Somos probablemente el club más insultado del mundo. Quizá porque somos también el más querido y, por tanto, el más envidiado. Es natural que nos insulten. Me preocupa la fiebre por escudriñar los labios de aficionados y futbolistas buscando exactamente las palabras que puedan hacer saltar el medidor del ofensómetro y convertirse en un escándalo nacional. Creo que, para ofendiditos dando la brasa, nos llegan los de Twitter.
Me preocupa la fiebre por escudriñar los labios de aficionados y futbolistas buscando exactamente las palabras que puedan hacer saltar el medidor del ofensómetro y convertirse en un escándalo nacional
Toda esta bobada la ha impulsado la UEFA, incapaz de no sumarse a cualquier corriente estúpida, mitad progre, mitad posmoderna, que circule por delante de sus mariscadas. Pero, por muy en contra que uno pueda estar de los insultos en los estadios, interpretar el cántico febril de miles de aficionados tajados como piojos, en un instante del partido, como el inicio de una guerra de odio, me parece una locura. Por no hablar de los problemas que está dando su aplicación práctica. ¿Qué es el insulto, una determinada palabra o solo aquello, lo que sea, que ofende profundamente al que lo recibe? A mí me ofende muchísimo el mal olor, sin ir más lejos, y eso daría pie a clausurar estadios —incluidos los terrenos de juego— todos los fines de semana.
En la polémica con Vini del otro día, solo estoy de acuerdo con Ancelotti. El chico tiene que jugar mucho al fútbol todavía para torear estadios rivales como lo hacía Cristiano Ronaldo, y aun así no estoy seguro de que sea buena idea. Si tengo que elegir mi prototipo de madridismo, en ese aspecto, prefiero el de Butragueño o incluso el de Míchel, al que no imagino pidiendo al árbitro que detenga el partido porque todo el estadio les está cantando la banda sonora de su vida, la que rima con “campeón”.
No imagino a Míchel y Butragueño pidiendo al árbitro que detenga el partido porque todo el estadio le está cantando la banda sonora de su vida, la que rima con “campeón”
Si seguimos poniendo palos en la rueda de la libertad futbolera terminaremos aburriéndonos como moscas frente al televisor y viendo lo más parecido a un partido de futbolín. No estoy pidiendo que los aficionados coreen barbaridades al árbitro y los futbolistas, pero creo que ambos llevan en el sueldo este inconveniente, y que si no son capaces de tolerarlo tienen todo el futuro del mundo en el campo de, no sé, la gimnasia rítmica, o la natación sincronizada, que supongo que debajo del agua no se escuchan improperios.
Si seguimos poniendo palos en la rueda de la libertad futbolera terminaremos aburriéndonos como moscas frente al televisor y viendo lo más parecido a un partido de futbolín
Me inquietan los madridistas escandalizados por los insultos a Vini en el estadio blaugrana; aunque sospecho que les indignó más lo de Maldini y compañía. Después del partidazo que hizo en el estadio de nuestro eterno rival, lo extraño es que no intentaran comérselo vivo. Que de pronto parece que nadie se acuerda de la cabeza de cerdo lanzada a Figo en el Camp Nou, y esa bonita pancarta con la que lo recibieron: “Figo, te deseamos la muerte”. Pero toda esa chusma se retrata sola y todo lo que debemos esperar de un futbolista profesional es que haga un buen partido, haciendo oídos sordos, como creo recordar que hizo el propio Figo.
Por lo general, los gestitos a la grada, tan de moda en las últimas décadas, me parece que están muy bien para clubes de tercera división, pero tienen un puntito macarra, pero macarra cutre, que no viste bien con los colores del Real Madrid. De hacerlo, sean como los de Mou, que al menos eran divertidos y nos hacían reír. Por otra parte, Mou calentaba el partido a su gusto, como parte de una estrategia en el campo, y como no tenía que salir a meter goles, sabía que las reacciones del público no podían condicionarle. Cuando Vini empieza a juguetear e interactuar con el Camp Nou, demostrando estar estúpidamente distraído, lo único que exhibe es una inmadurez que, espero, Carletto sabrá moderar, no solo en beneficio del club, sino sobre todo en beneficio del propio crack blanco.
Al respetable se le llama respetable por algo, incluso aunque la mayor parte de los casos no lo sea. El público debería ser sagrado, como no dijo Éric Cantona
No sé si todos ustedes han jugado al fútbol. Yo no solía hablar en el campo, pero tampoco solía escuchar. No era una decisión premeditada. Simplemente es que dedicaba todos mis recursos a evitar que me diera un infarto. Mi fútbol era esencialmente pasional, quiero decir que dosificar no iba conmigo, y eso me tenía al límite, y me cerraba los oídos. No pretendo que todo el mundo haga lo mismo. Cada cual tendrá que emplear su propia táctica. Pero al respetable se le llama respetable por algo, incluso aunque la mayor parte de los casos no lo sea. El público debería ser sagrado, como no dijo Éric Cantona. Y los futbolistas deberían centrarse en lo que sucede en el campo. Los nuestros, los primeros. Te llamen lo que te llamen.
Fotografías Imago.
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