Marzo es un mes singular desde tiempos de la Roma clásica. Su nombre original, Martius, remite, nada menos, que al padre de Rómulo y Remo, Marte, divinidad de la guerra. Incluso llegó a iniciar el calendario cuando sólo contaba con diez meses antes de añadirle enero (Iauarius) y febrero (Februarius). Supersticiosos hasta el extremo, en marzo abundaban las ceremonias para conseguir la purificación de las armas, los caballos e incluso las trompetas. Todo valía con tal de tener a las divinidades de parte de Roma en el combate.
No es casualidad que el Real Madrid siga la estela de nuestros antepasados, que tampoco tenían la derrota en su diccionario, y aunque comience la temporada en agosto, saque las garras de verdad a partir de marzo.
Para los blancos, los rituales heredado se traducen en un fenómeno no menos extraordinario y rozante en lo paranormal: las conjuras del Bernabéu, que en marzo tienen cuatro fechas señaladas para memoria madridista.
No es casualidad que el Real Madrid siga la estela de nuestros antepasados, y aunque comience la temporada en agosto, saque las garras de verdad a partir de marzo
La primera se materializó en 1980, cuando el Madrid tuvo que levantar un serio correctivo recibido en Glasgow (2-0) en los cuartos de final de la Copa de Europa. A los mandos estaba el filósofo Boskov, segundo yugoslavo propietario del banquillo blanco después de Miljanic. Conocedor de los códigos del fútbol, era un motivador nato que tenía una tarea clara: devolver al Madrid a la gloria. Hablamos de una plantilla en la que descollaban Pirri, Benito, Del Bosque, Juanito, Santillana, Stielike y Cunningham. Diamantes con carácter. Superadas las dos primeras rondas contra Levski Spartak y Oporto, tocó la siempre difícil visita a las tierras británicas. El Celtic era un hueso que aprovechó muy bien las oportunidades en casa para conseguir dos goles que, en primera instancia, desarbolaron las pretensiones de los más optimistas. “Las posibilidades de pasar son muy remotas”, se leyó en El País. Pero el Madrid convirtió la fe en obligación y, en un partido vibrante, remontó gracias a los goles de Santillana, Stielike y el eterno siete.
En 1987, la víctima fue el Estrella Roja de Belgrado. Era el Madrid de La Quinta, con Beenhakker al timón. El magnífico Miguel Ángel acababa de colgar los guantes y, como digno sucesor, Mendoza fichó a Buyo, dueño del arco blanco para la siguiente década. Después de eliminar al Young Boys y la Juventus de Laudrup y Platini (poca broma), en los cuartos de la Copa de Europa tocó viajar a Yugoslavia. El resultado fue una paliza en el Pequeño Maracaná, un 4-2 casi insuperable. Casi, porque restaba la magia del coliseo blanco. Allí, armados con el ímpetu de la grada y la valentía de un 3-4-3 con Butragueño, Hugo y Santillana en punta, los blancos completaron la gesta al ganar a los balcánicos por 2-0 con tantos de El Buitre y Sanchís.
Vistos los precedentes y conocida la historia blanca, no creemos que ningún equipo necesite recurrir a visionarios para saber que desafiar al Madrid, a partir de marzo y en Europa, será casi siempre un acto suicida
Una temporada más tarde, tocó ahuyentar viejos fantasmas: remontar ante el todopoderoso Bayern de Múnich. Beenhakker apenas tocó el equipo, si acaso lo perfeccionó con los fichajes de Jankovic, Tendillo y Paco Llorente. Antes de la vendetta contra los alemanes, que eliminaron al Madrid el año precedente en el fatídico partido del incidente de Juanito con Matthäus, el Nápoles de Maradona y el Oporto vigente campeón de Europa representaron dos puertos de altura. Aquella fue una remontada en dos fases. La primera se dio en el propio Olímpico de Múnich, cuando Butragueño y Hugo Sánchez redujeron a un gol la derrota después de que el Bayern se hubiera puesto 3-0. Pero había que rematar en el Bernabéu, que esperó a los germanos con dientes y cuchillos afilados, casi literalmente. La apoteosis blanca se produjo y los goles de Míchel y Jankovic pusieron fin a la maldición.
La última gran remontada europea firmada (hasta la fecha) por el Madrid en marzo es muy reciente. Que se lo digan a Mbappé. Fue nada menos que el inicio de la Champions con el camino más maravilloso de la historia, la Decimocuarta. Después de verse superado en París y sometido por el amor platónico de Bondy, el Real Madrid volvió a encomendarse a su ADN, ese fenómeno que desafía a los incrédulos y no conoce límites: el espíritu de las remontadas. Tres goles de Benzema desataron la locura, finiquitaron los delirios de jeques y estrellas, y recordaron al mundo entero, una vez más, que Ici c’est Madrid.
Relata Plutarco que César, antes de su asesinato, fue advertido por un vidente que le aconsejó cuidarse de los idus de marzo. Vistos los precedentes y conocida la historia blanca, no creemos que ningún equipo necesite recurrir a visionarios para saber que desafiar al Madrid, a partir de marzo y en Europa, será casi siempre un acto suicida.
Getty Images.
La Galerna trabaja por la higiene del foro de comentarios, pero no se hace responsable de los mismos