, que ni siquiera les exoneraba, simplemente esparcía el estiércol entre más gente, pero sin aportar ninguna prueba que no fuera un mero chisme.
Los aficionados han sido usados como tontos útiles, como colaboradores necesarios para que la corrupción sistémica funcionara durante décadas y para que, una vez destapada, tampoco se exijan de forma unánime sanciones y transformaciones que eviten su pervivencia
Obviamente, junto a ellos están sus fieles escuderos rojiblancos, siempre dispuestos a defender a su paladín. Admitir que el Barcelona urdió una trama ilegal para beneficiarse implicaría que el gran damnificado de la misma fuera el Real Madrid. Es para los atléticos inconcebible que exista el más mínimo atisbo de perjuicio hacia el objeto de su obsesión. Demostrado queda una vez más aquello que les distingue; su odio al Madrid por encima del amor a su equipo.
Así, apenas hay reclamaciones de títulos escamoteados durante el largo negreirato. La razón es simple, si en la cuenta salen 3 ó 4 copas más para su palmarés, pero unas 15 para el de su archienemigo, prefieren que el escándalo se tape o desaparezca. Además, tras saber lo que sabemos, está claro su club se ha beneficiado también del entramado corrupto, aunque solo se llevaran a la boca las migajas de un pastel que casi siempre se comía su admirado hermano mayor.
Los tontos útiles siguen felices mientras nada cambia, incapaces de admitir que fueron engañados, o aún peor, asumiendo el embuste como algo positivo por mero antimadridismo
El resto de aficiones siguen repitiendo una cantinela manida y que se ha demostrado ser mentira. A pesar de tener sobre la mesa un cadáver con la autopsia hecha, el cuchillo con las huellas dactilares del sospechoso, y las declaraciones de testigos apuntando a un lugar concreto, siguen señalando al muerto como probable culpable de su propio asesinato. Como mucho, algunos conceden que la víctima y el verdugo comporten la responsabilidad del delito a partes iguales. Y, por supuesto, continúan tratando con mucha más hostilidad al primero que al segundo.
Durante años les intentamos mostrar, con estadísticas en la mano, que lo que ocurría era imposible. Pero cerraban los ojos hasta hacer sangrar sus pestañas y creían ciegamente a los guionistas, que exageraban hasta el paroxismo cualquier potencial beneficio para el Madrid, mientras tapaban los evidentes y sucesivos favores federativos, patronales y arbitrales hacia su máximo rival nacional. Los tontos útiles siguen felices mientras nada cambia, incapaces de admitir que fueron engañados, o aún peor, asumiendo el embuste como algo positivo por mero antimadridismo. Cada día se sientan a ver una y otra vez el mismo capítulo de Scooby Doo, esperando que el final cambie, le quiten la máscara al monstruo y tras ella esté quien ellos siempre imaginaron.
Getty Images.
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos